Capítulo 2.

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No me puedo creer que ese dios griego sea mi nuevo vecino. Debo de estar soñando... ¡Abbie despierta! La mini-yo que llevo dentro me pellizca y me dice entusiasmada "No es un sueño... ¡Está pasando!". Da saltitos de alegría dentro de mí y cuando para... "Pero no te quedes ahí, háblale, idiota".

-Ah...

Mi mini-yo está de pie con los brazos cruzados y con el ceño fruncido. "PERO ALGO INTELIGENTE, GILIPOLLAS".

-Pues ya sabes, Alex, aquí estamos para lo que quieras -comenta mi madre-. Si necesitas ayuda con la mudanza o lo que sea.

-Gracias. Yo también estoy para lo que sea -me lanza una mirada que provoca un extraño efecto en mí. ¿Para lo que sea? ¿Irá con segundas?-. Estaré en la puerta de enfrente.

¿Cómo? ¿Que no sólo tendré a ese dios griego merodeando por el edificio sino que también lo tendré justo enfrente? Parece que hoy me he levantado con el pie derecho.

Cuando se marcha no puedo evitar mirarle el culo. Y madre mía... ¡Qué culo!

Bah, Abbie despierta de una vez. No le volverás a ver más. Bueno, sí, porque es tu vecino. No te queda más remedio. Pero no pasaréis de los cordiales saludos. Fin.

No sé por qué al pensar eso me ha dado un inesperado dolor en el pecho. Yo quiero volver a verle.

Mi madre me ordena que limpie mi cuarto. Está bien... Pondré música al menos. En la radio suena Don't de Ed Sheeran. Me encanta. Lo pongo a todo volumen mientras utilizo el mango de la escoba como micrófono y me siento una auténtica diva.

Cuando paso vagamente la vista por la ventana veo que Alex está al otro lado observándome con una mano apoyada en la barbilla y sonriendo. ¿QUÉ? ¡¿Me ha estado viendo bailar y cantar con una escoba todo este tiempo?! Muero de vergüenza al instante y tiro dicha escoba al suelo con rapidez.

"Claro que sí, Abbie, qué bien disimulas..." me dice mi voz interior tapándose la cara con las manos.

Bajo un poco la música y me acerco a mi ventana que da frente a la suya.

-¿Quieres algo?

¿He sido muy borde?

-Que subas la música y sigas bailando. Ha sido divertido -me dedica una sonrisa de oreja a oreja, casi burlona.

-Si bailo fatal... -murmuro.

-Vaya, te tendré que dar clases entonces.

Me sonrojo. "Dame lo que tú quieras" dice la estúpida e impertinente voz de mi conciencia.

Al final logro luchar conmigo misma y decirle en voz alta:

-Cuando quieras.

Decido reírme para quitarle un poco de hierro al asunto a modo de broma. Él también se ríe y es entonces cuando me doy cuenta de que el que estaba bromeando era él.

Hola, vecino... ¿Tienes sal?Where stories live. Discover now