Segunda Botella.

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El sol extiende sus cabellos dorados y la mañana comienza a brillar. Algunos llegan a casa, otros se van. Ivanov despierta sin abrir los ojos, escuchando el estridente sonido de la alarma, se siente extraño y el ruido acentúa un dolor de cabeza. No recuerda que sucedió, no se molesta en hacerlo, solo se mueve para apagar la alarma, el reloj en la mesa, conoce la ubicación de memoria. Segundos más tarde abre los ojos, topándose con una imagen irreal que le lleva el corazón a la garganta y el alma amenaza con salir corriendo antes que el cuerpo. Con los ojos bien abiertos ignorando el malestar, se sienta en la cama y restriega su cara con fuerza, casi temiendo que cuando vuelva a ver la escena siguiera igual. Y así es, su compañero descansa con la sábana cubriéndole de la cintura para abajo. El cuarto huele a Vodka y cerveza. Piensa en la teoría de un sueño, pero se da una cachetada y sólo logra añadir otro dolor a la lista que teme recapitular.

Se culpa por no recordar nada desde cierto punto en que todo se desvanece, había añorado un momento así varias veces, pero siempre lo imaginó más bonito, menos ebrio, menos distante. Ha levantado las sábanas que lo cubren solo para confirmar que está desnudo, vuelve a cubrirse para mirar a su acompañante.

—Viktor. —habla en un susurro alto, tocándole el hombro y removiéndolo un poco.

El nombrado se queja, frunce el seño y sigue igual. Seguro aún no reconoce lo que sucedió, ni dónde está, menos con quién. Ivanov imagina las tantas maneras en que lo golpeara, culpándolo por insistente en concurrir un bar y ofrecerle el mismo trago que sabe: le gusta. Aleja su mano logrando que el otro entre abra los ojos, primero lo visualiza un momento, unos segundos que para el Búlgaro son eternos y nerviosos. Volkov procesa la información, abre los ojos y se aleja por instinto.

— ¿Qué cojones?

—Buenos días. —Responde Ivanov, desviando la vista y forzando una sonrisa que tiembla un poco.

Volkov abre y cierra la boca, silencioso. Ve algunas marcas en el cuello de su compañero y aprieta la mandíbula. A pesar de todo, Ivanov está feliz en un parte, pero la mente le advierte que ilusionarse hará las cosas peor, que no por un desliz con alcohol serán novios ni mucho menos. Suspira mirando la ventana, en el piso estan las ropas de civil desparramadas, contando una historia que no quieren admitir, una que empieza allí y termina en el cuerpo de cada uno.

Suena otra alarma, Ivanov tiene 3 cada 10 minutos para no quedarse dormido, se conoce la suficiente para poner tal cantidad. La apaga porque el ruido es insoportable, le duele la cabeza, el cuerpo y un poco el alma.

— ¿Qué hora es? —pregunta el ruso, sentado en la cama, mirando la ventana, se siente pegajoso y no quiere saber por qué.

—6:50. —responde tras un momento en que se gira para ver el reloj.

No saben qué decirse, el silencio se sienta entre ellos avisando de la tensión. Ambos miran la ventana, uno intentando recordar, el otro conforme con olvidar. Tienen que ir a trabajar, luego toca patrullar, cosa que normalmente hacían juntos y ahora no están seguros de seguir de esa manera. Duele cuando ha sido un error, lo suficiente irreal para descartar ilusionarse, tan incoherente para quién estaba enamorado de otro, sentimiento que replantea en silencio. Ivanov lo mira de reojo, no se le ocurre alguna broma para romper el hielo, la culpa le muerde el alma para que deje de verlo y baje la cabeza. Deja pasar unos minutos más, suficiente para que llegue la última alarma, que apaga una vez más.

—Es tarde. —empieza, destapándose y buscando alguna de sus prendas para cubrirse, aunque el otro no lo está viendo porque la cara le arde—. Me pego una duchita, puedes ir después, no tardo.

Como si no hubiese pasado nada, quiere actuar así para que Volkov deje de incomodarse. Entra a la ducha, con el agua tibia, casi fría, piensa que quizá así despierta, pero ya lo está. El agua lo recorre, limpiando parte de la noche anterior, el olor a jabón y champú hace que el alcohol también desaparezca, pero las marcas siguen ahí, parecía que a su compañero le gustaba morder, quitó la idea restregándose el jabón con fuerza en el cuello.

Volkov buscaba su ropa con la mirada, aunque necesitaba una ducha para que los restos de lujuria se fueran. Se puso únicamente la ropa interior y la camisa sin abrochar. Ivanov no tardó demasiado, pero sí más que lo usual, lo miró un momento, suficiente para volver a ponerse nervioso.

—La puerta de enfrente. —Ivanov señala dónde está el baño, para que su compañero saliera del cuarto y pudiera cambiarse.

Asiente y va rápido, lo único que les falta es llegar tarde a trabajar. Sabía lo amargo que sería el Superintendente si descubría algo, Viktor ya tenía suficiente con que cada día le rompiera más el alma. Alexander dejó algo de ropa suya para Volkov, porque el olor a vodka era demasiado intenso en las prendas, aunque probablemente serían rechazadas, nadie entendía su estilo de civil.

Vestido, se dirigió a la cocina para preparar algo de café, mientras hervía la tetera bebió un vaso de agua acompañado de una aspirina, el dolor de cabeza seguía ahí pero lo había ignorado, levantándose rápido como nunca hacía. Desde allí oía tenue el ruido del agua, hasta que se vio imaginando, fantasía que se vio interrumpida con el silbido de la tetera. Se restrego la cara con una mano y apagó el fuego. Volkov salió en silencio del cuarto, sosteniendo su camisa en la mano y portando una camiseta de su compañero.

— ¿Un café? ¿O una aspirina? —ofreció, levantando la taza de su propio café como invitación.

—Tengo que irme, gracias. —salió de la casa a paso rápido, abriendo su auto y notando el golpe que había dado con el mismo a unos cubos de basura que estaban desparramados por el suelo, seguro algún perro había aprovechado para hurgar en la basura.

Ivanov se sintió rechazado una vez más, ¿qué tenía tan increíble Conway? ¿Por qué siempre terminaba sintiéndose culpable? Mordió el dolor, pero no pudo tragarse la pena. Aceptaba que acostarse con su amado era un error, uno terrible que podría negarle más momentos simples los cuales lo hacían feliz, esos minutos patrullando, hablando de cualquier cosa. Las veces que un desayuno juntos no era incómodo, las idas a bares, el vodka que le ofrecía porque regalar una rosa sería demasiado obvio. Las indirectas se perdían en el aire, muy poco obvias o algo incómodas. Se había enamorado por todos esos momentos que pasó junto a él, las risas que compartían, los regaños del Superintendente cuando hacían algo mal que los llevaba a fumar un poco e insultarlo a sus espaldas. Pero no era recíproco, pensaba. Quizá debía superarlo en sus casi 36 años, dejar de enamorarse como adolescente, dejar de sufrir por ello.

El último trago de café, amargo como el sentimiento, lo despierta porque se hace tarde y el hambre se alza como uno más de tantos malestares. Apurado, toma un paquete de galletas y se las come mientras busca su reloj, ve la cama desecha, pero no es momento de sentimentalismos, ya lloraría durante la noche, bebiendo una cerveza y viendo una película de amor hasta que se duerma en el sofá.

Saca su motocicleta del garaje, se pone el casco y parte a la batalla, directo a las bromas con doble sentido cuando vieran las marcas al ponerse el traje de policía. Entonces debería fingir unas risas, inventarse el nombre de una mujer y mentir con que la encontró en el bar donde fue con Volkov, que los dos encontraron compañía y se fueron por su lado.




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Hola, quería agradecerles por el apoyo que le están dando a esta historia, muchísimas gracias por sus comentarios, votos y lecturas. Por lo mismo, lamento la tardanza.

Creo que me estoy explayando mucho en la historia, así que decidí hacer 4 capítulos en lugar de 3.

Gracias por leer.



Parte editada 30/06/20

Vodka en vez de rosas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora