4. La Escuadra Dragón

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Minutos después estaba en su nueva habitación con los nuevos reclutas, aunque la verdad es que a muchos ya los conocía.

Ender no tardó en aparecer por la puerta. Tuvo suerte de que él hubiera llegado más tarde que ella.

El chico la miró unos segundos. Parecía sorprendido, pero en seguida se recompuso y empezó a dar el típico discurso de comandante. Después les ordenó que se pusieran los trajes para ir a entrenar.

—¡Ender, espera! Tengo que hablar contigo.

El muchacho se giró y le dirigió una mirada impasible.

—No. Vístete, recluta. Tenemos que entrenar.

—Solo será un minuto. —Ender se cruzó de brazos—. En privado —añadió.

Su comandante suspiró y se marchó fuera con ella.

—¿Qué quieres? —cuestionó una vez ya estaban algo lejos de las habitaciones.

—Disculparme.

—¿Por qué?

—No debí protegerte. Tenías razón.

Ender soltó otro suspiro, esta vez de impaciencia.

—Este no es el momento de...

—Si no lo digo ahora, nunca llegará el momento —le interrumpió Alya—. Siempre estamos pelando y cuando no entrenando. —La expresión de su compañero pareció relajarse. Ahora parecía dispuesto a escuchar—. Si yo cometí un error al protegerte, tú estás cometiendo un error al protegerme a mí.

Ender frunció el ceño.

—Alya, no tienes que convencerme. Ahora soy tu comandante y tendremos que hablar,tanto si me gusta como si no. Pero no vamos a ser amigos.

—Pero eso no tiene sentido.

—No tiene que tenerlo. Es una orden.

Alya sonrió de forma divertida y se acercó a él. Los ojos azules de Ender inundaban los suyos. Hielo contra hielo.

—Cumpliré todas las órdenes que esté autorizado a darme, pero si me quita a mis amigos, haré que le frían —respondió ella, repitiendo las mismas palabras que Ender le había soltado a Bonzo en la Escuadra Salamandra, cuando le había prohibido entrenar.

El joven Wiggin abrió los ojos como platos. No dejaba de preguntarse cómo era posible que ella lo supiese.

—Tú o eres Bonzo —prosiguió—. Así que deja de comportarte como si lo fueras.

—¿Espiaste nuestra conversación?

Alya torció la cabeza.

—No fue necesario. Hablábais bastante alto. El caso es que no debes dejar que todo esto te cambie. Yo te he perdonado por querer protegerme. ¿Por qué tú no puedes hacer lo mismo?

Ender no le contestó y Alya se marchó. Ya no podía hacer más. Le había puesto las cartas sobre la mesa, si después de aquello seguía negándose a volver a su antigua amistad, sabía que lo habría perdido para siempre. Esa posibilidad aún le dolía, pero no podía depositar su fe en algo que tenía poca probabilidad de acabar bien. La volvía demasiado dependiente.

En la hora de la cena, Alya se sentó sola. Pronto la ascenderían a comandante, pero no sabía cuánto tiempo pasaría hasta entonces. ¿Unas semanas? ¿Nos meses? Solo estaba segura de que la ascenderían antes de que a Ender lo mandaran para la Escuela de Alto Mando. Eso tampoco le decía mucho, ya que tampoco sabía cuándo sucedería.

La chica suspiró. Pensarlo no le servía de nada. Era como darle vueltas y más vueltasa algo que siempre la conducía a su primera deducción.

—Hola —dijo una voz delante de ella, volviéndola a la realidad.

El juego de Ender y el Insector que lo cambió todoWhere stories live. Discover now