20

174 36 17
                                    

Es por la mañana. Estamos en el coche. El sonido del motor nos envuelve a ambos. Leo me ha vuelto a traer una tostada, aunque me la ha dado sin decir nada y con la cara torcida, como si no lo hiciera por su propia voluntad. Como si alimentarme fuera una tarea más de todas esas responsabilidades que se ha autoimpuesto.

Mi madre me ha dejado sorprendentemente en paz con el tema de «la amiga», pero no espero que esa situación dure mucho. Estoy pensando en esto cuando, de repente, Leo rompe el silencio con el último tema de conversación que yo hubiera esperado:

—Lo de la virginidad era broma, ¿no?

—¿Perdona?

—Dijiste «no es como si te estuviera ofreciendo mi virginidad» —me recuerda.

Mi propia broma viene a mi cabeza con sus palabras, y no puedo evitar una pequeña risa de incredulidad. No pensaba que fuera algo que nadie se fuera a tomar en serio.

—¿Qué pasa? ¿Crees que es algo que ya no puedo ofrecer? —bromeo, en un tono un poco coqueto que me sorprende a mí misma.

—Eso no es de mi incumbencia.

—Pues pareces bastante interesado en el tema.

—No sé cómo son esas cosas con los jóvenes de hoy en día —Y veo un atisbo de sonrisa jugar con las comisuras de sus labios.

—¡Cuidado! ¡Que estoy hablando con el anciano del pueblo! ¡El centenario! ¡Veintisiete años, a un tiro de piedra de la jubilación! ¿Te has dejado el andador en casa, abuelete?

Se carcajea, y el sonido de su risa me suena como las campanas que anuncian la victoria en una guerra. El ambiente se relaja de manera instantánea, como si fuera el bálsamo que necesitábamos para dejar de tensar los músculos.

—Bueno, lo que sí que te voy a dar es mi primera vez... mi primera vez convirtiendo a alguien en una bestia parda.

—Pero no la última. —puntualiza, alzando el dedo índice.

—No la última —concuerdo—. Tengo la sensación de que no va a ser algo demasiado exclusivo.

Ese momento, en el que los dos estamos de acuerdo y ninguno a la defensiva se me antoja irreal, una utopía. Parece que no hemos dejado de discutir, de pincharnos, desde que nos conocemos. Es un remanso de paz en toda esa guerra que nos hemos montado.

— ¿Tienes miedo? —pregunto entonces.

— ¿A qué te refieres?

Por su tono, deduzco que sabe exactamente lo que lo estoy implicando, pero debe estar intentando ganar tiempo para pensarse su respuesta. Decido garantizarle ese tiempo, por una vez:

—A la transformación. ¿Te da miedo?

Se lo piensa unos segundos, como no puede ser de otra manera con él.

—Un poco —reconoce—. Sería un estúpido si no tuviera miedo. Pero, ¿sabes? Me da más miedo no hacerlo. Llevo toda la vida pensando que estoy a medias. Esta es mi oportunidad de estar completo, por una vez.

—No me gusta nada la forma de pensar de vuestra familia.

Tengo que reconocer que no he meditado mis palabras antes de soltarlas, pero eso no es ninguna novedad. Creo poder afirmar que ya estoy en un punto de mi vida en el que suelto lo que suelto y después hago evaluación y reparación de daños. Pero la expresión que me dirige Leo en ese momento es para enmarcarla, porque desde luego no se debía esperar algo tan poco educado por mi parte, incluso a pesar de estar empezando ya a conocerme.

—¿Cómo has dicho?

Respiro hondo, decidida a, al menos, no empeorarlo. Desde luego, paso de amar la tregua a querer pelea en un solo instante, como si mis emociones no tuvieran control alguno.

Invocadora [COMPLETA]Where stories live. Discover now