Su altruísmo y mi egoísmo.

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Cuando hablamos de madres (buenas madres), siempre se habla de sacrificios.Mi mamá, hizo uno grande. O varios pequeños. Pero como buena madre, se sacrificó.

La Lolo, quien amaba llevar una vida cosmopolita tuvo un día que dejar atrás las fiestas, las aglomeraciones, sus tardes de shopping y noches de whisky, para llevar una vida sencilla renunciando a todo eso que le causaba placer.

La maternidad la había alcanzado.

Para cuando yo tenía unos cinco años y mi hermano tres, la Lolo se armó de valor y decidió coger a la familia entre sus cálidos brazos para irnos en una odisea, a vivir al sur, en un pueblo pequeño entre las montañas, con una población limitada de apenas 2 mil personas, de calles sin pavimentar, con tan solo un canal de televisión y una emisora de radio, tiendas de ropa de segunda mano y pequeñas cantinas llenas de campesinos.

Este lugar le causaba pesadillas por las noches y alucinaciones durante el día, en las cuales las montañas se le venían encima. Había tanto árbol. Demasiada naturaleza. El aire se sentía muy limpio y le ahogaba. Había tanto espacio, que se sentía aprisionada y muy solitaria.

Mi papá la apoyaba, la escuchaba y oraba por ella siempre. Él ha sido siempre más introvertido y tenernos cerca le era suficiente. Mas mi madre era diferente y le gustaba la gente, las fiestas en casa con amistades y familia extendida. Pero acá no tenía amistades. 

Esta gente buscaba siempre la forma de hacerla sentir ajena, aunque le dijeran que era bienvenida. Le inventaron rumores porque su relación parecía demasiado perfecta. Es que una vida muy silenciosa, hacía mucho ruido en este pueblucho que se alimentaba de copuchas. Mi padre lo mencionó una vez: parecía que la gente del pueblo disfrutaba estar en boca de todos. Era como ser famoso. Así que les encantaba saber los secretos de todos y de algún modo, superarlos. Las infidelidades, las enfermedades, las batallas financieras.

La Lolo no soportaba que para poder tener una amistad en este lugar, tuviera que hablar de otros o de la novela. Quería tener una conversación inteligente. Hablar de política y debatir sobre algo más que vacas que se comían el césped de la plaza. No podía hablar de sueños grandes, porque esta gente no aspiraba a nada. 

Por lo pronto pausó sus anhelos: esos de viajar, de estudiar más, de ir a conciertos... se lo pasaba trabajando horas extra para que no se evidenciara que más allá de su familia, apenas tenía vida social. Todo un sacrificio mantener su explosiva e impresionante personalidad, muy dentro y convertirse en alguien más convencional. 

Se desprendió de su esencia para que nosotros creciéramos jugando en la tierra, escalando árboles y robando grosellas; liberándonos de la infancia citadina de los noventa, sentados frente a las pantallas de juegos de consola y engordando comiendo papas fritas en los recreos. Nos regaló la posibilidad de poder correr sin miedo en las calles hasta altas horas de la noche; de dejar olvidada la bicicleta en la orilla de la laguna y que quien la encontrara la fuera a dejar a la casa. 

Nosotros vivimos una infancia rodeados de gente que aunque no nos supiéramos el nombre, nos saludaban. Para la Lolo esa misma gente, era la que no quería que se acostumbrara al pueblo porque siempre sería alguien de fuera. 

Cuando nos llegó la adolescencia, surgió otro problema. Este pueblo chico, no tenía enseñanza media. Y así se sacrificó otra vez, soltando nuestras manos y dejarnos volver a la ciudad que ella añoraba tanto más que nosotros, mientras se quedó trabajando en ese pueblo, su infierno. Primero fui yo, luego mi hermano, y luego tuvo que dejar partir a su esposo. Si bien la idea de que nosotros tres estábamos juntos, le daba fuerza, no fue suficiente.

Acabó enfermándose, porque estaba sola antes y ahora más. Las montañas y el aire le carcomieron por dentro, y como puso cada célula de su ser y toda su esencia siempre por nosotros, se empezó a quedar sin nada para ella. 

Estuvo con nosotros un tiempo hasta que sanó, pero volvió a partir. Y volvió a ese pueblo que tanto mal le hacía por dinero, dinero para nosotros. Porque las mamás quieren lo mejor para nosotros y se les olvida que ellas son lo más importante para sus hijos. Pero esta vez partió y fue para siempre.

No le agradezco su sacrificio aunque bien sé que es lo que se debe hacer. Aunque sé que todo lo que hizo y dio fue por nosotros, nunca nos preguntó qué queríamos en verdad, ni nos permitió verla en su máximo esplendor, siendo simplemente la Lolo. Hizo lo que creyó mejor para nosotros, y nosotros queríamos lo mejor para ella. La quería conmigo y no siendo una con la tierra. 

No se lo agradezco, e incluso, a veces, ni siquiera se lo perdono.

No te lo agradezcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora