5. Guardaespaldas, papelitos y confesiones

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Así que, en cuanto tocó el timbre del primer recreo, salí corriendo al patio. ¿Cómo pude esquivar a Lourdes, Julián y Facundo? No tengo la menor idea.

Gracias a Diosito encontré a Oliver en su banco junto a la puerta de su salón de clases. Estaba leyendo lo que parecía ser una novela de Sherlock Holmes mientras se mordisqueaba la uña del pulgar. Debía admitir que se veía bastante lindo haciendo ese gesto.

«Despierta, Penélope» me dije, dándome una cachetada mental.

—¡Sé quién es Augusto! —le dije en cuanto me vio. Y de pronto su rostro tomó una expresión de sorpresa. Seguramente, está molesto nuevamente porque estoy haciendo su trabajo. Pero también se veía emocionado. O porque el caso se estuviera resolviendo o porque dentro de poco se desharía de mí, no lo sé.

—A la baticueva —anunció, levantándose de su banco.

—¿Querrás decir "a la sala multimedial"? —pregunté riendo.

—¿Así que estás segura de que Julián Lorence es Augusto? —preguntó cuando terminé de contarle todo lo que pasó ayer. Estábamos sentados en el suelo del salón multimedial, escondidos en la oscuridad detrás de los bancos del fondo; por si llegaba un profesor a verificar que ninguna pareja está aquí comiéndose a besos (o lengüetazos, como diría Lula)—. ¿Segura segurísima?

—Tan segura como que la Argentina debió haber ganado el Mundial.

Oliver asintió entre divertido y pensativo. Y por primera vez reparé en él. Lo miré como si fuera la primera vez; sus largas piernas extendidas delante de él, su cabello castaño alborotado, sus lindos ojos marrones detrás de sus anteojos y ese lunar en su mejilla izquierda, cerca de su boca. No era tan flacucho como yo pensaba, tenía una capa de músculos que resaltaba bajo la camisa de su uniforme...

—¿Entonces qué querés hacer ahora que sabes quién es? —preguntó mi compañero, sacándome de mi embobamiento—. ¿Hablar con él, perdonar y sanar la herida? ¿Cagarlo a palos? ¿Acusarlo frente a todos?

Me quedé pensando en esas opciones durante un momento. Las dos últimas eran las más apetitosas. Pero la opción madura sería la primera. Quizás lo mejor sería actuar como una chica grande, y si eso no funcionaba, siempre podría recurrir al plan B, o C, o D, E, F, G... Tenía todo un abecedario de respaldo.

—Vamos a hablar con el Señorito Mentiroso primero —respondí con decisión.

Antes de que toque el timbre de la última hora, la que teníamos libre, le pasé un papelito a mi nuevo compañero de banco.

Tengo que hablar de algo muy serio con vos. Nos podemos ver a la última hora en la sala multimedial? Porfa.

Julián lo miró con una sorpresa pero feliz de que no lo esté ignorando como en la hora anterior. Me lo devolvió con la respuesta que esperaba. Leí el pedazo de hoja cuadriculada que había escrito con una lapicera verde:

OK :)

Cuando Julián llegó al salón de computadoras, se sorprendió de que Oliver también estuviese allí, tranquilamente sentado en una de las mesas mientras yo no dejaba de mordisquearme las uñas. Decir que estaba nerviosa era poco.

—¿Qué pasa? —preguntó Julián, confundido.

Tomé una gran bocanada de aire. Lo mejor era ir directamente al grano.

—¿Vos te haces pasar por un tal Augusto en Facebook? —pregunté, agradecida de que mi voz salga más confiada de lo que yo me sentía.

—¿Qué? No, yo no... —dijo sorprendido.

—No te hagas el boludo —exclamé, furiosa. ¿El desgraciado se atrevía a negarlo?—. Ayer me llamaste Penny Lane, como la canción de The Beatles. Augusto era la única persona que me llamaba así. Él era el único que conocía...

—Todas esas canciones de The Beatles —concluyó, cabizbajo.

No pude hacer otra cosa que mirarlo boquiabierta.

Sí era él. Augusto era el fanático más grande de The Beatles que conocía, casi tanto como yo. Sólo él se sabía las letras de todas las canciones, además de Let it be y Twist and shout.

—¿Así que sos vos, ese famoso Augusto? —preguntó Oliver a mi lado. Su expresión era ilegible. Lo que fuera que esté pensando era un misterio.

—No. Yo no soy —contestó Julián. Le habría golpeado en la cara si no se hubiera visto tan miserable—. Pero yo... yo hablaba con él.

—¿Qué? ¿Cómo? —Estaba más que sorprendida. No porque me dijera que hablaba con Augusto, eso no hubiera tenido nada de raro. Sino porque se veía como... como si... le hubieran roto el corazón. Tal como yo debía haberme visto cuando me enteré que Augusto era un impostor.

—Él te hizo lo mismo que a mí, ¿verdad? —pregunté con un extraño tono de voz dulce—. Él te gusta.




¿Quién es Augusto?Where stories live. Discover now