Capítulo 6 "La puerta oscura"

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Aterrizo en el parque infantil de nuevo y me levanto del suelo de un salto. Otra vez estoy con una ropa diferente y no me duelen nada más que los muslos en donde acabo de caer. Esto de ir cayendo de sueño en sueño me está poniendo de un humor de perros. Se que normalmente los sueños son ilógicos y no tienen un hilo de coherencia pero mi nivel de imaginación nocturna está por las nubes. Solo me falta ver un Unicornio y me puedo dar por chiflada. Sacudo la cabeza tratando de desaparecer la idea, no me conviene probar mis límites.

El niño me mira con la cabeza ladeada, en su cara hay un gesto mezcla de curiosidad y diversión que solo hace aumentar mi enojo.

—¿No hay otra manera de sacarme de ahí?— le pregunto señalando el tobogán y me sorprendo a la vez por el sonido de mi voz. ¡Puedo hablar de nuevo!

Não— dice levantando los hombros.

—¿Cómo entrás a mi sueño?

—Escucho gritos, aparece uma porta y la atravieso— me responde simplificando todo.

Pongo los ojos en blanco, esto es como sacarle jugo a una piedra y a una bilingüe para colmo.

—Pero... ¿a vos también te aparece una puerta de la nada?—insisto.

Sim— dice entrecerrando los ojos con una cara de confusión que refleja la mía.

—¿Conocés este lugar?— digo señalando el parque.

 Estoy muy segura de que nunca había estado ahí. Por primera vez lo miro con detenimiento y me doy cuenta de que está desierto, hay casas alrededor pero no se ve nadie en los bancos, en las veredas, ni en los juegos. 

Somos las únicas personas a la vista y eso aumenta mis ganas de salir de ahí lo antes posible.

Sim, venía a jugar cuando era chico—mira alrededor con nostalgia.

—Pero... ¡sos chico! —lo señalo apuntando lo obvio— ¡no medís más que un metro!

Enzo niega con la cabeza, extiende las manos y se analiza. Aprovecho para hacerle preguntas mientras está con la guardia baja

—¿Porqué me traes acá? ¿cómo hacés para desaparecer a los malos? ¿cómo hago para salir?

Levanta la mano con cara de fastidio  para interrumpirme.

— Para ser inventada... você faz muitas perguntas.

—¿Qué?—chillo.

—¡Que no se!— dice irritado levantando los hombros.

—Si no me vas a aclarar nada, la próxima vez... ¡no cruces la puerta! 

Prefiero estar diez veces en este parque antes que en mi pesadilla pero estoy demasiado enojada como para pensar con claridad. Respiro hondo y trato de calmarme. Se me ocurren cientos de preguntas pero decido empezar por hacerle la más fácil de responder para un niño.

—¿En donde están tus padres?

Él reacciona como si lo hubiera insultado, retrocede varios pasos y su cara cambia lentamente de la rabia al miedo. Cuando por fin abre los labios para responder, se desintegra en una explosión de color con miles de mariposas que salen volando por doquier. Levanto la vista y miro el espectáculo asustada y maravillada a la vez mientras se esparcen por todo el parque creando una red de puntos coloridos.  

Cuando desaparecen por completo vuelvo la vista al suelo y me doy cuenta sorprendida de que en el lugar en el que estaba parado Enzo ahora hay una puerta. Es muy diferente de la anterior por la que siempre lo veo salir.

Tiene doble hoja y un diseño increíble de enredaderas con flores  labrado en la madera oscura como la noche.  Debe ser tres veces más alta que yo y se ve imponente. Me acerco y la toco. Es suave  y brilla como un espejo. Pero de alguna manera me produce una sensación profunda de tristeza. Como si hubiera sido tocada por personas sin esperanza y el abrirla solo me mostrara desgracia. Tiene un magnetismo que no entiendo, me veo tentada a ver que hay adentro de todas maneras y antes de pensarlo  mi mano ya está bajando el picaporte y el frío del metal me recorre hasta la espalda. Hace un chirrido horrible y se abre muy despacio. Del otro lado no hay luz, la oscuridad es absoluta. Doy algunos pasos adentro pero siento que estoy en un vacío, bajo la vista a mis pies para tratar de ver el suelo y siento el sonido de las bisagras chirriando  a mi espalda. Trato de detenerla pero veo el último haz de luz desaparecer por la rendija de la puerta y la nada me envuelve. Avanzo a tientas con desesperación. Con la punta de los dedos toco algo suave, me concentro mucho para descifrar que es. De a poco la oscuridad se disipa y empiezo a ver las formas de lo que me rodea entre una espesa niebla. Mi visión se acostumbra a la luz gradualmente y por fin veo que lo que sostengo en mis manos es una orquídea. Cuelga de un arreglo floral sobre un jarrón de cerámica pintada. Giro en mi eje para ver el entorno que ahora distingo claramente. Estoy parada en la sala de entrada de una casa enorme. Una escalera de mármol baja del piso superior y es increíblemente blanca, como el resto de la sala. Del centro  cuelga un candelabro descomunal, no tiene las lámparas encendidas pero la luz del sol que entra por un tragaluz en la parte alta llega a las gotas de cristal y crea cientos de reflejos hermosos dispersos en las paredes. Parece una casa salida de una revista de diseño, jamás había visto algo así en persona. Estoy embobada analizando todo y pensando que valió la pena atreverme a cruzar la puerta oscura hasta que veo salir de una habitación a una señora de aspecto mayor que camina hacia mi. Viene a paso rápido y parece a punto de llorar. 

Siento un escalofrío, debe pensar que soy una ladrona o una intrusa. Habla por lo bajo y parece asustada. Trato de tranquilizarla.

—Disculpe, no se como entré...— es una escusa muy pobre pero es la verdad.

Para mi sorpresa me ignora y pasa por mi lado sin siquiera verme.

—Hay Dios mío, Dios mío... otra vez no— junta las manos en señal de ruego y una lágrima suya cae en el suelo impecable. 

El sonido de vidrios partiéndose nos sobresalta a las dos, pero ella sale corriendo con más rapidez escalera arriba, dejándome sola. Camino lentamente intrigada por el revuelo y entro a un living aún más elegante que la sala anterior. En el fondo  las puertas de un estudio de aspecto oscuro aparecen abiertas, viendo los muebles y colores supongo que es de un hombre. Escucho gritos, guiada por el sonido y sin pensarlo  corro hacia él por un pasillo a la izquierda. Abro una puerta vaivén de un golpe y el espectáculo me quita el aire. Un hombre de mediana edad y traje impecable apunta una botella partida de whisky hacia adelante, escupe amenazas y se tambalea claramente ebrio . En el suelo arrinconada contra la mesada de la cocina, una mujer llora con su bebé en brazos. La protege con su cuerpo y trata de razonar con el agresor. Camino al frente para intervenir en la escena pero me interrumpe una voz quebrada por el llanto y el miedo.

—No papá, por favor...

Desde detrás de la mujer se levanta un niño, tiene un moretón en la mejilla y los ojos llorosos. Temblando de pies a cabeza pero con valentía piensa que puede detener esta locura. Me rompe el corazón, porque ninguna criatura tendría que ser testigo de esta violencia. Mira a su padre y al terminar de enderezarse se da cuenta de que estoy en la habitación, nadie más que él parece haberme visto.

Helada sin poder reaccionar, solo me quedo observando y el tiempo parece detenerse. Los ojos de Enzo me devuelven la mirada con el terror de su impotencia y por primera vez parado enfrente de su padre lo veo como es: diminuto e indefenso.  







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