La cafetera

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¡Rim, Rim, Rim...mmmm...!
Un día el teléfono sonó.
–¡Diga! –dijo Germán.
–¡Hola Germán! soy Helena, ¿te acuerdas de mí?
Se hizo el silencio. Germán, inmediatamente reconoció su carismática voz.
–¡Helena! –contestó Germán.
–¡Sí, soy yo! La misma.
Helena había sido el amor de Germán durante dos años, pero de repente un día se marchó sin decir nada. !Un amante...!Quien sabe.
–Germán, quiero darte una explicación. ¡Siento un cargo de conciencia terrible!
Me gustaría que hablásemos y que me dieras una oportunidad.
–Helena, ¿sabes cuánto tiempo ha pasado?,
¿sabes lo que yo he sufrido en todo este tiempo?
–No hace tanto tiempo Germán. ¿Has visto?
¡tú, tan exagerado como siempre!
Discutían de nuevo.
–¡Yo exagerado!
–Mira Germán, no quiero discutir de nuevo contigo, vengo a arreglar las cosas. ¿Me dejas pasar y hablamos?
–Sí, claro. Pasa. ¿Te apetece tomar una taza de café?
–Me encantaría.
–Pues acompáñame a la cocina y la tomamos allí mejor mientras hablamos.
Cuando Helena entró en la cocina pudo ver que la cafetera era exactamente igual que la que ella le regaló un día por su santo. Le llamó la atención el color oscuro de la cafetera, pero se quedó callada. Pensó para sus adentros, ¡jolin, qué de hollín tiene la cafetera! ¡Tendrá Germán el síndrome de diógenes! ¡cómo le gustaba tanto recolectar todas las cosas viejas que pillaba!
–Bueno dime –dijo Germán.
–Solo decirte que te he echado mucho de menos en estos meses.
–¡Estos meses! ¡cómo tienes la osadía de decir "estos meses"!
Discutían.
–Germán, tú como siempre, haciéndote tus películas.
–¡Mis películas!
–¡Sí, tus películas! Tampoco hace tanto que me marché. Tres meses como mucho.
–Helena, vi que te fijaste en la cafetera. La dejé allí por lo mismo, en el mismo lugar, por si algún día venías y me rebatías lo irrebatible.
Helena Ortíz–llamándola con nombre y apellidos, señal de que estaba enfadado. Escúchame atentamente.
¿Sabes cuántas noches he pasado sin apenas dormir? ¿te haces una idea de cuántos cafés de madrugada he tenido que tomarme?
¿Sabes por qué ahora tu cafetera ha pasado del color plata al negro azabache?
¿Sabes cuántas veces se me fue el café....?
–¡Oh Dios! ¡Germán! Lo siento mucho.
–Han pasado trece años y el único recuerdo que tengo de ti, es una simple cafetera con sabor a tostado....
Yo no tengo el síndrome de diógenes como he leído en tu mente. Padezco una enfermedad mucho más grave. ¿Has oído hablar del apego que podemos llegar a sentir por alguien?
Pues así me siento yo, apegado a ti, de la misma manera que el café a mi cafetera. Es esa mancha oscura que ya no se quita por más que intentas pulirla.
Se me derramó tanto café por tu culpa que me dejaste el corazón lleno de hollín.
¡Vete!

Frases de 5 segWhere stories live. Discover now