el doble rostro de la muerte

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EL DOBLE ROSTRO DE LA MUERTE

                                                           Lovissa Restrepo (seudónimo)

Esta novela combina hechos históricos sobre el conocido asesino en serie Jack El Destripador enmarcado en un entorno ficticio de romance y de suspenso.  A excepción de dichos datos históricos todos los demás nombres de los protagonistas son falsos.  Cualquier similitud es producto de la casualidad.

Lovissa Restrepo

 Londres, 1888

Mathew dejó la pluma en el tintero.  Las ideas habían surgido explosivamente en su mente y las había plasmado a una velocidad impresionante en el papel.  Leyó el manuscrito.  Pensó que no tenía que corregir nada en lo absoluto. Se sentía apasionado por aquel escrito, satisfecho de lo que su hábil pluma y su ágil mente habían  elaborado.   Cerró lentamente  los ojos ambarinos mientras apoyaba la nuca sobre el borde superior de la silla Reina Ana, y cruzaba las manos sobre su regazo.  Estiró las piernas despreocupadamente, cruzándolas a nivel de los tobillos cubiertos por unas elegantes  y lustradas botas negras.   Una sonrisa  perversa  se dibujó en sus seductores labios.   Escuchó las campanadas del reloj marcando las nueve.  Levantó los parpados poblados de tupidas pestañas color castaño y miró el viejo reloj.  Las últimas dos horas habían transcurrido muy rápido mientras escribía desenfrenadamente.  Se desperezó.   No tenía mucho  ánimo de salir esa noche pero le había prometido a su hermano Julius   que le acompañaría al teatro.    Este no se lo perdonaría si no asistía.  Una de las cantantes de  la ópera que se presentaría era el objeto de interés de su hermano mayor.  Volvió a sonreir divertido.  Ya se imaginaba la cara de enojo de su padre si se enteraba de las correrías nocturnas de sus hijos.  ¿Y qué diría su estirada madre? : "Es escandaloso, verdaderamente escandaloso que mis hijos,  los mejores partidos de la aristocracia londinense, dediquen sus noches a recorrer burdeles y a frecuentar coristas de teatro".  Sí, tan estirada, tan soberbia, tan vanidosa, tanto como así era de hermosa.  Podría agregar también:  tan mentirosa, tan falsa, tan vulgar, sí, tan vulgar, porque en el fondo lo era detrás de esos vestidos caros, y de aquellas exuberantes joyas,  de esos  delicados modales aprendidos,  de esa  exquisitez.  Podía engañar a todos pero no a él.  Ya no.

Se levantó  de repente un poco molesto con el recuerdo materno y caminó hacia la licorera. Su porte denotaba distinción.  Camisa blanca de lino, chaqueta y  frack  negros y pantalón bien entallado.  Ciertamente uno de los mejores partidos de Londres.  Un mechón de su lacio  cabello castaño  se deslizó sobre su frente mientras se servía  tres dedos de vino francés que saboreó lentamente.  

No tardaría en llegar Julius.

Cinco hermanos varones, y él el benjamín.   Todos habían comprado propiedades y se habían marchado del hogar paterno tempranamente, excepto él.   Los tres mayores casados ya.  Julius  con veinte y siete años, dos más que él, le acompañaba en sus correrías.  Siempre había sido así, tal vez por eso es que se llevaban tan bien.  Ninguno de los dos pretendía casarse todavía, por lo menos no estaba dentro de los planes de Mathew.  Se sentía muy bien así, libre, condenadamente libre, sin ataduras, sin depender de nadie, sin que nadie dependiera de él, sin esperar nada de nadie ni que nadie esperara nada de él.  Era una situación cómoda que disfrutaba plenamente y que no estaba dispuesto a cambiar por todo el oro del mundo.  Además ya era lo bastante rico.  Todos los hermanos Whillenthon  lo eran.  Hijos de un hombre con una cuantiosa fortuna que había establecido un emporio comercial donde  sus cinco vástagos participaban activamente para incrementar sus ganancias. Podían darse todos  por satisfechos.

Mathew apuró el contenido del vaso.

Pero lo que realmente lo llenaba era escribir.  Sí.  Podía sentir ese placer incomparable cuando  su pluma se deslizaba en el papel y dejaba  plasmados sus pensamientos, sus anhelos, sus sueños, sus turbaciones, sus deseos... Sí.  Sus deseos... Deseos que no podía expresar de otra manera que a través de su pluma.  En realidad escribía por placer,  había publicado un par de obras solamente las cuales tuvieron buena crítica, tenía otras tantas guardadas que tal vez nunca expondría al público.  Pensaba que quizás alguien encontrara sus manuscritos en algún cajón de su escritorio cuando fuera un anciano o tal vez cuando ya estuviera bajo tierra  y quedaría inmortalizado.  Tal vez.   Cierto que no gozaría del placer de la fama pero tampoco era algo que le importara.  Ya suficiente tenía con la fama de ser un seductor. Y qué fama!  Hasta el hastío.  Algunas veces pensaba que era él la presa que deseaban cazar todas esas zorritas  de la aristocracia.  Se las imaginaba  de color marrón con una  larga cola y unos dientes afiladitos en el gracioso hocico.  Sonrió divertido.  Quizá no todas fueran así.  Probablemente alguien en alguna parte no fuera así... alguien que no fuera  como su madre.

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