2. Nada más que un monstruo

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Gruñí cuando recuperé la conciencia, mis ojos captaron un techo alto de madera en cuanto los abrí. Me removí en donde estaba, tenía paja pegada en el cabello y la ropa. Me habían encerrado en un granero, como si fuera un animal. Bufé y solté una risa carente de humor ante el pensamiento, seguramente la idea había sido de William. Al enderezarme me di cuenta de que no estaba sola, había una mujer observándome desde una esquina de la construcción de madera. Los rayos del astro rey me lastimaban lo ojos y eso impedía que la divisara con claridad y, por su puesto, que me acercara.

—¿Y tú quién carajos eres? —pregunté.

La mujer dejó su lugar y dio un par de pasos hacia adelante, pero todavía evitando el sol. Ella me observó con interés. Estaba por mandarla a la mierda si no iba a responder cuando la puerta del granero se abrió y yo me puse de pie de un salto. Ni la impresión de ver a Rafael de espaldas al sol logró evitar que tomara las grandes tijeras de jardinería que había a mi lado y se las arrojara a mi creador.

—Rafael —exclamó la inmortal abandonando su esquina. Cruzó la estancia y se paró junto al vampiro con una mano sobre la boca y la otra suspendida en el aire, indecisa de si arrancarle las tijeras del pecho o dejarlas en su sitio.

Rafael hizo una mueca, a pesar de que el daño causado no le provocaba dolor alguno. Cuando se arrancó el artefacto, su sangre negruzca volvió la paja oscura. Los dos inmortales me miraron con el ceño fruncido.

—¿Qué diablos te pasa? —demandó la inmortal dando un paso hacia mí, pero Rafael la detuvo colocando una mano en su hombro.

—¿No te habían comido la lengua los ratones? —pregunté con ironía. La miré con desprecio de pies a cabeza; la esencia inmortal estaba muy por debajo de la mía, así que no representaba amenaza alguna. Chasqueé la lengua dispuesta a ignorarla—. ¿Cómo me encontraron y cómo es que puedes caminar bajo el sol?

—William —dijo Rafael.

Claro, no podía ser de otra manera. Solo él tenía la inteligencia suficiente para atar cabos y encontrarme. Y solo él tenía los contactos como para lograr que una bruja quisiera hacer un trabajo como el de un hechizo resplandeciente. Asentí.

—¿Y ahora qué, me tendrás encerrada aquí hasta que me petrifique?

—Te alimentaste de una niña, ¿qué estabas pensando?

—En su sangre, claro está. No existe otra cosa que ocupe mi mente desde aquella noche en que decidiste atarme a ti de esta manera. —Mis palabras solo eran un intento de culparlo por mis actos y por la expresión de su rostro lo había logrado—. ¿Qué quieres que haga? Sabes perfectamente que la sed no puede controlarse. Siempre existe, siempre está ahí para recordarnos que la necesitamos para seguir en este maldito mundo.

—Lo siento, Clare. Si hubiera sabido que terminarías así yo... —Se detuvo, incapaz de pronunciar las siguientes palabras porque serían todas mentiras.

Rafael jamás hubiera permitido que muriera. Aunque le costara aceptarlo, ambos sabíamos que, si se encontrara ante aquella oportunidad una vez más, de igual forma me convertiría. El que yo existiera no era más que el resultado del acto egoísta de tratar de recuperar a su adorada Teresa; porque tal como él me lo había dicho miles de veces antes, yo le recordaba a su hermana pequeña.

El gruñido bajo de la inmortal que nos acompañaba, y de la cual ya me había olvidado, llamó mi atención y mis ojos fueron hacia ella. Entonces lo supe, ella también era su vínculo. Y luego me di cuenta de algo más, miré hacia la esquina que antes ocupaba y de regreso, ella también tenía el hechizo resplandeciente. Sonreí para mis adentros mientras ponía mi más perfecta máscara de arrepentimiento ante mis dos espectadores.

—No, yo lo siento Rafael. No entiendo qué es lo que pasa conmigo. N-no... no lo sé —mentí. Mi voz adquirió una nota torturada mientras me llevaba las manos a ambos lados de la cabeza para agregar dramatismo a mi acto—. Traté de controlarme, te lo juro. Hice todo mi esfuerzo, pero su sangre... parecía llamarme. Lo siento tanto. Esa niña... ¡Oh, Dios! ¿Qué hice? —cuestioné llevándome las manos al pecho y dando un paso hacia atrás.

—Clare.

—Ayúdame, Rafael —imploré. Y casi me puse de rodillas de no ser porque no estábamos solos—. Si aún poseo alma, ayúdame a salvarla —supliqué, pero aquello no era más que una mentira.

Ay, Rafael, tantos años conociéndome y aún no puedes distinguir mis mentiras. Aún es tan fácil usar el amor por Teresa, por mí, en tu contra.

Él no pudo resistirse a mi mirada suplicante ni a esas palabras que había estado deseoso de escuchar desde mi despertar. Rafael estaba dispuesto a creer que podía recuperar la marca pura de mi alma, aquella que había percibido cuando todavía era humana. El asintió y se acercó a mí para envolverme con sus brazos, acepté el gesto porque no había escapatoria. Me giré aún en sus brazos para quedar de espaldas a la otra inmortal y sonreí con malicia. Que fácil era manipular los sentimientos ajenos, sobre todo el dolor y el cariño.

Los siguientes meses fueron casi una tortura, ya que tenía que cumplir estrictamente con los horarios que Rafael y el resto del clan mantenían. Eso reducía mis días a cero cazas y más tiempo en bruma carmesí de lo habitual. Pero el sacrificio finalmente valió la pena.

—Adelante —pronunció Rafael, instándome a salir al exterior a medio día.

Di un inseguro paso hacía fuera de la protección que la casa representaba, consciente de que si algo salía mal ya podía ir despidiéndome de este mundo. Nada sucedió, no hubo dolor ni sufrí de combustión espontánea... aunque tampoco pude sentir los rayos del sol sobre mi rostro. Otra prueba de que, a pesar del engaño otorgado por la magia, no era nada más que un monstruo insensible. 

 

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La oscuridad que nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora