Prefacio. Un oscuro pasado

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Rumania, inicios del siglo XVIII

Los cuerpos permanecían inmóviles en sus tronos, observaban desde arriba con una mueca de superioridad que era bien adjudicada. La serenidad escalofriante de la cámara donde se encontraban los Príncipes Oscuros se interrumpió con los gritos de una mujer. Aun así, los cuerpos permanecieron impasibles. A primera vista parecían estatuas de mármol esculpidas por el mejor artista, uno que seguramente había hecho un pacto con el Diablo para poder detallar con esa veracidad los rasgos distintivos en cada rostro. Los cuatro Príncipes Oscuros, sus Vástagos y el resto del clan eran una mezcla de etnias de todo el mundo, pero la belleza inhumana era una característica que todos compartían.

Las enormes puertas de la sala se abrieron dando paso a un par de hombres que arrastraban a una mujer que gritaba y se retorcía con la intención de liberarse; actividades que no propiciaron éxito alguno. La mujer estaba a mediados de la adultez, tenía el cabello rojizo enmarañado y la cara afilada llena de suciedad, sus grandes ojos castaños estaban encendidos de ira. Volvió a retorcerse sin lograr más que aumentar el dolor en sus muñecas. El corsé del vestido le caía por un lado a falta de lazos suficientes, lo que dejaba sus pechos pequeños y níveos casi a la vista, la falda estaba hecha jirones y carecía de zapatos.

Los guardias empujaron a la mujer sin ninguna delicadeza y cayó de bruces sobre el lustrado piso unos centímetros más allá de las personas que la custodiaban. Las cadenas que aseguraban sus manos hicieron el ruido de campanillas al chocar contra el suelo. Temblando, trató de ponerse de pie, pero sus fuerzas fallaron, por lo que quedó sostenida de sus rodillas y manos. Antes de encontrar el valor para encarar a aquellos que habían dado la orden de apresarla, se permitió un minuto para observar su deplorable aspecto en el reflejo que las baldosas le devolvían. Por un momento le pasó por la cabeza que se tenía merecido todo lo que le habían hecho por no ser lo suficientemente fuerte para escapar de ello, pero eliminó el pensamiento con rapidez. No, ningún ser humano se merecía que lo trataran de esa manera. No por ser más fuertes que ella tenían el derecho de humillarla y dañarla. Apretó los dientes y los puños. No se daría por vencida tan fácil. Si de todas formas iba a morir, lo haría luchando.

De su boca una gota de sangre cayó y, con el miedo recorriéndola de pies a cabeza, se precipitó a limpiar el suelo para luego enderezarse y quedar de rodillas. Su vista recorrió los cuatro tronos principales de izquierda a derecha y una sensación de vacío se instaló en su estómago a pesar de que los cuerpos seguían inmóviles. Hubo un breve momento de calma antes de que las estatuas de mármol comenzaran a cobrar vida. Un suspiro innecesario, un parpadeo por costumbre y luego el siseo unísono que salía de las bocas entre abiertas de los Príncipes Oscuros.

—Mis señores, mi señora, es ella —dijo uno de los guardias que habían escoltado a la rehén.

Los cuatro Príncipes se pusieron de pie en un movimiento sincronizado y al tiempo de lo que dura un parpadeo rodearon a la dama. La estudiaban desde el interior de las capuchas que les cubrían el rostro, murmurando tan bajo que era imposible para un humano saber lo que decían. Uno de ellos dio un paso más cerca de la mujer y le alzó la barbilla con delicadeza para que lo mirara a la cara.

—¿Tu nombre? —pidió el monstruo en rumano.

Ella negó lentamente con la cabeza.

—Creemos que no habla rumano, mi señor —se apresuró a informar uno de los guardias.

El Príncipe le soltó la barbilla, pero no dejó de observarla con detenimiento e interés.

—Di tu nombre —demandó la única Princesa en húngaro.

—I-Ima-ara.

—Tu nombre significa inocencia, ¿lo eres? —preguntó maliciosa la misma Princesa, quien de un movimiento casi invisible le terminó de arrancar el corsé dejándola desnuda de la parte superior del cuerpo.

La oscuridad que nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora