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Parpadeo un par de veces, intentando vencer al sueño. Anoche al final me acosté tarde, porque estaba pensando en todo lo que había pasado y mi mente iba a mil revoluciones por minuto. Mi madre no preguntó nada mientras la ayudaba a limpiar y a cerrar el bar, pero algo en su mirada me dice que se huele que las cosas no son como siempre. Nunca hemos sido de muchas palabras, más bien somos de notas y arrepentimientos, pero de alguna manera sé que en algún momento me va a caer un interrogatorio de su parte. Igualito al que llevo unas cuantas horas evitando por parte de Cris, y del que no me escaparé hoy.

Las luces de la mañana entran en mi habitación sin permiso, como si quisieran decirme que el día ha empezado —me sienta como me sienta— y que debería salir de la cama. Por un segundo, me vence la debilidad: no quiero. No quiero, no quiero y no quiero. Como una niña pequeña. No quiero asumir esta responsabilidad que me pulsa en el pecho con ganas. No quiero percibir la esencia de Leo al otro lado de la calle, sabiendo que él se ha despertado un rato antes que yo. No quiero tener que decidir cómo me siento respecto a Nico, no quiero saber que él lo tiene clarísimo, como si fuera lo más seguro de su vida. Es una responsabilidad que no quiero asumir.

No quiero tener que cambiar de esta manera. Sé que he estado toda mi vida quejándome, que he anhelado salir de Azor y transformar mi vida, pero desde luego que esto no es lo que estaba pidiendo. En el fondo, soy una miedica. Tengo miedo. De lo que me puede pasar, de involucrar sin querer a los que me rodean. Tengo miedo de todo. Por mi propia vida, lo primero. Al fin y al cabo, me han convertido en contra de mi voluntad en una pieza clave en una guerra que se remonta a la creación de la humanidad. Y eso no augura nada bueno, ni fácil.

Me permito sentirme por un momento como una niña pequeña abrumada por todas las decisiones, por todos los instantes que van a sucederse a partir de hoy. Es el primer día en el que tengo que incorporar mi rutina a mi nueva realidad, en el que tengo que ser dos personas a un mismo tiempo: Lara, la estudiante universitaria de casi veinte años, y la Invocadora, una criatura fantástica de la que no tengo demasiada idea.

Desde luego, se me va a hacer bastante cuesta arriba el creérmelo todo.

Me levanto muy a regañadientes antes de notar que la esencia de Leo se mueve y se agita de alguna manera. Frunzo el ceño, pero no le doy más importancia. Si sigo fijándome en ese chico, entre los dos hermanos me van a volver loca. Me quedo un segundo mirando al infinito sentada en el borde de la cama, y el despertador del móvil vuelve a sonar. Lo apago de un manotazo y resoplo.

Cuando bajo las escaleras, lo que menos me espero encontrarme es a Leo. Ahí. Otra vez. Y yo otra vez con mi moño, con mi sujetador deportivo y los pantalones de chándal.

«Si es que a estas alturas ya deberías aprender» me digo a mí misma, casi tentada a encargar por Internet algún pijama mono. Si tuviera dinero...

—¿Qué demonios haces aquí? —protesto, mientras me dirijo hacia la cafetera.

Hoy no hay nota de mi madre, ni café recién hecho, así que tengo que darme prisa si no quiero que me pille el toro y llegar tarde a clase.

—Me toca hacerte de canguro otra vez —Se encoge de hombros.

Le echo una ojeada disimulada mientras preparo la cafetera. Lleva una camisa a cuadros, muy de profesor, y unos pantalones formales de color claro. Se ha peinado un poco el pelo, aunque el llevarlo un poco largo le da un toque bastante desenfadado. En esa postura, con las manos en los bolsillos, me lo comería entero. Y supongo que eso es exactamente lo contrario a lo que debería pensar cuando lo miro.

—Espero que no pretendas llevarme a la uni.

—Pues esperas mal.

—Va a quedar súper turbio. Un profesor llevando a una alumna...

Invocadora [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora