Capitulo 2

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 A Diego tampoco le gusto, no le gusto nada. No sabia quien era ni que quería ni que hacia allí.

- Hola Diego, mi nombre es Vanesa. Estoy aquí para ayudarte en este momento. Es normal sentir tristeza, ira y otros sentimientos desagradables y tal vez desconocidos para ti.

Madre mía la cara de Diego era un poema, él conocía muy bien esos sentimientos y otros muchos más oscuros. No dijo ni mu, se la quedo mirando impasible. Ella seguía con su cara amable, su voz bajita y esa expresión de yo te entiendo que a mi me enfurecía.

- Veras Diego el duelo consta de cinco etapas la primera es negación la segunda....

Al oír esto Diego se levanto la miro desafiante cogió su móvil y su mochila y se dispuso a subir las escaleras pensando en la negación volvió a mirar sus chats, nada. Pedro se esfumo. Negación. Yo también me relaje subiendo las escaleras un ultimo vistazo a la señora amable pensando: en serio? No se te ocurre otra cosa, persona condescendiente?. En la cocina estaban mas calmados ahora hablaban de flores y ropa. Tampoco yo entendí muy bien esto.

Entramos en el dormitorio, me gustaría decir que era la típica habitación de adolescente. Pero no. Solo había una cama pequeña para el metro setenta que mide Diego con catorce años, cubierta de una colcha azul cielo, más apropiada para un niño de cinco años, que era la edad que tenia la ultima vez que su madre se preocupo por él. Un sillón viejo herencia mía, aunque él no lo sabía. Lo había encontrado hace un par de años en el sótano. Se lo agencio lo cual fue motivo te miles de discusiones con su padre. Algunas demasiado subidas de tono. Incluso el

sillón fue un par de veces a la basura teniendo Diego que recuperarlo. Era para él muy importante tenerlo y para su padre muy desagradable. Pero al final, arreglo el asunto no volviendo a entrar en la habitación de su hijo mayor . Un pequeño mueble con demasiada poca ropa para el 2020. y una mesita de noche adornada con un cargador de móvil.

No había nada más pero estaba esa gran ventana desde la se que veía un hermoso jardín. Carta de presentación de la familia. Al igual que la casa por fuera todo se veía limpio y ordenado para cada estación del año. Era normal, su padre invertía todo su tiempo libre en él. No era así de puertas a dentro to estaba sucio y desordenado en especial sus habitantes.

Se tumbo en la cama y la ventana le ofreció sus vistas así que pudo volver a concentrarse en Pedro. Yo aproveche el momento para acariciar la suavidad de mi sillón. Era una de esas cosas que no olvidas ni al morirte.

Pero esto duro poco, entro su padre con un horrible traje negro en una percha y voz condescendiente. Hasta a mi me sorprendió ver a mi hermano así, no parecía él. Solo tenía 40 y pocos y parecía mucho mayor. Uy y ese tono en su voz. No, ese no era mi hermano. Otro que se sienta encima de mi pero vamos a ver, que es desagradable¡.

Bien, me fui a la ventana, aquí nadie se apoya. Están vivos tienen miedo a morir. Y hacen bien, no es muy útil estar muerto. Creedme.

  -Diego cariño, .... El tono de mi hermano era espeluznante pero ese cariño entrecortado hizo que él corazón de Diego se despertara al menos un poquito y sus ojos se llenaran de lagrimas. Le había dicho cariño, a él, le había dicho cariño. No pudo evitarlo. Las lagrimas salieron a mares. Esto en vez de conmover a su padre lo enfureció así que empezó con su discurso en su tono habitual. Cuanto daño a hecho la mili en este país: - No puedes derrumbarte, tienes que ser fuerte hoy no es un buen día para tus histerias. Tu madre esta destrozada tienes que apoyarla....bla,bla,bla

Como no, pensó Diego mientras su corazón volvió a enfriarse. Así que una vez más se comió sus lagrimas y sus sentimientos ya no hablemos de necesidades Diego ni siquiera sabía que las tenía. Apunto mentalmente las peticiones de su padre. Tenía que asearse y vestirse "bien". Tenía que ser rápido. Se iban no había entendido a donde. Le daba igual. Hizo lo que le pidieron no estaba de humor para un enfrentamiento con su padre. Además, ¿a quién se lo contaría? Pedro no contestaba.

Se reunieron todos en el recibidor de la casa. Parecía que poner cara de brisca era indispensable para la reunión. Ahí estaban mis padres y mi hermano eran expertos en estas situaciones. Hacía años habían pasado por lo mismo. Mi cuñada, no. Gritaba y se desmayaba por momentos. Nunca me gusto. Para mi le gusta mucho ser el centro de atención pero tal vez hoy se lo merece. No sentí gran pena por ella. Sin embargo por Diego si. Cada lagrima de su madre le dolía más que las suyas. Poco se habla de lo que le duele a los hijos ver llorar a sus padres sin embargo, al contrario es como muy poético. Tal vez es esta costumbre tan nuestra de no escucharlos. Por Dios son niños no tontos. Si, los niños también sienten.

Nos subimos los seis al viejo coche de mi padre, en realidad sólo eran cinco yo aproveche mi condición de fantasma para sentarme en el regazo de mi madre. En la parte de atrás al lado de la ventanilla. El la otra ventanilla iba mi hermano con la mirada perdida en el medio un Diego totalmente desconcertado y triste. Mi padre conducía y al lado mi cuñada que seguía sollozando.

Vi muy de cerca la cara de mi madre, pude ver como se aguantaba las lagrimas y sentir la angustia en su pecho, me hubiera gustado tanto abrazarla. Pero solo pude apoyarme en su hombro. Un suspiro ahogado salio de su boca, y de pronto una media sonrisa mientras miraba al cielo. Eso se me hizo extraño. De dijo.: No os preocupéis el pequeño Gabriel no estará nunca más sólo, su tía Lucía cuidara de él.

Eí, eí, eí...su tía Lucía era yo, y no. No iba a cuidar de él. Lo siento mamá tengo otras prioridades. Además el pequeño Gabriel estaba enfermo muy enfermo. Y Yo tenía a Diego que me necesitaba mucho, su familia ni lo veía. Y Diego estaba sana y le esperaba una larga vida por delante. A veces es necesario ser objetivos. Prioridades señores.

Sin embargo todos coincidieron con ella, la buena de la tía Lucía lo cuidaría. Resulta curioso que pensaran que era buena, cuando estaba viva su percepción era muy distinta.

Otra cosa buena de estar muerta.

 Llegamos al tanatorio donde nos tenían un sitio reservado para aparcar. Mis padres caminaron con sus brazos enlazados, al igual que mi hermano y su pálida esposa. Como siempre Diego solo. Solo en la vida y solo en el camino hacia el mismo infierno. Los velorios no eran precisamente agradables, y para los familiares resultaban una tortura. O al menos para algunos como pude comprobar más tarde.

Mi niño mostraba una gran entereza con un semblante serio e imperturbable. Con su traje de persona mayor y su soledad creo que me dio más pena de lo normal. Me acerque y pude percibir su esperanza. A estas alturas había comprendido lo que estaba pasando, su hermano se murio. Vale. Se sabía estaba muy enfermo y en algún momento esto iba a suceder. Tendrían que estar horas en el tanatorio, los vecinos y amigos vendrían a darles el pésame y en su fuero interno solo deseaba una cosa que Pedro fuera uno de esos amigos. Además tal vez después de todo esto, solo tal vez, sus padres volverían ser los mismos. Volverían a cocinar juntos, y volverían a quererlo. Esto le proporcionaba una paz interior y hasta cierto punto alegría. Estaba mal, era consciente que estos sentimientos no eran los esperados, pero lo reconfortaban tanto que no quería dejarlos ir.

Esto me tranquilizo, lo cual me vino bien para centrarme en mi misma. En este mismo lugar había terminado y al mismo tiempo empezado mi historia. En esos mismos sillones mis padres y mi hermano habían llorado desconsoladamente mi repentina muerte, hacía ya treinta años. Mirando y acariciando ese mismo cristal, al otro lado un precioso ataúd blanco me servia de refugio.

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⏰ Last updated: Mar 31, 2020 ⏰

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Convivir con la muerteWhere stories live. Discover now