Porfirio separa los labios para continuar, pero el sonido de varios autos deteniéndose frente al restaurante y de las personas haciendo un espectáculo de ello lo detiene. Me estremezco al mirar por encima de mi hombro y descubrir a Arlette de pie entre los dos escoltas que me catearon, ellos arrastrando las manos por su lindo vestido blanco, bajo una especie de capa, en conjunto con un ridículo sombrero en la cima de su cabeza y tacones triangulares en la punta del mismo color. No trae ninguna joyería a excepción de un brazalete dorado con un solitario diamante cilíndrico y puntiagudo del tamaño de una bala. Sonríe en mi dirección cuando me nota mirándola. Antes de dejarla ir, los sujetos le echan un vistazo a su maletín, al igual que hicieron conmigo, y sacan un arma dorada de él con las cejas alzadas. 

Leo sus labios, los cuales son rojos y brillantes, cuando le responde.

─No está cargada.

Tras comprobarlo, la dejan ir.

─Bien, esto se acaba de poner interesante ─dice Porfirio cuando me doy la vuelta para enfrentarlo─. ¿Qué hace una Cavalli aquí?

Tomando en cuenta que sus aspiraciones son volver a Chicago, no me sorprende que sepa quién es Arlette. Lo que sí lo hace es la manera en la que sus ojos marrones brillan con desagrado. Quizá Carlo fue el directo responsable de su expulsión. Sin ceder a las ganas de tomar su muñeca y preguntarle dónde ha estado todos estos días mientras la aprieto, me limito a llenar mis fosas nasales de su aroma a perfume de miles de dólares cuando se sitúa entre nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.

─Mucho gusto, Porfirio ─dice, tendiéndole la mano y abriendo el maletín con centenares de diamantes frente a ella, siendo directa y nada discreta─. Soy...

─Sé perfectamente quién eres ─gruñe él─. La hija del hombre que me quitó todo  porque le dije a su esposa que era hermosa y que me encantaría enseñarle un par de movimientos de baile.

La sonrisa de Arlette flaquea por tan solo unos segundos.

─Ah ─susurra─. Entonces creo que el hecho de que ya sepamos quién es quién en esta mesa hará nuestra negociación más fácil.

Mi frente se arruga.

─¿Qué negociación? No negociaré nada contigo. Eres la hija de mi enemigo ─ríe Porfirio, pero la única respuesta que recibe es la de Arlette tomando la pistola que antes sus escoltas notaron y haciendo un movimiento en la que pone el diamante de su brazalete en su interior, malditamente apuntándolo con algo que puede estar cerca del millón de dólares.

Oficialmente la bala más cara de todos los tiempos.

Aunque no estoy acostumbrado a ser la voz de la razón, no me queda de otra. Me sitúo al lado de ella mientras coloco una mano en su hombro. Si lo asesina, nos matarán y a Pen. Las personas a nuestro alrededor también empiezan a correr hacia la salida, aunque algunos de ellos se quedan sin dejar de mirarla. Infiltrados. Incluso hay una madre con su bebé empezando a sacar su arma de debajo de su almohada en el cochecito.

─Arlette... ─susurro en su oído─. Cálmate.

Porfirio, manteniéndole la mirada, afirma.

─No seas estúpida. Morirás apenas me disparen. La única razón por la que no lo han hecho ya es porque saben lo importante que es este trato para mí. ─Su mentón se alza, su expresión victoriosa, cuando nos rodean─. No tienen otra alternativa más que aceptar mis términos si quieren volver a ver a Penélope... o salir de la isla con vida. Me hacen su distribuidor oficial y me entregan la cabeza de Marcelo Astori en una bandeja de plata o no la verán jamás.

Arlette se limita a sonreír de nuevo.

Mi cuerpo se estremece cuando escucho el seguro de su arma siendo retirado y se acerca más a Porfirio, lo que ocasiona que sus infiltrados terminen de revelarse y sus escoltas se acerquen.

Cavalli © (Mafia Cavalli ll)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora