CAPITULO 2 SAMANTHA

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Leí hasta quedarme rendida. Buenísimo, tenía que entregar un importante proyecto que sumaría puntos en mi título. Apagué la luz y me sumergí a lo que sería mi último sueño feliz.

Unos gritos provenientes desde el despacho de mi padre me despertaron de golpe. Miré la hora desorientada, las dos de la madrugada.

Bajé las escaleras sin hacer ruido, no quería que me echaran y perderme lo sucedido. Si la discusión se tornaba en contra de mi padre saldría en su defensa.

– ¿Y qué haremos ahora?

–No lo sé, quiero irme, no me haces bien –gritó mi madre.

– ¿No te hago bien? ¿Y que no estés en todo el día nos hace bien? Creo que los dos tenemos la culpa –dijo mi padre.

– ¿Yo la culpa? ¿Por hacerme infeliz y no valorarme?

–Lo trato, pero sabes que mi pasado hace que no pueda avanzar, y tú aceptaste eso al casarte conmigo ¿Porque el cambio?

–No quiero más a una persona violenta – Esas palabras seguro que le dolieron a mi padre.

–No lo soy, nunca te he herido, nunca lo permitiré –dijo en un susurro, supe que estaba llorando.

– No es cierto. Me lastimas con tus comportamientos al no saber enfrentar los problemas y sé que un día no te controlarás y vas a golpearme –

–Nunca –gritó mi papá – ¿Quién ha puesto eso en tu cabeza?

–Nadie –dijo mi madre en voz baja. Ocultaba algo.

– Dime, ¿Quién mierda fue?

– Eduardo.

– Lo sabía, ese hijo de su... – me tapé los oídos al escuchar todos los insultos que salieron de la boca de mi padre, insultos que no conocía y que luego había incorporado a mi vocabulario.

De la nada comenzó a arrojar cosas.

–Sabía que había algo entre ustedes.

Mi madre no dijo nada, lo que era una confirmación de esa terrible declaración.

– ¿Cómo pudieron? ¿Cómo has podido? –siguió mi padre, cada vez más fuera de su eje.

De golpe, la puerta de entrada se abrió, mi tío entró sin mirar al frente a la escalera donde me encontraba sentada, petrificada.

Eduardo apareció en el despacho de mi padre donde transcurría el gran espectáculo y le tendió un gran golpe en el rostro a mi papá. Una vez en el piso sacó el arma de su bolsillo y le dio justo en el pecho, sin piedad. Para esa terrible escena yo ya me encontraba en el marco de la puerta mirando con horror lo que se cruzaba en mis ojos. Todo sucedió en dos segundos y no me dejó tiempo para explicar que no había golpeado a mi madre, que nos dejaran en paz y se fueran juntos. Que solos, íbamos a estar bien. Pero que no me lo quitara para siempre.

– ¡Noooooooo! – grité mientras me tiraba al piso para abrazar a mi padre. Se movía entre mis brazos, estaba convulsionando.

Me di vuelta con lágrimas en los ojos, con un panorama borroso vi lo que tenía a mis espaldas.

– ¡Vamos! –gritó mi tío agarrando a mi madre por el brazo. Ella me miró fijo, deseando que saliera atrás de ellos corriendo. Pero se llevó la gran desilusión cuando sus ojos tristes se encontraron con los míos enojados, llenos de odio hacia ella.

Salieron corriendo y solo escuché como resonaron los neumáticos de su auto en la acera, una vez que se dieron a la fuga. Me levanté rápido y llamé a la ambulancia. Quería tener esperanza, uno siempre la tiene aunque sepa que la historia final vaya a ser otra, un final no feliz.

De golpe imágenes se me pasaron por la mente, estar tirada al lado de mi padre mirando como sus ojos se fueron con una mirada triste, eso me destroza hasta el día de hoy y lo sueño todas las noches. Imágenes de la llegada de la ambulancia, las declaraciones de la policía, y lo peor, el funeral y el entierro.

Un entierro en el cual me encontré sola. Las únicas personas a las que necesité no estaban, uno se había ido para siempre, y él otro no contestaba el teléfono. No mi madre, con esa zorra no hablo, sino quién, luego de eso, logró dar el golpe final para que me convirtiera en lo que soy hoy.

Estaba sola, un día de lluvia. Sin saber qué hacer, perdida por mis sentimientos, perdida por mis decisiones. Luego de cuatro horas entre estar parada y sentada en el mismo lugar frente a la tumba de mi padre decidí que rumbo tomar. Como lo iba a afrontar.

Salí corriendo. Siempre corriendo de los problemas.

Primero pasé por un lugar para confirmar lo que ya hace dos semanas antes de la muerte de mi padre había sospechado.

Entré corriendo sin llamar a la puerta, no pensaba ser educada en ese momento, menos cuando todo se había derrumbado. Quería confirmar la corazonada que hace tiempo tenía e ignoraba.

Tenía razón, mi presentimiento ganaba una vez más.

Ahí estaba el desgraciado de mi novio, en el momento que más lo necesitaba, en la cama con otra.

No dije nada, simplemente salí de ahí con la frente en alto. Totalmente decidida a que rumbo iba a tomar mi vida. No pensaba cambiar de opinión. Lo molesto fue que no se dignara a seguirme, tampoco es que quisiera pero así al menos mi dignidad no estaría tirada en el piso, totalmente destruida. Y eso no iba a sucederme nunca más.

Una vez dentro de mi casa rompí todo lo que se me cruzó en el camino hacia mi habitación.

Sentía mucho odio, pero así aprendí que los finales felices no existen.

Una vez en mi cuarto destrocé todo lo que estaba a mi vista, pinté las paredes con aerosol, tiré la ropa infantil que la zorra de mi madre me obligaba a usar y la cambié por prendas que siempre fueron de mi gusto. Negras.

Si la vida me daba oscuridad la iba a aceptar como mi color favorito, mi color a seguir. No veía otra cosa a través de mis ojos marrones, todo el color que habitaba en la casa se había ido, los días felices, el calor hogareño, todo se había derrumbado en un solo día. Tenía que apagar el color que tanto me derrumbaba, que me hacía ver que no había servido para nada tanto amor y luz. Todo se volvería algo oscuro, algo siniestro.

Y en eso me convertí, en algo siniestro.

...

Voy a salir del agua, de seguro el policía ha pasado de largo, no puedo seguir pensando y recordando el pasado, no es típico de mí. Por algo había ido por el alcohol, para olvidar lo que me atormentaba.

Mi decisión es la correcta, tapar el color y devolver la oscuridad que me habían entregado. La vida no es justa. Como siempre digo ¨Dios le da pan al que no tiene dientes¨.

Siempre di más de lo que recibí, luché por alguien a quien amaba pero no recibí lo mismo de su parte. Aprovecho cada oportunidad que tengo para hacer sufrir a quién me lastimó, demostrarle que ya no soy esa de quién se burló, que ahora lo que no pudo conseguir de mí se lo doy a esos que se hacen llamar sus amigos. A mi madre, le tenía otros planes, me vengaría de la zorra por haber huido dejando a su marido tirado en mis brazos, quién estaba ahí para ella a pesar de todo, para darnos amor y afecto. Pero no le fue suficiente, y nos abandonó por ese hombre... su propio cuñado, siempre tan hostil, y envidioso de mi padre para terminar arrebatándonos, lo que tanto sacrificio le había costado.

Me saco la campera, escurro mi remera, el pelo y sigo mi camino por el medio de la calle, dejando un camino de gotas de agua a mi pasar. Gotas que nunca derramo por mis ojos, pero están escondidas en mi ser. 

SUMERGIDOSWhere stories live. Discover now