Capítulo 7: Habilidad de fuego

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—Es temporal. Tu hermana te va a enseñar a controlar el fuego para que no se desborde como ayer, con la magia hay que tener cuidado. Hay que saberla usar, cariño.

—De acuerdo, madre.

Paso las primeras horas entre las cuatro paredes de mi habitación. Inquieta, con ganas de salir y retomar la rutina de mi vida. Nunca imagine que estar yendo todos los días por los paquetes de mi madre fuera algo que extrañaría.

La puerta de mi habitación es abierta. Mi hermana no puede ocultar su desagrado hacia mí, desde que el fuego ha cubierto mi cuerpo su rostro se ha vuelto muy expresivo, molestia, incomodidad... ningún sentimiento me hace sentir en casa o en familia. Cada vez me siento más excluida. Antes era fácil sobrellevar la situación con mis hermanas, pero ahora, ahora no.

—Acompáñame. Voy a enseñarte como dominar el fuego —cada una de sus palabras destilan veneno, si no conociera a mi hermana Nariel la confundiría con una serpiente.

Ella ha tejido su cabello rojizo hasta formar una corona de trenzas, una gargantilla con un rubí en forma de gota tan rojo como la sangre cuelga de su cuello. No lo había visto antes, me quedo mirando la piedra y es una atracción inmediata que me transporta al bosque, el cielo oscuro, el olor a humedad y el sonido de una danza. La luna es tan grande que parece un enorme plato en el firmamento, y sangra... sangra hasta que las gotas caen en medio del claro donde varias mujeres con apenas una tela casi traslúcida bailan en una misma sincronía. La sangre mancha a las mujeres que se mueven con mucha más energía y sensualidad. Una melena roja... Nariel se mueve de la puerta y pierdo contacto con el rubí.

¿Qué fue todo eso? Se parece a aquella noche, Nariel no estuvo allí o ¿sí?

Salgo de la habitación, sus pasos golpean con fuerza el suelo, ella va bajando las escaleras. Me detengo un momento a mitad del pasillo, un leve mareo, respiro. Esa gargantilla emite un poder muy fuerte, y de alguna manera mi cuerpo lo repele. Quiere expulsar lo poco que queda en mi mirada de lo que sea que me haya hecho ese rubí.

—¿Qué estás esperando, Selt? No tengo todo el día —grita Nariel desde alguna parte de la sala.

—Voy —respondo.

Ya se me ha pasado. Unos pocos pasos, alcanzo la escalera, no me siento mareada, pero igual me sostengo del barandal, solo por si queda algún residuo de ese poder. Nunca había sentido algo parecido, de hecho, nunca había sentido absolutamente nada de magia. Mi subconsciente me dice que ese poder es de cuidado.

La sigo hasta el exterior de la casa hacia el bosque. Lo ocurrido en la luna de sangre me atemoriza. Alejo esos pensamientos. Mantengo mis manos juntas y un ritmo no muy apresurado como una nena obediente. Se detiene bajo la sombra de tres árboles de tronco delgado y grandes hojas en sus ramas.

—No serás más importante que yo ahora que tienes magia, Selt —es lo primero que dice con las manos en su delgada cintura, el corsé parece que le quitara el aire, pero ella sigue de pie. Se da vuelta y puedo ver su molestia, en cada facción de su cara.

—No entiendo por qué te molesta tanto —no entiendo muchas cosas desde el incidente del fuego, y solo han pasado horas.

—¿Por qué? Nunca te has visto en un espejo, eres débil y tonta. No mereces todo el poder que te ha sido otorgado por nacimiento —gruñe como una bestia, un animal salvaje oculto detrás de su tersa piel.

Por instinto doy un paso atrás. Ya he probado la furia de cada una de mis hermanas en el pasado, sé cuándo debo permanecer alejada.

Niego.

—Ni siquiera sé a qué te refieres, Nariel.

—No es algo que me sorprenda, nunca has tenido la capacidad de comprender absolutamente nada.

Enmerald. Guardianes 1. Origen De Los OscurosWhere stories live. Discover now