Capitulo I - La Bahía del Sol

Depuis le début
                                    

Había cientos de murmullos, palabrerías mientras trataba de cerrar los ojos, el tormento del ruido, la luz, todo me estaba dando una fuerte migraña, el subastador no dejaba de manosearme y hablar palabras que para mí perdieron el sentido, me hacía caminar y dar vueltas, como si mostrara un trofeo de caza.

- Te daré cien Daraes por él... - mencionó un hombre entre el público, otro le subió la oferta y así se caldeó el ambiente entre gritos y pujas, hasta que un hombre gordinflón y ataviado de telas coloridas bajó de su palanquín y se puso al frente - Te pago.... Dos mil Tarians de oro por todos los que tengas acá... - El subastador dio un brinco hacia atrás de la alegría y miró a los demás esclavos junto a mí, contando con los dedos y mirándole después, escasamente llegué a escucharle decir "Dame dos mil y quinientos Daraes de plata más y puedes llevártelos a todos... -

El público desairado se disolvió un poco mientras los piratas nos ponían en fila de nuevo mientras que uno de los escoltas del obeso hombre, cuya voz era irritante y agudamente melosa, cuando bajamos, otras personas más fueron subidas, no era la única tarima, al igual que esa había decenas más de ellas, todas al mismo tiempo llenas de prisioneros, caí en cuenta de que era un mercado de esclavos, mientras un soldado del hombre gordo nos halaba para montarnos en una carreta, el hombre siguió hablando desde su palanquín tirado por dos caballos.

- Yo soy su dueño ahora... y deben obedecerme... o si no, los mandaré a azotar tantas veces que la piel se les caerá de la carne – el tipo hablaba como si fuese una broma la que nos estuviese contando y le costara tan siquiera aguantar la risa.

El viaje lejos de esa ciudad era un trayecto largo por una ruta pedregosa y árida, entre arboledas de lo que parecían arboles de castaño, la mujer adulta y la chica embarazada, estaban juntas al igual que uno de los hombres abrazaba a los niños, ambos parecían apenas comenzar la adolescencia, los otros dos hombres, uno que me igualaba en edad y el otro ya con la cabeza cubierta por las canas, estaban conmigo ahora ahí, el destino fatal nos había traído de diferentes lugares a uno en común.

"El amo Arusab" como le llamaban los soldados, nos veía a todos, sucios, demacrados por la falta de sueño y comida, por lo que ordenó a su sequito de guardias y sirvientes, que nos colocaran algo decente de vestir luego de salir de la ciudad, varios de los que se habían reunido con nuestra caravana, incluyendo otras dos más con otros esclavos, que esa noche acampara todo mundo en un bosquecillo cercano al camino, entre algunas colinas, a falta de tabernas o posadas en la vereda. Las carpas ya estaban listas al atardecer, nosotros estuvimos en paz por unas horas, atados al poste de la misma con largas cadenas en los tobillos, clavadas al poste con gruesos clavos por lo que sería imposible arrancarlos, así que me senté en una pila de harapos y pieles que me dieron para armar mi catre, tan solo a pensar un poco.

Por un pequeño momento podíamos por fin, liberarnos levemente del miedo, ¿O quizás caímos en peores manos de las que nos habían capturado?

Un soldado me dio un par de zapatillas, una calza de tela y un jubón de lino, lo mismo hizo con los demás, a la chica embarazada y a su acompañante, lo más que podían hacer era ofrecerles un par de túnicas que les llegaban hasta las rodillas, lo noté cuando le vi pasar a la carpa donde nos asignaron dormir.

- Me llamo... Sacia... ¿Cuál es tu nombre? – La mujer mayor, que tenía sobre los hombros un desteñido trapo a modo de chal, se acercó a mí junto a su hija, ambas arrastrando sus cadenas, les vi desde abajo y esperé a que se sentaran. - Kosei... me llamo Kosei... - al parecer hablaban la lengua común, yo la había aprendido hacía unos años, pero su acento me hacía complicado el entenderles.

Ambas se sentaron una junto a la otra, frente a mí, por lo que las miré un tanto hosco y serio.

- Ella es mi hija Uma, quería pedirte las gracias Kosei... - al detallarla, vi que Sacia tenía las manos finas y el rostro redondo y delgado, en su tiempo debió ser una joven hermosa, pero ahora tenía cierto encanto con todo y los hilos de plata en su cabellera cobriza.

La Princesa y El JenariOù les histoires vivent. Découvrez maintenant