Capitulo I - La Bahía del Sol

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Habían pasado días, quizá semanas o meses, lo único que daba un recuento del paso del tiempo era la visita periódica del carcelero con un cuenco de licor amargo y caliente que quemaba la garganta cada noche y por lo que parecía el día al abrirse la escotilla superior, el hombre corpulento y pesado hacía rechinar las tablas bajo su peso, repartiendo un tazón de agua para cada uno de los hombres que estaban atados allí junto a mí.

- Vamos a morir acá... lo presiento, estoy seguro... - uno de los hombres en la fila del frente no dejaba de balbucear y contorsionarse tratando de librarse de los grilletes, pero era inútil, a mi lado estaban otros, ancianos y jóvenes, de diferentes tonos de piel, cabello y ojos, estábamos en una enorme cámara bajo la cubierta de un barco, había parado al parecer.

- Calla... calla tonto... nos van a joder por culpa tuya... - El que estaba al lado de este le dio un codazo a las costillas como buenamente pudo, todos estábamos bastante hastiados y hasta las narices con el mal olor y la suciedad de ese espacio tan pequeño.

Habíamos pasado tanto tiempo en el mismo lugar sin apenas poder movernos, que el tiempo ya era algo tan difuso que costaría adivinar qué hora era, apenas si pude pestañear ante la luz  cuando la escotilla se abrió y por los peldaños fueron bajando los brutos que habían capturado a todos incluyéndome, me quedé cabizbajo mirando al suelo mientras ellos elegían a varios tirándoles de la camisa o el cabello, a gritos de - ¡muévanse malditas escorias! ¿Son sordos o imbéciles? – uno de los piratas me tiró contra la viga del mástil de un jalón por lo que quedaba de mi roída camisa y me hizo levantar. –Muévete... rayado... - mientras caminaba a trompicones sentía los jalones de los grilletes sobre mis tobillos, los golpes de una vara sobre mi espalda y el calor intenso sobre mi cuerpo cuando salí afuera del nicho pestilente donde nos habían encerrado.

La luz del sol era groseramente penetrante y me costaba ver bien donde me encontraba, al parecer estaba en una enorme bahía protegida por gruesos muros de roca, donde el mar dejaba su profundo azul para hacerse verduzco, entre muelles y astilleros, estaba la barca que nos había arrancado de los maderos flotantes de las ruinas de cada naufragio que habían provocado.

- Acá... bien... bien malditos perros, pórtense bien o los haré tragarse un pescado podrido –

El que marcaba el camino era tan ancho como una puerta, tenía en la mano la cadena que nos unía a todos por los grilletes, por lo que me tuve que guiar con la ayuda de mis compañeros, como no hacerlo estando ante semejante situación, las horas siguientes fueron mucho peores que en el barco, antes de llevarnos a una palestra de subastas, nos hicieron desvestir y lavarnos con agua de mar, fue entonces cuando la gente se sorprendió por mi aspecto, parado en la tarima, junto a otros tres hombres, dos niños y un par de mujeres, una de ellas estaba embarazada y sus grandes ojos estaban hinchados de tanto llorar, ella sostenía su vientre tratando de taparlo, al menos fue lo que vi, mientras la mujer mayor trataba de consolarla discretamente, el subastador me dio una seña para caminar al frente, mientras otro de sus servidores me empujaba por la espalda.

Me obligaron a pararme fuera del toldillo que apenas nos cubría, traté de discernir donde estaba, pero tanto el extraño acento del subastador, como las ropas exóticas de los mirones y curiosos se me hacían totalmente desconocidos.

- Así es señores... señoras, miren a este ejemplar, en el despunte de su apogeo sexual, fornido y bien alimentado, puede ser todo un semental... un buen guerrero o incluso un luchador ideal para las arenas de pelea... - al principio no entendía mucho sus palabras, pero podría reconocer algunos fragmentos de su parloteo.

En ese momento sentía verdaderas nauseas, no tanto por el viaje nefasto, sino por cómo me estaban ofreciendo, como si fuese un caballo de cría o un perro de pelea, el hombre me apretó la entrepierna y lo único que pude hacer fue resoplar iracundo mientras veía de reojo a los guardias desenfundar largas espadas, hombres y mujeres me veían por igual, mientras observaban las runas tatuadas sobre mi pecho, brazos y espalda, incluyendo mi cuello y las de mi rostro.

La Princesa y El JenariWhere stories live. Discover now