46. Vesta Galdottir

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Su cuerpo se sentía adormecido, pero ella ya estaba despierta. Lo estaba, de verdad, pero sus ojos no cooperaban, no querían abrirse. Su boca, mucho menos quería moverse, y su voz no quería salir a decirle a quien sea que estaba despierta. No sentía ni siquiera que exhalaba por su propia cuenta. Inmóvil, adolorida, aturdida. Olía a hospital, pero... ella no estaba en el hospital. No, había estado hablando con Vesta, la extraterrestre que con su pura presencia parecía despertar la lujuria de todos los hombres. Sí, habló con ella sobre su vinculado y James, lo recordaba bien.

James.

Un dolor le a travesó el pecho con la fuerza de una espada en llamas cuando lo recordó.

—Está despertando.

Era la voz de Natasha, podría reconocerla en cualquier lugar.

—Astlyr. Astlyr, ¿puedes oírme?

Necesitó de todo su esfuerzo para abrir los ojos. Ahí estaba su madrina con los ojos hinchados y rojos por el llanto. Había estado llorando, era obvio, pero ¿por qué? Ella lloraba en muy pocas y raras ocasiones.

—Estará bien —anunció la doctora. Astlyr apenas movió sus pupilas para mirarla. Era Helen Cho, la doctora de los Vengadores, que además trabajaba en un laboratorio de investigación financiado por Stark en las Nuevas Instalaciones de los Vengadores—. Sólo necesita reposar.

Estaba en la sala de emergencias, con la doctora parada a los pies de la camilla donde estaba recostada, Natasha a su lado sosteniéndole la mano, sentada en una silla. Notó que su brazo tenía una jeringa incrustada bajo su piel, suministrándole suero, y vestía una bata blanca.

—¿Qué ocurrió?

La doctora y Natasha intercambiaron miradas sospechosas que a Astlyr no le agradaron. Miró a Natasha fijamente, pero ella no se veía siquiera capaz de mirarla a los ojos. Así que recurrió a la doctora, quien no pudo huir de sus penetrantes ojos platinados, hinchados por el llanto del día anterior.

—Tenías tres semanas de embarazo.

Astlyr sonrió unos segundos después de escuchar sus palabras. Embarazada. ¿Estaba embarazada? ¿Iba a tener un bebé?

—Eso es —se llevó la mano a la boca para contener el llanto de alegría, hasta que sus lágrimas se tornaron amargas de repente—... ¿Dijiste... di-dijiste tenía?

—Lo siento mucho.

—No... ¡No! —gritó, su rostro rojo del llanto y el enojo. Tomó su vientre, como si protegiera al bebé que apenas se estaba formando, pero que sabía que ya no estaba. Se aferró a él. Su cabeza y su rostro le dolía por la presión y el esfuerzo del llanto— ¡No es cierto! —gritó, negando. No podía haberlo perdido. No podía perder lo que no sabía que tenía. Ni siquiera debía ser posible. Ella se regeneraba. Se curaba. No podía salir lastimada.

—Pasaste por mucho estrés, tus niveles de salud eran demasiado bajos para tu condición inhumana.

Es mi culpa. Lo maté, pensó.

—Astlyr, no lo sabías —dijo Natasha, adivinando sus pensamientos, y rodeó su muñeca para consolarla. Buscó su mirada, pero no la encontró. Astlyr no dejaba de llorar y negar con la cabeza.

Afuera de la sala, todos podían oír y sentir perfectamente su dolor. Astlyr gritó entre llantos, sin soltarse el vientre, deshaciendo el agarre de Natasha, deseando que nada fuera real, que despertaría en Wakanda al lado de Bucky, embarazada de él, ignorante del hermoso regalo no planeado que juntos habían hecho.

—¡Fuera! —gritó con todas sus fuerzas— ¡Largo! —exclamó, cerrando los ojos. Golpeó la cabeza contra la almohada. Acababa de perder a su nueva familia, Clint no estaba ahí para apoyarla, Bucky se había desvanecido frente a sus ojos y acababa de matar a su propio bebé.

—Sédala —ordenó Natasha.

—¡No! —gritó, arranándose la jeringa y quitándose la máscara de oxígeno. No iban a quitarle su dolor, lo único real, lo que le recordaba que todo era verdad y no una pesadilla. Su dolor era lo único que le quedaba.

Natasha la sostuvo por los hombros contra la camilla, miró a la doctora y asintió. Astlyr forcejeó con todas sus fuerzas, logrando removerse, hasta que Vesta entró a la sala y la sostuvo mejor. No pudo luchar contra la fuerza de la zorn y terminó por rendirse, demasiado débil. Lloró al techo, enojada con todos. No quería que la tocaran, ni siquiera que la miraran. Sólo quería llorar y gritar, pero también, quería desaparecer

 Sólo quería llorar y gritar, pero también, quería desaparecer

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