2. Mi amiga acosa a Sheldon Cooper

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—Llevá las Oreos —me pidió.

—¿Para que vos te las comas todas? No lo creo.

—Mmm... ¿Así que ahora Leprince te come toda? —Lourdes preguntó con voz pervertida entrando a nuestra aula.

—¡Por favor! Acordate de que estás hablando de Oliver —exclamé.

—¿Y? —dijo mi amiga, sentándose en su banco—. Sigue siendo un chico. Y por más que sea la encarnación de Sheldon Cooper, el de abajo debe hacerse escuchar de vez en cuando, ¿no?

—No tenés remedio, Lula —dije aguantando la risa—. ¿En serio querés hablar del miembro de Oliver?

—Sí, sí quiero —dijo con el entusiasmo de un nene al hablar de caramelos—. ¿Cómo creés que será en la cama? Viste lo que dicen sobre los calladitos.

—Si querés saberlo andá y encaralo —la reté con una sonrisa, esperando callarla con eso.

—¿Sabés qué? —dijo con un brillo perverso en sus ojos—. Lo voy a hacer. Vamos a ver qué tan Sheldon es tu amigo.

Me la quedé mirando con los ojos del tamaño de un plato. Estaba bromeando, ¿verdad? No podía estar hablando en serio. Pero por otro lado, sabía muy bien que donde Lourdes ponía el ojo, ponía la bala. ¡Oh, pobre Oliver! Lo que le esperaba.

—¡Oh, sí! Sabés que lo haré —dijo, y yo sabía que era cierto.

Déjenme decirles que, si yo era conocida como "la virgen de 4º", Lourdes era famosa por ser "la novia de media escuela". Tal vez "promiscua" era la palabra más amable para definirla. Y ahora parecía interesada en agregar a Oliver a su colección. ¿Qué había hecho?

Simplemente suspiré y me dispuse a fingir que estaba revisando mi tarea de Matemáticas.

—Él te va a esperar en la sala multimedial, ¿no?

Seguí fingiendo que estaba leyendo mi tarea. Pero que interesantes era el Teorema de Gauss.

«Tranquila, Penélope. No te metas» me dije a mí misma. Pero no podía dejar de pensar que debía salvar a Oliver de las garras de mi amiga. Además no quería ser testigo en una causa de violación.

En cuanto tocó el timbre de la última hora, salí corriendo. Sabía que Lourdes iría al baño para retocar su maquillaje antes de ir a la caza de Oliver. Eso me daba un par de minutos para rescatar a ese chico.

Por suerte lo encontré en la sala de computadoras, solo.

—Tienes dos opciones —le dije haciendo un esfuerzo por respirar—. Quedarte acá y ser acosado sexualmente por Lourdes, o ratearte conmigo.

—¿Quién es Lourdes? —preguntó sorprendido.

—La chica de la entrada.

—Vámonos —dijo, recogiendo sus cosas con más apuro del que lo haya visto jamás.

Cinco minutos más tarde habíamos burlado la seguridad del colegio y nos encontrábamos en la plaza que se encontraba a unas cuadras. Sabía que estaba mal ratearse, pero esto había sido una emergencia.

—Tomá —dije sacando un paquete de Oreos de mi mochila.

—Creo que estás comenzando a caerme bien —dijo con una sonrisa al tomar una de las galletitas.

—Y yo creo que tenés una ligera adicción a esas cosas.

—Hablando de adicciones... —Sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo y encendió uno.

Rápidamente sentí ese horrible olor a humo. Odiaba a los fumadores, como mi madre. Pero no dije nada. Sabía por experiencia que intentar convencer a un fumador que se estaba matando era una pérdida de tiempo.

—¿Y? ¿Qué era lo que tenías que decirme? —preguntó Oliver, devolviéndome a nuestro asunto.

—Augusto viene al colegio.

—¿Cómo lo sabés? —preguntó sorprendido.

—Porque me pasé toda la noche revisando su Facebook. Nunca publicaba en nuestro horario de clases y creo que tiene como amigas a casi todas las chicas de San Pancracio.

—¿Cómo es que ahora haces mi trabajo? —preguntó, entre molesto y divertido.

—Tal vez no soy tan tonta como pensabas —dije con una enorme sonrisa.

—Que tus dos únicas neuronas hayan hecho sinapsis no te hace merecedora del Nobel de Ciencias.

—¿Pero ese premio no de la Paz?

Oliver se golpeó la frente con la palma de su mano y dijo en voz baja:

—Y después dice que no es tonta.

—Y después espera hacer amigos con esa actitud —susurré, imitándolo.

—No me interesa tener amigos —dijo casualmente, con el cigarrillo en una mano y una Oreo en la otra. ¿Cómo podía comer y fumar a la vez? Y, además...

—¿Cómo es que no te interesa tener ni un solo amigo?— pregunté, intentando no mostrar compasión; sabía que eso sólo empeorará las cosas.

—Nunca he conocido a alguien fuera de mi familia que me inspire la suficiente confianza. —En su voz no había ningún rastro de sentimiento, sólo certeza.

—De acuerdo —dije lentamente.

No me gustaba meterme mucho en la vida privada de otros, así que decidí llevar la conversación a un territorio neutro.

—¿Y qué vamos a hacer ahora que sabemos que Augusto va a San Pancracio?


¿Quién es Augusto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora