En el centro de la habitación se hallaba una gran mesa cubierta con un blanco e impoluto mantel, sobre el que descansaban infinidad de platos con diferentes manjares, cada cual más extravagante. 

La niña observaba de vez en cuando a las sirvientas, que se paseaban por la estancia ofreciendo vino a los invitados. Definitivamente, todo aquello le resultaba cuanto menos extraño a la pequeña, que a pesar de vivir en una gran mansión, rodeada de todos los lujos de los que una persona pudiera disfrutar, nunca había obligado a los integrantes del servicio de la casa a hacer tales cosas. Veía horrorizada como aquellos nobles miraban con desprecio a las jóvenes que se acercaban a ellos ofreciéndoles una copa, mientras las pobres se veían obligadas a tragarse su orgullo, siendo humilladas constantentemente y a apartar la mirada.

Algunas de las damas se habían juntado en un rincón de la sala cuchicheando sobre quién sabía qué y, de vez en cuando, Cordelia sentía la mirada de alguna de aquellas mujeres sobre ella, insistentemente, pero en cuanto ella oteaba a su alrededor para descubrir quién la observaba, no era capaz de saber con certeza de quién se trataba.

Además, entre todos aquellos estirados nobles, había algunos que iban con mantos de diferentes Órdenes de Caballeros, pero desde el inicio la atención de Cordelia había caído en uno de ellos. Se trataba de un joven de cabellos rubios y cortos, ataviado con el manto de los Ciervos Ceniza, la misma Orden a la que habían pertenecido sus padres. La pequeña estimaba que su edad debía rondar los veinte, veinticinco como mucho, pero lo que más le intrigaba era que estaba apartado de los demás, al igual que ella. Completamente solo.

En un momento dado, Cordelia había notado como aquel hombre había apretado sus puños, aparentemente molesto por algo que había escuchado por parte de los invitados cercanos a él. La pequeña había barajado la posibilidad de acercarse, pero inmediatamente había descartado aquellos pensamientos, convencida de que aquel adulto sería exactamente igual de arrogante que todos los demás ahí presentes.

Por esa razón se sorprendió cuando, repentinamente, lo vio acercarse hacia su posición, con una débil sonrisa en sus labios.

—Estáis muy sola, mi joven dama. ¿No estáis disfrutando de la reunión? —preguntó el hombre una vez sentado a su lado.

—Por supuesto, ¿no veis mi expresión de diversión? —respondió ella con evidente burla en la voz. El hombre la miró de reojo, sonriendo ante la molestia de la niña—. No entiendo por qué han insistido en que acudiera a esta absurda reunión, es aburrida hasta la muerte y, desde luego, los temas a tratar en este tipo de eventos no son de mi interés —continuó Cordelia, animada por no recibir ninguna reprimenda por su tono.

—Os entiendo —aseguró el hombre—. Si me permitís el atrevimiento, ¿qué hace aquí una pequeña dama como vos? Por lo general, este tipo de «fiestas» son para los adultos —preguntaba curioso el hombre, disfrutando más de la compañía de aquella chiquilla que de la de los demás nobles.

Cordelia ladeo su rostro para mirar directamente a los intensos ojos y de un color peculiar de aquel hombre y sonrió amargamente antes de contestar.

—Permitid que me presente —dijo mientras se levantaba de su asiento y alisaba la falda de su vestido —. Mi nombre es Cordelia Drysdale. Desde hace aproximadamente dos años soy la única persona con vida que porta este apellido. —La mirada afilada del hombre se abrió ligeramente, recordando el destino que habían sufrido el señor y la señora Drysdale, miembros de su misma Orden, con los que había realizado misiones alguna que otra vez.

La Ira del Mar [Black Clover]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora