Capítulo 3

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Después de casi media hora de viaje, por fin divisaron la gran montaña sobre la que se elevaba la Capital Real. A medida que pasaban los minutos, Cordelia era capaz de distinguir la enorme muralla que la rodeaba, separándola del resto de la Región Noble en la que ella misma vivía. Incluso de lejos se apreciaba la barrera mágica que la protegía de posibles ataques enemigos.

Por fin fueron descendiendo lentamente hacia una de las entradas que se abrían en la muralla, donde se encontraban varios guardias apostados, vigilando que nadie sospechoso entrara a la ciudad, velando por la seguridad de los habitantes y, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Myrtle deshizo el hechizo, agotada por el uso continuo de su poder mágico durante demasiado tiempo. Se tomó un pequeño descanso antes de ponerse en marcha de nuevo hacia el interior de la ciudad, repleta de gente allá a donde miraran.

—Me sorprende que hayas aguantado, pensaba que en cualquier momento nos estrellaríamos—comentó Cordelia sonriendo a la anciana, divertida.

—Ya os he dicho que no me subestiméis, señorita. Soy más capaz de lo que aparento —respondió resuelta. A pesar de tener casi setenta años todavía estaba en forma y así se lo haría saber a su señora.

Los dos guardias que las acompañaban sonreían ante la charla que mantenían la anciana y la niña, acostumbrados ya a las constantes pullas que se lanzaban la una a la otra. Uno de ellos se ofreció de buena gana a Cordelia para llevar su pequeña maleta, en la que llevaba la ropa para el viaje de vuelta, que aceptó gustosa sonriendo al guardia por su amabilidad.

Los comentarios de Cordelia hacia la anciana no cesaron en ningún momento, hasta el punto en el que la mujer se paró en seco, haciendo que tanto la niña como sus acompañantes frenaran el paso. Mientras que los guardias miraban con lástima a el ama de llaves por lo que tenía que soportar por parte de su joven señora, la niña la miraba con alegría, pasándoselo en grande como hacía tiempo que no lo hacía.

—No seas amargada, Myrtle. Soy yo la que va a tener que sufrir lo indecible en las próximas horas —le dijo Cordelia con una sonrisa pícara, mientras se acercaba a uno de los puestos que había en la calle, curioseando lo que este ofrecía. La mujer suspiró, antes de emprender de nuevo la marcha.

—No os entretengáis, señorita Cordelia, no tenemos tiempo que perder. Dentro de unos cuantos minutos comenzará el evento —decía mientras miraba apurada su reloj—. Yo y Damián iremos de inmediato al hotel a dejar vuestras pertenencias. Vold, acompaña a la señorita a su destino, por favor. Y no te separes de ella.

El guardia inclinó levemente la cabeza en señal de conformidad y se acercó a su joven señora, indicándole el camino a seguir.

—¡Myrtle! ¡Mañana daremos un paseo por la ciudad, así que ponte zapatos cómodos! —gritó la niña, emocionada ante la perspectiva de tener un día para explorar los recovecos de aquella enorme ciudad. 

La mujer la miró con el ceño fruncido: las damas no debían comportarse de tal manera, dando gritos por las calle como los pueblerinos. Sin embargo, no la reprendió. Hacía tiempo que no veía a la niña tan excitada por algo. 

—Andando —dijo simplemente dirigiéndose a Damián, que miraba con gracia como su compañero intentaba por todos los medios que la niña no se distrajera con todo lo que aparecía a su paso.

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Cordelia estaba sentada en una silla, mirando con aburrimiento todo a su alrededor. Llevaba en aquella ridícula fiesta aproximadamente una hora y todo lo que veía le parecía absolutamente innecesario.

Se encontraba en una enorme sala repleta de nobles que hablaban entre ellos y que, de vez en cuando, se acercaban a hablar con ella. Principalmente se dedicaban a presumir de sus posesiones, vanagloriándose en sus inmensas riquezas.

La Ira del Mar [Black Clover]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant