III

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Observo a los pequeños jugar en el parque del Retiro. Son unos seres de luz que no merecen todo el sufrimiento que hay en este mundo. Son mi única fuente de felicidad y alivio, verles disfrutar me resulta calmante.

Un niño vestido de pirata usa sus manos como telescopio subido en una plataforma. Sueña con convertirse en uno de verdad y navegar el mundo en busca de su padre, quien marchó un día con la marina y nunca volvió.

Dos niñas, mejores amigas desde la guardería, corren la una tras la otra sujetando unas ramas como espadas. En el colegio no son las alumnas más brillantes, ni las más populares, pero se tienen la una a la otra y saben que así seguirá siendo por muchos años más.

Una pequeña, de no más de 5 años por su apariencia, trata de repetir los movimientos que ha aprendido en sus clases de ballet. No se ha olvidado de salir de casa con el atuendo al completo; maillot, tutú, y tiara. Tiene claro que cuando crezca va a ser bailarina como su hermana mayor a quien no ve desde hace meses por estar trabajando sobre los escenarios.

Su determinación me hace recordar a la chica alada que flotaba sobre el escenario hace apenas dos días. Su figura aparece en mi memoria, tan delicada como le vi, recordada y memorizada al detalle.

Por algún impulso que desconozco me levanto y me dirijo al lugar donde le vi por última vez.

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Una corta cola empieza en la esquina del edificio, acabando en la taquilla del teatro. Debería comprobar la situación de los aquí presentes pero mis ojos no pueden despegarse del póster que retrata a la elegante bailarina. A paso lento entro, siendo ignorada por los acomodadores que comprueban las entradas. Esta es una de las pocas veces en las que me alegro de ser invisible para la humanidad.

Me mantengo a un lado apoyada en la pared observando cómo los asientos se llenan lentamente.

Un hombre mayor deja pasar a su cita al asiento más centrado de la fila. Se siente joven de nuevo al llevar a la señora que le gusta al teatro, como solía hacer en sus tiempos mozos. Es consciente que su memoria cada vez va a peor, pero nada más ver a su cita sabe que le quiere aunque se olvide de su nombre constantemente.

Una mujer de pelo rizado nada más sentarse saca las gafas de su carcasa. Sus alumnos le han regalado la oportunidad de ver color como hace la mayoría, dejando atrás su mundo monocromático. Casi se le saltan las lágrimas, emocionada por recordar la pasión de su infancia, el baile, y poder disfrutarlo al completo.

Me permito ser egoísta por un momento, pues me encantaría que existiese una solución como esa para los de mi clase. Mi mundo se mueve en blanco en negro, y lo seguirá haciendo mientras sea un ángel.

Las luces que alumbran al público disminuyen su intensidad hasta alcanzar la oscuridad. Las anteriormente ruidosas conversaciones se reducen a un leve murmullo hasta cesar por completo. Con un delicado solo de violín comienza la obra.

Un grupo de cuatro bailarinas sale al escenario, haciendo rebotar sus faldas brillantes al andar. Tras ellas, un corto solo con más ritmo por parte de un chico de complexión deportiva precede al grupo que vi la primera vez que estuve aquí.

Poco antes de que terminen empiezo a notar su nerviosismo. Escondida entre bambalinas repasa mentalmente los movimientos a realizar. Al acabar el ejercicio el grupo desaparece, creando un momento de tensión hasta que la bailarina principal pisa el escenario decidida.

Todos los ojos de la sala se implantan en ella, embelesados por su elegancia y sentimiento. Deja todo de ella en cada movimiento, en cada mirada y cada suspiro. Se me eriza la piel y mis pies me llevan al borde del escenario sin yo ordenarlo. Con un rápido vistazo a mi alrededor compruebo que no hay ningún niño cerca y despliego mis alas quitándome el abrigo. Asciendo al escenario y me coloco junto a ella mientras prosigue con su actuación.

La reducción de distancia entre nosotras me provee con una vista del detalle de su rostro. Sus cejas se arrugan en la frente, apenas pudiendo contener la emoción que le produce bailar y que tan bien sabe transmitir con su cuerpo. No puede dejar de pensar en su hermana pequeña, su otra mitad. Lleva años sin verla desde que su familia le echó de casa por declarar su amor libremente. Jura que volverá para recuperarla y llevársela con ella, lejos de una familia que no puede aceptarla por querer a otras chicas.

Sus oscuros ojos se dirigen a mi posición y por un segundo destellan confundidos, como si hubieran visto un fantasma. Lejos de alterarse, continúa con sus gráciles giros y saltos, terminando en una arabesque extendiendo su brazo hacia mí. Acerco mi mano a la suya notando un cosquilleo parecido a una corriente de electricidad antes de rozarla. Escuchando la música acabar y con una valentía de la que desconozco la procedencia, acaricio sus dedos con los míos.

La bailarina retrocede a las bambalinas sin ningún gesto que me muestre que lo que yo he sentido ha sido recíproco. Puede que parezcamos iguales con nuestras alas pero nuestras vidas no podrían ser más opuestas.

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Una vez finalizada la obra serpenteo entre bailarines por los estrechos pasillos del backstage. Una puerta a la derecha muestra un nombre en una hoja de papel pegada con celo. Natalia Lacunza.

Lacunza. Recuerdo que así llamó el director a la bailarina que repite su baile en mi cabeza.

El nombrado aparece a mi costado y llama a la puerta antes de abrir.

"Lacunza, tu sobre." La aludida deja el móvil sobre la mesa del tocador y se levanta a recogerlo. Con un abrazo paternal le acoge en lo que se siente como una despedida. Al separarse, el director acuna su cara con cuidado.

"Ya está decidido, ¿no?" Natalia asiente poniendo su mano sobre la de él.

"Tengo que volver, por ella. Lo siento." Él niega con una sonrisa triste y le acoge de nuevo.

"Buena suerte, llámame cuándo estéis bien." Natalia le asegura que así será y él sale del camerino.

Suspira apenada antes de cerrar la puerta, dejándome atrapada con ella. Se sienta de nuevo frente al espejo metiendo el sobre en la mochila sin mirar su contenido. Comienza a quitarse el maquillaje en movimientos practicados pero éstos se ven interrumpidos al notar sus lágrimas escaparse. En unos días marcha a su ciudad del norte, buscando rescatar a su hermana, alejarle de los demonios que hicieron de su casa un infierno, queriendo separarle de sus padres. Se seca las mejillas y coge de nuevo su teléfono, marcando un número que sabe de memoria y llamando.

Me acerco al asiento junto a ella, notando sus nervios a kilómetros. Dudosa, coloco mi mano sobre la suya en la mesa, haciendo que su nerviosismo se relaje y con ello su expresión.

"¿Elena?... Sí, soy yo. Ve haciendo la maleta, estaré en Pamplona en menos de 48 horas. ... Yo también te quiero. ... Adiós." Deja escapar el aire, aparentando ser una muñeca de porcelana a punto de resquebrajarse. Sus ojos cristalizados encuentran los míos reflejados en el cristal. Como si quemara, dirijo la mirada a nuestro enlace; las manos que nunca podrán tocarse.

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Gracias por leerme 🖤

Somebody's wings - AlbaliaWhere stories live. Discover now