Capítulo 1

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—¡Eiji, apresúrate! ¡Llegaremos tarde!.

Al escuchar el grito de Sing proveniente de la pequeña sala, el Omega casi cae a tropezones al tratar de acelerar sus movimientos y colocarse uno de sus tenis aún estando de pie a la par en que enrollaba una bufanda alrededor de su cuello con la otra mano.

—呪い(Noroi)—soltó en su lengua madre al ver la hora que señalaba el reloj ubicado sobre el velador al lado de su cama. Tomó de un jalón su bolso y mientras salía como un rayo de su habitación, rebuscó en el interior de este para cerciorarse de que no le faltaba nada.

—Mierda, Eiji. Solo veinte minutos—le habló el Beta al llegar a la estancia.

—Lo sé, lo sé. Vámonos de una vez.

Ambos se aproximaron a la entrada a pasos rápidos y Sing le abrió la puerta a Eiji para que este saliera primero.

—¿Tienes todo? ¿llaves? ¿Celular?—preguntó el menor mientras prácticamente hacían una carrera por el pasillo.

—En mi mochila junto con mis zapatillas—respondió con la voz agitada.

—¿Tu leotardo?—volvió a interrogar el Beta.

—Lo tengo puesto, Sing.

El pelinegro asintió y bajaron las escaleras hasta llegar a la entrada del edificio. La ráfaga de viento otoñal los recibió al abrir la puerta de vidrio y automáticamente el entrecejo del bailarín se frunció cuando se percató del Mustang 68 aparcado en la acera del frente.

Eiji se cruzó de brazos y miró a Sing con una de sus oscuras cejas alzada.

—Quédamos en que solo tomaríamos el autobús—le recordó con reproche.

—No hay tiempo, Eiji. Solo sube al auto—contestó exasperado el chino.

El Omega miró a su amigo con los ojos entrecerrados, pero al final, terminó cruzando la calle y refunfuñando entre dientes. Abrió la puerta del copiloto e ingresó para luego cerrarla.

—Si tu padre se entera de que otra vez tomaste su preciado auto sin su permiso, estarás muerto.

Sing rodó los ojos al oír esa advertencia que cada vez se le estaba haciendo costumbre escuchar de parte del chico de enormes ojos café.

—Si no hay pruebas, no hay castigo—se limitó a decir mientras encendía el coche—. Ponte el cinturón.

—No deberías aprovecharte así de la ausencia de tu papá—continuó Eiji con el sermón a la vez que se colocaba la banda de seguridad.

—No me aprovecho, solo tomo la oportunidad. Además deberías de estar agradecido. Ir en autobús solo nos retrasaría aún más—se defendió el Beta a lo que Eiji solo soltó un bufido.

Blood RosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora