11. La ansiada noche de bodas

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-¿Dónde estamos?-murmuré maravillado, mientras él cambiaba de dirección , dirigiéndose hacia el extremo norte de la isla.

-Es la isla Esme- dijo sin más. ¿Perdona?

El barco se deslizó hasta colocarse con exactitud en la posición adecuada, pegado a un corto muelle de planchas de madera deslustradas que adquirían un tono blanquecino a la luz de la luna. Reinó un silencio absoluto cuando se detuvo el motor, pues no había más sonido que el chapaleteo de las olas contra el casco de la nave y el susurrar de la brisa entre las palmeras. El aire era cálido, húmedo y fragante, como el vapor que permanece después de una ducha de agua caliente.

-¿Isla Esme?-repetí sus palabras sin disimular mi contrariedad.

-Es un regalo de Carlisle, y Esme se ofreció a prestárnosla.

-¿Le regaló una isla a su esposa?-por eso Edward era tan generoso, lo había aprendido de su familia-me siento un marido de mierda en estos momentos-dije.

-¿Por qué?-él alzó una ceja al tiempo que cogía las maletas y las sacaba de la embarcación con su acostumbrada gracilidad.

-Jamás podré regalarte algo así...ni en un millón de años-era frustrante.

-Nunca te pediré una isla, Jacob- admitió sin dejar de sonreír. Seguramente mis arranques de niño quejumbroso ya se le habían hecho costumbre.

-Te la daría a pesar de todo-dije y me bajé del barco. Le quité una de las maletas y le seguí.

Pasamos a través de un follaje similar al de la jungla y más adelante pude ver una luz cálida. Estábamos a punto de llegar a una casa. Íbamos a una casa. Allí, en medio de aquella isla. Una isla privada para él y para mi.

Mi corazón comenzó a latir de forma audible contra mis costillas, y el aliento se me quedó atascado en la garganta. El pánico escénico me atacó por fin. Yo que había deseado tanto llegar a un hotel cualquiera...ahora la cercanía de la intimidad lo hacía ver más real. Sentí los ojos de Edward fijos en mi rostro, pero por primera vez, rehuí encontrarme con su mirada. Clavé la vista justo hacia delante, sin ver nada en realidad. Él no me preguntó qué me pasaba, lo cual no era propio de su carácter. Adiviné que esto quería decir que se encontraba tan nervioso como yo.

Dejamos las maletas en el ancho porche mientras él abría las puertas que no estaban cerradas con llave.

Me miró antes de avanzar y cruzar el umbral. Yo le seguí y me condujo a través del edificio, en silencio, encendiendo las luces a su paso. La vivienda me resultaba extrañamente familiar. Acostumbrado como estaba al esquema de colores preferido por los Cullen, claros y luminosos. Era como estar en casa, aunque algo más pequeña que la de Forks. Sin embargo, no me pude concentrar en nada en particular. El pulso me latía detrás de las orejas con tal violencia que todo me parecía borroso.

Novilunio (Jacob Black x Edward Cullen-Slash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora