UNO

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Nunca fui considerada una niña normal. Los juegos con muñecas vestidas de princesas nunca fueron lo mío. Mis padres siempre me alentaban a hacer lo que quería. Tanto así, que mi madre no puso objeción cuando le dije que quería ser tan fuerte como ella. Mi hermano tenía una obsesión de ser el mejor soldado, como mi padre. En mi caso, yo quería ser tan buena como mi madre. Una sola visita a la Base de los Vengadores, donde mis padres entrenaban a los nuevos reclutas, me bastó para saber lo que quería hacer en la vida.

Hice un trato con mi madre, cada día después de la escuela, yo podría entrenar con ella y sus reclutas. Poco a poco fui aprendiendo lo básico. A la edad de siete años, mi pasatiempo era escapar de situaciones poco convencionales. Mi padrino, Tony Stark, había accedido a crear diferentes estilos de esposas, pero no hubo una que pudo detenerme. Fue hasta la tercera vez que escapé, que mi padre se dio cuenta del truco que estaba utilizando. 

Al tener el suero del supersoldado en las venas, mi cuerpo reaccionaba de forma diferente al dolor. Todavía recuerdo la larga charla que me dieron mis padres sobre los límites de la diversión. Lo que a mí me parecía solo un juego, podía lastimarme. Mamá se sentó varios minutos a mi lado, después de darme un beso de buenas noches. Parecía dudar de si tocar o no  un tema en específico.

-Sofía, ¿quieres contarme cómo haces para escapar de las esposas de Tony? -preguntó después de un tiempo.

Yo asentí lentamente, aferrándome a mi manta con tema de spiderman.  A esa edad era fanática de todos los compañeros de mis padres. 

-La esposas no se quedan si me rompo los dedos. Duele al principio, pero después pasa y ya estoy libre. 

-Hija, ¿recuerdas lo que te digo en los entrenamientos? Casi siempre hay maneras de hacer las cosas sin lastimarnos mucho. Quiero que evites romperte los dedos de nuevo, por lo menos hasta que seas mayor. 

Temí ver decepción en sus ojos. Quería hacer las cosas bien para que ella estuviera orgullosa. 

-Está bien, mami. Yo creí que tú también hacías eso... -confesé muy apenada. 

-No pasa nada -me dio otro beso en la frente-. Yo también lo hice hace muchos años, pero yo tardo más en sanar que tú. 

Con el tiempo, comprendí que mis padres se preocupaban mucho por mí. Me costó un poco, pero logré buscar otras formas de escapar que no implicaran hacerme daño a mí misma. Mis huesos eran fuertes, pero por algún motivo, yo había podido romperlos a tan corta edad. Ahora, lo único que me duelen son las puntas de los pies cada vez que bailo. 

-Te noto un poco distraída, Sofía, ¿quieres que hablemos de algo? -mamá apagó la música y se sentó a mi lado.

Aunque ya no vivía con mis padres, acostumbraba visitar a mi madre para mostrarle mis avances en la danza. Era algo que nos mantenía muy unidas. Disfrutábamos pasar tiempo en el pequeño estudio que había en casa. 

Observé nuestros reflejos en el gran espejo que abarcaba toda la pared frente a mí. Mi cabello era un poco más naranja, casi rubio, si lo comparaba con el pelirrojo de mi madre. Estaba en el piso porque la coreografía terminaba conmigo sentada, abrazando mis rodillas. 

-Sabes que puedes decirme lo que quieras... -acarició mis brazos. 

Bajé la mirada algo triste.

-Quise aplicar para un beca de ballet en la universidad -suspiré con ánimos bajoneados-, no me fue bien. Es siempre lo mismo, me dijeron que no tengo el cuerpo para llegar muy lejos. 

Aquello era algo que me afligía, pero no era todo. Lo demás no podía decírselo a mi madre sin provocarle un disgusto. 

-Si en verdad quieres eso, veremos la forma -intentó tranquilizarme. 

Negué con la cabeza. 

-No es necesario, solo fue una idea inicial que no salió bien. El tío Tony se ofreció a pagar mi universidad donde quisiera cuando fui a hablar con él para decirle que iba a intentar tener una vida normal por un tiempo. 

-Eso es muy generoso de su parte. ¿Qué piensas hacer? 

-Estoy viendo varias carreras que me parecen interesantes. Varias de ellas tienen cursos para estudiantes superdotados como yo. Encontraré algo. 

Era tan extraño vernos a ambas en el espejo. Bueno, ya no tanto. El derivado del suero del supersoldado hacía que mi madre se viera tan joven como si su envejecimiento se hubiese detenido hace tiempo. Cuando era pequeña, me había explicado que papá y ella siempre se verían jóvenes. Había llegado el momento en que parecíamos más hermanas que madre e hija. 

-Entonces, arriba, seguiremos con esto -insistió poniendo la música de nuevo.

Las líneas de mis manos y los movimientos de mis piernas eran casi perfectos después de tantos años de práctica con la mejor bailarina de ballet de todas. El problema estaba en mi figura. Era tan alta como mi padre, con cuerpo atlético, pero había heredado los atributos de mi madre. Los maestros de ballet y los bailarines hombres preferían a una pareja con el pecho casi plano para poder manejarlas con más facilidad. No estaba dispuesta a someterme a una cirugía de disminución del busto solo para complacerlos. 

Varias horas después, papá y James llegaron cargando la cena. Al parecer, mi hermano tenía algunos días libres de su trabajo en SWORD. Con mamá pusimos la mesa rápidamente, luego nos sentamos los cuatro a comer en familia. Habían pasado meses desde la última vez que estuvimos toda la familia reunida. 

De un momento a otro, James introdujo un tema gracioso: recuerdos traumáticos de la infancia. 

-Recuerdo que cuando tenía cinco, James me enseñó a hacer mucho ruido y tocar la puerta cuando llegaba a casa -sonrío con melancolía. 

-Eso fue para salvarte, hermana. No quería que también tuvieras la imagen vívida de nuestros padres retozando en el sillón de la sala. 

-¡Es por eso que nunca volviste a sentarte allí! -lo acusé antes de soltar varias carcajadas. 

Me reí aún más al ver el rostro sonrojado de nuestro padre. Mamá le tomó de la mano por encima de mesa para hacerlo sentir más cómodo. Casi se me escapa una lágrima de tristeza al pensar en que si ellos se enteraban de mi secreto, jamás volveríamos a estar así, juntos y felices. 


Sofía Rogers Romanoff Where stories live. Discover now