Cinco minutos después, los veo marcharse. Agito la mano a manera de despedida e internamente prefiero no entender que es lo que significa que se vayan dos días enteros a un hotel en la playa. Prefiero quedarme con el beneficio de la duda. Aun quiero mantener mi mente limpia.

   Regreso a casa y agradezco en el proceso que el clima de octubre sea la definición de perfecto. Pues no hace demasiado frío ni demasiado calor. El aire es fresco, pero la temperatura se mantiene agradable. Los árboles se mecen suavemente de un lado a otro y desprenden sus hojas secas que se resquebrajan con cada paso sobre la acera. Y aunque la idea de quedarme afuera un rato para observar las brillantes estrellas en el cielo y disfrutar del otoño es tentadora, tengo asuntos más importantes, casi vitales, que atender.

   Corro hacia mi habitación y me encierro en el baño para cepillar mis dientes y peinar mi cabello. Una vez que siento que me veo decente, salgo y tomo mi computadora del escritorio junto con mis audífonos y una frazada del armario, apilándolo todo y recargándolo sobre mi pecho para hacer malabares y tratar de mantener el equilibrio mientras bajo las escaleras.

   Dejo todo sobre el sillón y me recargo contra el reposa brazos para posteriormente colocar la frazada encima de mis piernas y luego, la computadora, verificando la hora. Sorprendido noto que todavía faltan veinte minutos para las nueve. Así que mientras espero a que llegue la hora, estiro el brazo y tomo el control remoto de la mesa de centro y sintonizo el canal de música. Sin embargo, un documental de asesinos en Discovery llama mi atención. Hace mucho que no veía uno estando solo en casa.

   Subo el volumen y me dispongo a perder los pocos minutos que me quedan enterándome del método que siguió un asesino para comerse a su víctima, a sabiendas de que después no voy a poder dormir. La espera para que sean las nueve me parece eterna, pero intento no estar demasiado ansioso y mantener la calma. Como todos los jueves, Jeno y yo hacemos video llamada, pero desde hace dos semanas que no hemos podido por los horarios de la universidad y creo que en el fondo, es eso lo que me tiene tan alterado. Los momentos que compartimos por el teléfono para mí son preciados y que desde hace días no haya podido verlo o escuchar su voz, me ponen de un humor que ni yo mismo entiendo.

   Ayer por la tarde acordamos nuestro horario. Y ahora estoy tan deseoso por ver a mi novio que incluso me planteo la posibilidad de ponerle más empeño a mi aspecto y cambiarme de ropa. Aunque, descarto la posibilidad casi enseguida. Jeno sólo mira mi rostro y no creo innecesario ponerme algo extravagante que no va a poder apreciar a menos de que le haga un recorrido de cuerpo completo con la cámara. Una vez lo intentamos y bueno, las cosas no salieron exactamente... decentes.

   Fijo mi atención en el documental y cuando salen los comerciales voy a la cocina para hacerme unas palomitas con extra mantequilla. No me vendría mal acompañarlas con un poco de gaseosa. Espero a que el microondas indique que mi aperitivo está listo y regreso a la sala para dejar el bol y el vaso sobre la mesita de centro.

   Me dispongo a volver a acurrucarme y reanudar el programa cuando mi teléfono comienza a sonar. A pesar de que todavía faltan algunos minutos para que sean las nueve, tomo mi teléfono y veo que es Jeno. No puedo evitar sentirme un poco desilusionado. Esperaba que fuera video llamada. Estoy deseoso por ver lo guapo que se ha puesto estos últimos días.

   —Buenas noches, dulzura. —contesto cantarín, jugueteando con mis dedos sobre la manta que cubre mis piernas.

   —Hola, precioso.

   Cierro los ojos y por dignidad aguanto un gritito. Deseaba tanto escuchar su voz ronca.

   —Pensé que haríamos una video llamada —abulto los labios y exteriorizo mi inconformidad—. ¿No puedes ahora? Es que tengo muchas ganas de verte.

Extraño |NoMinWhere stories live. Discover now