Una tiene la púrpura de nuestras almas,
Hurtada a la sangre de nuestros corazones,
Cuando yo ardo y tú te inflamas.-- Las conchas, Paul Verlaine.
Pequeños pétalos violáceo caen de las grandes copas de los arboles que reinaban en esa gran vereda de Buenos Aires, aunque se podía respirar el aire nuevo, las personas caminaban sin tomar gran importancia al hecho de que la primavera se estaba instaurando en las calles.
Una gabardina color Beige, una bolsa de tela blanca sobre el áspero banco que se encontraba dentro de la Plaza Manuel Belgrano y un cuaderno color negro en el cual escribía dando un suspiro, me llamo la atención. Este joven de aura blanca parecía observar de una manera tan distinta, su mirada penetraba los colores con un brillo, que aunque puede que me lo haya imaginado, era especial.
Era difícil encontrarme con personas con tal color en su aura, los colores de luz no eran tan comunes como le gente pensaba. He pasado cientos de años sobre esta tierra, y las personas que portaban colores tan claros aun me seguían sorprendiendo.
Me quede observándolo de lejos por un tiempo, no parecía notar mi mirada sobre su presencia. Escribió y miró por un largo tiempo hasta cesar con su escritura, golpeando con la punta de su lapicero dos veces la hoja, para cerrar su cuaderno negro con un suave golpe y retirarse sin más.
Después de este extraño momento, me surgió una curiosidad por el contenido dentro de esas solapas negras.
¿Qué habrá visto?
¿Que habrá percibido?
Pero sobre todo;
¿Qué habrá escrito? Que incluso un suspiro cargado de maravilla le ha regalado.
Espero que aquel joven algún día pueda regalarnos sus miradas escritas en tinta.
Ese inicio de primavera fue marcado en mi memoria, cuando los jacarandá vuelvan a nacer cada primavera en la ciudad de buenos aires, imaginare que él a vuelto a escribir en su cuaderno negro.
