Laini lo veía de reojo todo el tiempo y él parecía ser una estatua.

Se giró en su asiento para quedar sentada y verlo con facilidad.

—Me llamo Laini —extendió su mano y lo vio voltear a ella con cautela.

—Soy Evan —respondió en voz baja y estrechó su mano con timidez.

—¿Por qué llegaste tarde? —le preguntó apoyando su codo derecho en la mesa de su asiento.

—Porque a mi papá se le olvidó traerme —dijo en voz baja.

—Dile a tu papá que ponga un recordatorio en el refrigerador —sugirió recordando cómo sus papás llenaban el refrigerador con notitas de pendientes y las sujetaban con imanes de colores—. Mis papás nunca olvidan nada cuando hacen eso.

—Se lo diré, pero a mi mamá, mi papá ya no va a vivir con nosotros —lo vio encorvarse al decir las últimas palabras. Laini era inteligente, sabía lo que estaba pasando con la familia de Evan, por eso no dijo nada más sobre sus padres.

—No te preocupes —se giró de nuevo para quedar frente al pizarrón y sacó un lápiz para juguetear—. Aun con uno de tus padres vas a ser feliz.

No volteó a verlo, pero sintió la mirada de Evan sobre ella y durante todas las clases restantes se dio cuenta que él volteaba a verla cuando los profesores se giraban para escribir en el pizarrón.

Al sonar la campana saltó de su asiento, se colgó a los hombros su mochila de Pikachu y corrió a la puerta del salón pero sintió un tirón que la hizo desequilibrarse y por poco caía hacia atrás pero pudo detenerse a tiempo.

—Oye —gruñó y se volteó para ver a Evan.

—Perdón, es que —notó que desviaba la mirada en diferentes direcciones del salón hasta que regresó a verla a ella y gritando le pidió—. ¿¡Quieres ser mí amiga!?

No tenía experiencia haciendo amistades, pero estaba segura que esa no era la forma más correcta de hacer amigos. No se debía pedir a alguien, solo debían seguir juntos y ver si se agradaban. Por eso terminó levantando los hombros y apretó los labios.

—Mañana los demás niños te hablarán y ya no querrás ser mi amigo.

Evan parecía a punto de llorar cuando la escuchó decir aquello, así que salió del salón y corrió hasta la entrada en donde ya estaban Sandra y Katia esperándola. Mostró su credencial de alumna a la vigilante de la puerta y la dejó salir deseándole una bonita tarde.

—Hola, hermosa —la saludó Sandra inclinándose para darle un abrazo—. ¿Cómo fue tu día?

—Entró un niño nuevo a mi salón —le respondió mientras le tomaba la mano para empezar a caminar y no estorbar en la entrada.

—¿Y se hicieron amigos? —preguntó Katia a su lado tomándole la otra mano. Le gustaba ser siempre la que iba en medio de las dos. Se sentía muy segura.

—Me pidió que fuéramos amigos, pero no le respondí —dijo y sintió el tirón de su hermana mayor.

—¿Por qué no? —le cuestionó con esa expresión que siempre intentaba hacer, aquella cara de niña adulta que no le quedaba para nada a sus 8 años, casi 9. A pesar de ello, decidió no responderle a su hermana con algo ingenioso y solo permaneció seria. Escuchó a Katia suspirar—. Deberías intentar ser cercana a tus compañeros, ya casi será un mes de que empezaste la primaria y no hablas con nadie.

—Yo hablo con los profesores...

—Intenta que sean tus compañeros de clase —comentó Sandra con una dulce voz—, pero no te presiones.

30 días para enamorarmeDove le storie prendono vita. Scoprilo ora