No provenía de ningún lado. Él estaba solo, en la oscuridad, con ojos vidriosos, mirando hacia la calle, luego hacia las esquinas de su cuarto. Sentía algo, una presencia, inentendible, indescriptible, no podía ver nada, pero podía sentir, imaginar su forma. Una boca, algo saliendo de ella, palabras como tentáculos y saliva como jugo. Jugo de frutas podridas, el olor era fuerte. Pero no había nada, sus ojos no veían nada. Estaba solo, y cuando volvió la mirada, vio a esos dos, esos dos malditos, pasando de nuevo en la calle. Sentía el cálido jugo, derramándose sobre su hombro, las gotas deslizándose por su pecho y su abdomen.

Un miedo primigenio le abrumó, huir parecía ser la única cosa viable por hacer. Se levantó bruscamente de la silla y huyó, abrió la puerta, y fue al baño. Se intentó ocultar ahí, con las manos y el cuello, empapados en sudor. La voz, su esencia incorpórea, le perseguía. El joven se ocultó junto al retrete, pasó junto al espejo, pero no se miró en él. Su casa entera estaba sumida en penumbras, pero el retrete no sirvió. El tentáculo, que no estaba ahí, se paseó por la caja de agua, aplastando un tubo de pasta de dientes, embarrándose de la sustancia.

Pero no había nadie ahí, y la pasta de dientes seguía intacta. Pero podía sentirlo, podía olerlo, la menta y el jugo. Así que corrió, corrió hacia la cocina, en donde había dejado la tetera al fuego lento. Podía, escuchar una y otra vez, la misma voz, pronunciando las mismas palabras, otra vez.

–Ya sé que tengo que hacer la tarea, ya sé que tengo que leer los libros, ya sé que tengo que terminar esas series. Ya sé. Lo voy a hacer, lo voy a hacer.

Y la voz afirmaba.

Pero continuaba corriendo, continuaba asustado, reacio a permanecer ahí. La voz no era amenazante, pero podía sentir el aliento cálido y putrefacto, la sensación de que algo terrible. Y la voz permanecía calmada, acogedora. Salió de la casa, la casa verde limón, y continuó sin rumbo, entre las luces anaranjadas de las farolas, por entre los coches, los botes de basura, el asfalto lleno de grietas y se ocultó en las sombras. Pero la voz no se iba, era permanente, el joven no dejaba de sentir el jugo de frutas cálido derramándose de la boca inexistente en su pecho.

Su calle tenía la forma de un círculo.

Llegó a una escuela, su escuela. La caminata hasta allá fue larga y tediosa, atravesó torres y bosques, caminos solitarios entre edificios que lucían como dedos esqueléticos de manos siniestras, pero al final divisó la entrada, entre rejas y basura, pudo entrever las gigantescas letras amarillas, con su frase eterna, aquella que daba la bienvenida, junto al ídolo que representaba la promesa eterna, el ídolo dorado montado en un pedestal de piedra, una figura femenina danzante, junto a las letras amarillas. 'Bienvenido a la Nada'.

Y en la escuela, brincó por entre las rejas, desafió las reglas de este sitio y entró en medio de la oscuridad, se paseó por los pasillos de concreto y argamasa, mientras un vórtice, una nebulosa de infinitos y brillantes colores se postraba sobre su cabeza, como un agujero en su realidad, dando vueltas, un evento cósmico repentino que desafiaba el entendimiento.

Y el joven continuó corriendo, y se refugió en un salón. El aula más pequeña de un edificio alto, y ahí vio la silueta de un hombre gris. Alto y pálido, usando un saco y un suéter grises, y su rostro era gris también, a excepción de sus ojos, que brillaban como dos linternas de luz blanca. El hombre de gris permaneció ahí, mirándole, y a su lado, aparecieron más figuras, todas como reflejos de los otros, con brillantes cuencas luminosas.

–Tarea. Tarea. Tarea. –La voz era cada vez más visceral, más ruidosa. Pero no era agresiva, no era terrible en naturaleza. Así que el procastinador, ese joven rebelde que se rehusaba a moverse, huyó aterrorizado, preguntándose, ¿Por qué le pasaba eso a él? ¿Cómo escapar de esa pesadilla?

Y el vórtice parecía consumir el mundo, como un agujero negro. Y de él sintió que salían manos, manos viscosas y con garras, como una masa gigantesca de luces, un monstruo que le oprimía el pecho, tan gigantesco y repulsivamente magnífico que la mera idea de verle salir de ese agujero cósmico le hacía sentir inexorablemente pequeño. Pero la verdad es... que no había nada ahí. Él podría sentir todo, pero no ver nada. Era obvio, y no era.

Una forma de existencia tan terrible y extraña, que le era imposible de comprender. Así que continuó huyendo. A través de calles solitarias, en busca de una salida de tan horribles eventos y calamidades. Y caminó hacia la salida, la salida que estaba al otro lado del campus, tropezó entre lodo, césped y ramas, todo oscuro, como un charco de aguas negras que lo invadía todo. Con el vórtice acaparando cada parte del cielo, absorbiendo la luz de las estrellas negras.

Y cuando finalmente llegó a la salida, cuando finalmente giró la perilla de la puerta final, un terror mayor le abrumó. La batalla estaba perdida, pues al escapar de la escuela, al abandonar ese sitio en donde ese ser parecía tan fuerte, el procastinador arribó de vuelta a su habitación, por la primera puerta a la que había llegado. Una vez más, estaba en casa, mirando por la ventana, con la mujer de la coleta y el hombre con los perros paseando una vez más.

Se abrió camino al baño, con la voz, disminuida, pero aún escuchándola en la oscuridad, y se miró en el espejo. Esta vez, vio su reflejo, y notó con el mayor horror, casi como si su mente se resquebrajara, que la voz incorpórea con tentáculos babosos era la suya, que su mano estaba manchada de pasta de dientes, y que era su boca la que despedía el jugo de frutas.

 Esta vez, vio su reflejo, y notó con el mayor horror, casi como si su mente se resquebrajara, que la voz incorpórea con tentáculos babosos era la suya, que su mano estaba manchada de pasta de dientes, y que era su boca la que despedía el jugo de ...

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Su pecho era gris, era gris y sus ojos eran como dos linternas brillantes. Y lo único que se pudo decir así mismo fue ''Haz la tarea''.

Una Sensación en Grisحيث تعيش القصص. اكتشف الآن