Creí que no me había escuchado o que por ser un niño ella no me había creído, así que aguardé a encontrar otra oportunidad para demostrárselo. Tuvieron que pasar algunos días para que mi padre volviera a llevarme a su oficina, pero cuando por fin lo hizo se besó con otra mujer y yo me grabé los detalles en la memoria para que sonara más convincente a la hora de decírselo.

   Esa tarde volví a casa sintiéndome extrañamente enérgico. Había algo dentro de mi pecho que me decía que aquello no era bueno. Que mi padre no debería de estar haciendo esas cosas. Corrí hacia la habitación de mi madre y la vi frente al tocador, colocándose los aretes. Se veía guapísima, seguro estaba a punto de salir a una cena de negocios.

   — ¡Mamá! —grité en cuanto entré a su habitación, dejándome caer boca arriba sobre la cama—, ¡Lo vi! ¡Vi a papá de nuevo con otra mujer!

   Al escucharme ella se quedó helada. Como si la hubiera congelado con mis palabras. Nunca he sido una persona que tenga tacto para decir las cosas, aunque creo que de todas formas no hay una manera sutil de explicar una infidelidad. La realidad a veces necesita ser dicha sin mayores adornos.

   Ella me miró y después a su reflejo en el espejo. Mi madre era hermosa. La mujer más hermosa que había visto en toda mi vida. Su cabello oscuro le llegaba arriba de la cintura, su piel como la porcelana era blanca y suave, y las facciones de su rostro eran suaves y definidas. Francamente me hubiera gustado heredar más de su belleza. Pero supongo que los genes no siempre son justos.

   —Renjun, cariño, ¿Dónde está tu padre?

   Fue lo único que preguntó mientras se acercaba a mí y me acariciaba el rostro con dulzura. Yo dudé, pero sabía que debía decírselo. De nuevo esa reacción tranquila y serena no era la que esperaba.

   —Está en el estudio.

   —Bien. Voy a buscarlo.

   Me dio una última mirada y caminando con lentitud se dirigió hacia la puerta. Pretendía ir detrás de ella, pero antes de que pudiera alcanzarla, cerró con seguro y me dejó encerrado, sin darme la oportunidad de saber que pasaría.

   Aun así pegué el oído a la puerta y traté de escucharlos lo mejor que se me permitía. Se escucharon gritos, un par de portazos y finalmente el llanto inconfundible de mi madre.

   Intenté volver a abrir la puerta, pero estaba cerrada desde afuera. No me gustaba saber que ella sufría. Escucharla sollozar era tan doloroso como frustrante. Me recargué sobre la superficie y enterré la cara entre mis rodillas, deseando poder ayudarla. Deseando poder ser capaz de mitigar su dolor.

   También deseé que mi madre fuera capaz de hacer algo por ella misma. Era una mujer muy hermosa que no necesitaba mendigar el amor de mi padre. Era inteligente, trabajadora y si ella quisiera, también independiente. ¿Por qué no podía entonces renunciar a algo que estaba lastimándola tanto?

   Después de algunos minutos que me supieron eternos, regresó. Su maquillaje estaba arruinado, lágrimas bajaban por sus mejillas y su cabello revuelto, pero sin duda lo que más me dolía de su precaria imagen, era ver sus ojos marrones, tan cristalinos y deprimidos que parecían haber perdido todo su brillo.

   —Cariño, ¿quieres ir a tu habitación a ver la televisión?

   Un portazo en el recibidor interrumpió mi respuesta. Mi padre se había ido y no sabía exactamente qué significaba eso.

   — ¿Papá se fue?

   Mi madre se giró a mirarme y a pesar de que suspiró e intentó decir algo, las lágrimas fueron más fuertes que ella y evitaron que me diera alguna explicación.

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