Mi libro favorito

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Annelise bajó del autobús cansada, hambrienta como cualquier niña de quince años podría estar. Hoy había sido su primer día del colegio... el primero de muchos que iba a detestar. Su padre había sido ascendido como gerente hacía ya un par de semanas y por ende, había terminado catalogada como la chica nueva de Blue Roads... ese pequeño pueblo que pronto se convertiría en una gran ciudad. ¡Y no era por exagerar! Aquel lugar estaba abundado de increíbles campos y vegetación exótica que lo  hacía brillar como si fuese el nido del paraíso. Un paraíso al que Anne había etiquetado como hermoso a primera instancia pero que ahora no lo veía así.

Hoy, más que otros días, la pequeña chiquilla de cabello rubio pensaba que había pisado el mismísimo infierno. Sus nuevos compañeros de clase habían hecho lo que muchos otros: agredir su cuerpo solo con miradas, esas miradas que tanto odiaba. Como había pasado hacía dos años en New York, nadie se le había acercado ni para saludarla... pero vamos, ¿quién lo haría? A los padres de Annelise se les había ocurrido la brillante idea de mudarse a mediados del semestre.    

—Solo tengo que sonreírle a mamá. Una pequeña mentira será más que suficiente —soltó al pisar aquel tapete con el "Bienvenido" grabado en él y abrir aquella puerta de madera oscura que adornaba aquella simple casa de dos pisos.

Adentro, el olor del pollo y verduras perfumaba la estancia. Annelise sonrió al reconocer tan fino platillo, su comida favorita. 

—¿Ya llegaste cariño?

Que pregunta más tonta.

—Sí mamá.

Escuchó el sonido de los estrepitosos tacones acercándose y fue entonces cuando vio a la mujer de cabello rubio y chino asomarse desde la cocina con una calurosa y jovial sonrisa en su rostro pero algo sudorosa por el vapor de la cocina.

—¿Cómo te fue? ¿Hiciste amigas?

Anne se paralizó pensando en la mentira que se había esfumado como acto de magia. «¿Por qué se lo había preguntado tan rápido?», pensó. «¿No iba a esperarse hasta terminar de comer?»

—Annelise. —Margaret zapateó en el piso—, ¿en qué quedamos?

La pequeña suspiró cansada y muy dentro de ella, triste.

—En que iba a hacer amigas... —canturreó la chiquilla apenada.

—Amor, no quiero que vuelva a pasar lo que ocurrió en New York. Te veías tan sola y...

—Ya lo sé, mamá —le cortó en el acto—. Trataré de nuevo mañana.

Los ojos castaños de ambas mujeres se miraron por unos instantes. Annelise escondía sus lágrimas en una seria cara. Ella pensaba que no era su culpa que la gente la mirase con envidia y algunas veces rareza. Aunque portaba de una belleza exquisita, Anne siempre había sido cohibida... una razón más por la cual nunca entablaba conversaciones muy largas con las demás chicas y eso hiciera que ellas hablaran mal a sus espaldas. New York había sido un capítulo de su vida que no quería recordar.

—Bueno... —suspiró su madre al entenderle—. Ve a ayudarle a tu padre con la librería y en treinta minutos vienen ambos a comer, ¿sí?

La pequeña accedió sin decir palabras y dándose media vuelta, con todo y mochila, volvió a salir de su casa.

Sí, su padre era el gerente de la amplia y gigantesca librería que acababan de inaugurar hacía mediados de mes. Ella leía cuando tenía tiempo, es decir, todo el tiempo. Era un hobbie escondido y apreciado que Adam, su padre, le había inculcado desde pequeña. Había sido tal su afición que se escondía entre las letras y lo más oscuro del nuevo recinto. Aquello le hacía olvidar su mala vida y claro, adentrarse a otros mundos que escritores ajenos a su situación actual, habían creado para ella y los demás. Era tan beneficioso que la librería de Blue Roads estuviese solo a unas cuantas cuadras de su hogar.

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