Baile lento

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Era 24 de diciembre y mi abuela cumplía 87 años. Estábamos cenando toda la familia alrededor de una enorme mesa llena de colores: gambas, ensalada, pollo, pescado... En la misma cena a la vez podría haber perfectamente seis conversaciones a la vez y de vez en cuando varias se juntaban y así siempre habías acabado hablando con todos. Todos menos mi abuela, ella tenía alzheimer, y miraba siempre al cuadro que le pintó su hija hace 20 años. Parecía que no se enteraba de la conversación, pero era una mujer muy inteligente, y siempre estaba prestando atención. Después de la cena, como cada año, poníamos música y bailábamos en el centro del salón. Empezó a sonar una canción que le encantaba a mi abuela, yo lo sabía porque vi su sonrisa al escuchar los primeros acordes. Sin pensarlo, la saqué a bailar, estaba muy feliz y sonriendo. Cuando la canción llegó a la parte lenta, la abuela me abrazó con fuerza y apoyó su cabeza en mi pecho. Apenas pasó un minuto y la abuela cada vez empezó a apoyar más peso en mí, hasta que los brazos que me abrazaban perdieron fuerza y cayeron. Yo seguía bailando con ella a pesar de darme cuenta de la situación. Toda la familia me miraba, pero yo los ignoraba. Bailaba con mi abuela notando sus brazos caídos y sus zapatitos arrastrando el suelo. Yo solo intentaba cerrar los ojos, pero las lágrimas me lo impedían. Quería que ese momento nunca terminara.


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