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esto fue más rápido de lo que esperaba, como se nota que ya no estoy en época de exámenes lmao (pero mañana entro otra vez, chale ;;) 

hoy me dediqué a planificar y sip, definitivamente esto será un fic capitulado, compuesto por minifics que podríamos llamar arcos y que siguen cierta continuidad. comenzaré a actualizar tan pronto termine de escribir el primer arco, es decir: quién sabe.



Kibutsuji Muzan no estaba pensando nada cuando mató a los Kamado: su mente estaba en blanco, no había rencor, no había odio. Hacia ellos no, al menos, seres tan insignificantes como lo eran esos simples humanos no eran lo suficiente como para dedicarles emociones de tal peso. Fue mera suerte y nada más.

Su naturaleza errante lo había hecho toparse con la casa de los Kamado. Una familia pobre que se dedicaba a la venta de carbón, alejada del pueblo en lo alto de una montaña tras sufrir la pérdida de un ser querido; eran la víctima perfecta. No lo pensó mucho. Lo hizo sin más.

-Son cinco.-le corrigió la señora Kamado- Le pido que no mencione a mi esposo, ¿quién es usted?

¡Cinco niños! Cinco niños, no cuatro como lo había planeado, como lo había asumido. Se había equivocado, había cometido un error tan estúpido, tan humano, que el hecho que la mujer le hubiera subido considerablemente la voz –una falta de respeto enorme, cabe mencionar- no le molestó en lo absoluto. No tuvo siquiera tiempo de molestarse por ello.

Casi trecientos años pisando la tierra. Casi trecientos años de ser la forma de vida más cercana a la perfección, pudiendo casi tocarla con la punta de los dedos, ¿todo para qué? Se tragó su ira y se disculpó sin sentirlo, su voz a punto de temblar en pura rabia:

-Le ruego me disculpe, no debí decir eso.-le dijo.

Y sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando se encargó de pisotear sus propias disculpas. Fue tan fácil como extender y su mano y presionar. De repente había gritos, súplicas y una intensa peste a sangre en el aire.

-¡Nezuko, llévate a tus hermanos!-gritó la mujer y entonces la niña de kimono rosa, aquella que lo había recibido, echó a correr con el bebé en brazos y sosteniendo la mano de su otro hermano en tan solo un segundo, como si hubiera estado lista toda la vida para escapar.

La mujer se encargaba de tirarle cosas con el objetivo de hacer tiempo. Le tiraba cucharas y tazas, todo lo que estuviera al alcance de su mano, mientras le pedía entre llantos que dejara a su familia en paz; que podía matarla a ella si con eso podía asegurar que sus demás hijos vivieran.

Muzan sintió las venas de su cuerpo contraerse, enfurecido. No le gustaba que le dieran órdenes, mucho menos que le alzaran la voz. Y no podía dejar pasar como si nada el mismo error dos veces, ni siquiera para él mismo. Pero definitivamente, su poca paciencia se esfumó cuando la mujer le lanzó un plato, lleno hasta el tope de sopa hirviente.

El barro del plato reventó contra su pecho y el contenido se impregnó en sus ropas, empapándolas por completo. Sintió que el calor se extendía, desde su pecho hasta reventar en sus oídos por ambas cosas: el líquido espeso, café rojizo; hacía mucho tiempo que un humano no lo hacía enojar tanto. Cuando cerró los ojos, tomó una larga bocanada de aire -como si lo necesitara- y todo estuvo más claro que nunca: quería que esa mujer observara cómo mataba a su familia entera, lentamente, hasta que ella misma deseara cerrar los ojos y no despertar nunca más.

Pero no era posible, porque el sol saldría pronto.

No pensó en nada en concreto mientras aseguraba su muerte. A menudo le pasaba: solo tenía un objetivo en mente y su cuerpo, como por mero instinto, hacía lo demás. Desde hacía casi dos siglos que había comenzado a sucederle, que había dejado de sentir nada mientras tomaba una vida. Era como verse a sí mismo en un sueño en tercera persona. Simplemente sentía que tenía que hacerlo, era un deseo irrefrenable, una sed que solo podía ser saciada una vez el trabajo estaba hecho. Y entonces, cuando sus manos se hundían en la sangre y nervios, una sensación de entumecimiento se apoderaba de él: alivio, por fin.

RecuerdosWhere stories live. Discover now