No volví a verla, hasta la semana siguiente que rompí la regla. Era difícil ser obediente, había esperado mucho tiempo para por fin conocerla y no creía que fuera justo que se me prohibieran hablar con ella. Impulsado por mi propia rebeldía y los deseos de tener una madre, subí las escaleras a su habitación y al ver que la puerta estaba entre abierta, la empuje y entré, esbozando una sonrisa. 

   —Hola mami —dije, mientras me acomodaba el moño rojo que había puesto sobre mi camisa. Como a ella no le había gustado mi aspecto del otro día, decidí por presentarme lo más formalmente posible—. Me gusta mucho tu nombre, Krystal, es muy bonito.

   Ella estaba sentada frente al tocador, peinando con un cepillo rosado el hermoso cabello que le llegaba hasta los hombros. En cuanto me escuchó, dejó su tarea de lado y se giró a mirarme. De nuevo esa expresión fría y dura se colocó en su rostro, haciéndome sentir intimidado.

   — ¿Podemos jugar? —insistí, negado a darme tan fácilmente por vencido—. Tengo muchos juguetes en mi cuarto. Mi abuelo me hizo un montón en el verano.

   Su respuesta tardó en llegar. Sus ojos castaños se prendieron de los míos y no entendí muy bien porque la forma en como me miró me hizo sentir muchas cosas.

   Cosas malas.

   —Sal de aquí Jeno y no vuelvas a entrar a mi cuarto sin tocar antes, ¿entendido?

   Su tono de voz, aunque frío, había sido sutil. Y como era de esperarse de un niño, iba a cuestionar sus palabras. No obstante, lo notó a tiempo y lo evitó.

   —Dije que te vayas.

   Parpadeé y la miré otra vez. Había captado su mensaje pero no quería procesarlo. Las lágrimas amenazaron con aparecer y que fuera tan firme con su decisión no ayudó en nada a tranquilizar mi agitado corazón. La verdad sea dicha, nunca fui un niño que llorara con facilidad. Sólo si cosas malas me pasaban como aquella vez que me quemé la mano con él café de la abuela, me permitía hacerlo. La sensación era tan extraña y opresora, que no me gustaba sentirla.

   Ojalá hubiera sabido lo mucho que me acostumbraría a ella después.

   No dije más y obedecí. Cerré la puerta tras mi espalda y después corrí hacia la habitación. Enterré la cara sobre la cama y dejé que las lágrimas afloraran con libertad.

   Mi padre llegó por la noche y sin titubeos le conté que mi madre no había querido jugar conmigo. Él me dijo que no volviera a buscarla si él no estaba presente y luego, con algo de enojo y tristeza bailándole en los ojos, me contó un cuento para dormir, me dio un beso de buenas noches en la cabeza y acompañado de una sonrisa, de esas sinceras que tanto me gustaban, me recordó lo mucho que me amaba.

  A media noche escuché risas. Me levanté de la cama, bajé las escaleras, y antes de saltar al último escalón, me escondí detrás del barandal y vi a mis padres sobre el sofá, sonriéndose mientras se tomaban de la mano y se besaban en los labios. Fue algo extraño porque como tal yo nunca los había visto hacer ese tipo de cosas, pero por supuesto que también me sentí feliz. Me gustaba como se veían juntos. Mi madre lucía más joven y hermosa al sonreír.

   Eran tan perfectos juntos que deseé que fueran igual de felices estando conmigo, pero como no quería interrumpir su momento de felicidad volví a mi habitación y me dormí con una sonrisa. Deseando dentro de mi corazón que todo fuera tan bello y tranquilo como en ese momento.

   Los días posteriores a ese fui transferido a la escuela local. No vi más a mi madre, pero papá se encargó de llevarme a la escuela, así que no me sentí tan triste. Había muchos niños y yo tenía miedo de hacer amigos, pero por suerte la mayoría de ellos eran muy agradables y de inmediato entré en confianza.

Extraño |NoMinWhere stories live. Discover now