Viaje a Rumpelsky, Rusia.

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- Papá, papá, estoy harto de estar en el coche sin moverme. ¿Cuándo llegaremos? - preguntó el pequeño Runi.

El señor M.J., al volante, conducía hacia un pueblo casi deshabitado de Rusia, Rumpelsky. Habían decidido mudarse a causa de no tener bastante dinero para pagar su antigua casa: una grande y bonita casa en la que habían criado a sus dos hijos, Runi y Solta. El primero había cumplido  el anterior sábado ocho años. Tenía el cabello rubio y ojos azules como el mar.

Solta, en cambio, tenía ya diez años  y al contrario que su hermano había salido a su querida madre, de cabellos bien negros como el carbón y ojos verde claro.

- Tranquilo hijo,que tan solo faltan unos 20 kilómetros para llegar a nuestro destino - le contestó su padre, que también empezaba a estar cansado. La familia nunca había viajado tanto pero ellos vivían en  Moscú y habían tenido que recorrer muchísimos kilómetros para llegar hasta Rumpelsky.

Habían comprado una pequeña casa de campo que constaba de tres habitaciones, la cocina, un baño y un acogedor salón, según les habían dicho. Fuera de la casa tenían en propiedad  un pino, dos naranjos, un gran roble que tenía unos 50 años en el que el padre les había prometido construir la típica casa del árbol  y un huerto que al señor y la señora M.J les había entusiasmado y por lo que se habían decantado finalmente a comprar esta casa.

Runi y Solta no cesaron de mirar por la ventana para ver la cumbre de las montañas cubiertas de un manto de copos de nieve y los animales como las vacas o las cabras que pastaban tranquilamente en la fresca y húmeda hierba de los prados.

Pero no se percataron de que un extraño individuo escondido detrás de un arbusto los miraba extrañamente.




La historia espeluznante del señor y la señora M.JDonde viven las historias. Descúbrelo ahora