—Llevame esto, por favor, ya los alcanzo— asiente y se retira.

Suspiro.

Detesto faltar a clases, pero me temo que tratar de convencer a cierta gruñona tardará un poco. Vuelvo al aula donde la encontré y sin tocar la puerta que estaba cerrada, entro.

La encuentro con la vista puesta en unos papeles, sentada sin cuidado alguno sobre una silla y descansando sus pies en otra. Va vestida con unos ajustados jeans que, a pesar de que no está de pie, puedo ver qué hace cosas buenas por sus piernas, y una camiseta blanca holgada que muestra parte de su plano abdomen.

Frunzo el ceño con asco cuando me percato de lo que retienen sus labios y camino hacia ella más de prisa.

—¿Estás fumando, Miley? —si mi presencia la toma por sorpresa no lo demuestra. Normal en ella.

Arruga su nariz con lo que creo es molestia y con la cosa esa aún en sus labios responde desganada.

—No— con sus dedos retira el cigarrillo, expulsa el asqueroso y tóxico humo y por último me mira fijamente—. Es una metáfora.

El sarcasmo es notable en su voz, pero reconozco la referencia a su último comentario por lo que sonrío con confusión.

—¿Leíste el libro?— cuestiono. Ella bufa.

—No, ví la película.

Ruedo los ojos y tomo siento frente a ella con la mirada fija en su cigarro.

—En la escuela está prohibido fumar, ¿Lo sabías?

—Ajá— repite la acción anterior, pero ahora se inclina hacia adelante y expulsa el humo en mi cara.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Porque quiero, Favio— rueda los ojos— Las reglas están para romperse.

—Flavio— corrijo y ella me mira sin entender—. Mi nombre es Flavio, no Favio.

—Como sea, me tiene sin cuidado.

Al fin decide apagar el cigarrillo aplastando la colilla en el pupitre y luego lanzándolo a una papelera.

Ridículamente logra entrar.

—Se pueden dar cuenta— advierto y ella me mira con fastidio.

—No si el nerd social y popular no se va de lengua larga a contarlo— responde refiriéndose a mí.

Estrecho los ojos.

—No soy un nerd— refuto con molestia.

—Si eso te deja más tranquilo— estira sus piernas poniéndola a cada lado del borde de mi asiento quedando en una posición muy peligrosa para sacar de sus ajustados pantalones una cajetilla de chicles y luego llevar dos a sus labios pintados de rojo cereza.

Aclaro mi garganta y miro de ella a los chicles. No es que quiera, pero una persona educada al menos brindaría.

Vuelvo a aclarar mi garganta y eso hace que me vea.

—No pienso compartir mis chicles contigo —dice de manera obvia.

—Eso es muy grosero— me cruzo de brazos— igual no quería.

Sueno infantil, lo sé, lo sé, pero enfoquemosnos en lo tacaña que es Miléfica.

—Ajá, llorica— rueda los ojos y llevando sus dedos a su boca saca su masticada bola de chicle y me la ofrece—¿Quieres?

Arrugo mi nariz con repugnancia.

—¡No, asquerosa! —joder, esta y Dorian se pueden juntar.

Se encoge de hombros y vuelve a mascar su asqueante bola de chicle unos segundos más antes de lanzarla también a la papelera.

30 Días en detención ©Where stories live. Discover now