Sin embargo, un nuevo año estaba por comenzar y él tendría 365 días más para conquistar el corazón de su adorada Margarita.

Cuando la comida casi estuvo lista, Margarita se acercó a su amigo, quién estaba checando la temperatura del horno.

—Andrew... —murmuró, el aludido se irguió y la notó un tanto cohibida. No obstante, decidió no presionarla ni aun cuando la vio sonrojada—..., quería preguntarle si puedo, es decir, ¿me prestaría su baño? Es que huelo fatal.

—Por supuesto, hay uno justo al final de la sala y hay otro en la planta de arriba. —Ella dio un leve asentimiento junto a un tímido: gracias. Se fue a la sala por sus cosas y mientras se dirigía al baño de la planta baja, sin sopesar sus palabras, añadió—: Pero no se lo vaya a llevar.

—¿Qué cosa?, no yo no... —respondió Margarita, con el entrecejo fruncido y con sus ojos bailando en las cuencas, descolocada.

«Y nuevamente, lo arruinaste, Andrew. ¡Felicidades!», se quiso abofetear. Sacudió la cabeza en una negativa y aclaró que era una broma. Otra de sus bromas que, si no las mantenía al margen, lo iban a dejar soltero de por vida.

Margarita entró al baño entre divertida y confundida; ella ya sabía que él tenía una forma muy extraña de hacer bromas o chistes —si es que se podían llamar así—, sin embargo, a ella al final le terminaban resultando graciosas, porque eran bromas inofensivas y libres de morbosidades.

Hecho que ahora en día era difícil de encontrar en un hombre.

Se duchó con prontitud y se enfundó un vestido de algodón color azul marino, de magas largas y con un escote en "v" recatado, el mismo tenía franjas de tela trasparente en la área de la espalda y en la parte del dobladillo de la falda. Se calzó sus sandalias blancas favoritas y cepilló un poco su cabellera rojiza, luego se maquilló un poco.

Cuando estuvo lista y revisó su apariencia a su mente llegaron recuerdos de festejos de años anteriores: con ropa, zapatos y bolsas nuevas, con regalos costosos y reuniones con personas frívolas, arrogantes e hipócritas. Y aunque ahora no tenía de eso, se sentía feliz y bendecida.

Al salir se halló con que todo estaba listo y que Andrew no estaba por ninguna parte, bueno en ninguno de los lugares que eran apropiados para ir a buscarlo. Al momento en que él bajó, ya bañado y arreglado, escuchó las voces de Maggie y su abuela, se acercó y las encontró platicando de lo más a gusto y, al mismo tiempo, observó muy enternecido como Margarita peinaba a Elena, a esta última se la miraba feliz y cómoda.

Un tiempo después de la cena; la invitada sacó del refrigerador el postre que había llevado para la ocasión: un pie de manzana. Y mientras Andrew buscaba platos y cubiertos, el teléfono de ella comenzó a sonar, lo miró con disimulo y sin mucho interés de hecho, empero, toda proporción de buen humor se esfumó de su cuerpo, al reparar en los dígitos del numero que le estaba llamando.

Cerró los ojos y soltó un suspiro de frustración, ¡tenía que arruinarle esa increíble noche! Miró con pavor el número del innombrable y luego de pensárselo un poco decidió que no le respondería, que no le importaba sea lo que sea que tuviera intenciones de decirle. Entretanto, apagó el teléfono y Andrew se acercó, demostrando cierta preocupación por ella, pues Maggie tenía el ceño y labios fruncidos.

—¿Sucede algo? —inquirió y ella solo soltó un bufido. Evaluó si contarle o no, pero al final decidió que sí porque confiaba mucho en él.

—Voldemort —respondió y fue suficiente para que él entendiera, así como, para soltar una risita de diversión por el apodo que había usado.

—¿Tengo que ir a buscar mi barita? Porque no me importaría ir a Azkaban por un maleficio cruciatus. —Maggie soltó una risa y sacudió la cabeza, pero junto a una sonrisa maliciosa y una mirada perspicaz se acercó un poco a Andrew.

Reveses de la vida© [COMPLETA]Where stories live. Discover now