Sudor fucsia [12]

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Bunbury chasquea los dedos frente a mí

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Bunbury chasquea los dedos frente a mí.

—¿No crees que ya es hora de ponerle atención a esto?

Hay una hoja en blanco en mi escritorio, está lisa, limpia; sin una sola mancha, arruga o palabra en ella. Las pulseras que Bunbury lleva en la muñeca no paran de repiquetear unas con otras.

—Intenta escribir un verso, o siquiera una palabra. Quizá eso ayude a desencadenar el resto de la canción —sugiere esta vez Saúl Hernández.

Saúl está sentado en mi cama, observándome con la misma paciencia que le tendría a un entrevistador que está más empecinado en conocer sobre su vida personal que sobre su más reciente álbum. Ahora tiene el cabello más largo y al natural; me hace pensar que esta debió ser la clase de hombre con la que mamá salía antes de conocer a papá y decidir tener una vida basada en convenciones sociales.

—No hay presión por escribir otra canción —les digo.

—Deberías estar produciendo todo el tiempo.

—No te desgastes por el chico, Bunbury. —Cerati de pronto está parado junto a mi ventana, cruzado de brazos, mirándome de esa manera que me hace escocer la esclerótica—. Creo que todos sabemos lo que debe estar ocupando su mente en este momento.

—Escucha, esta vida te dará muchos fanáticos, chicas y chicos, lo que gustes. No te preocupes por eso ahora, tú solo céntrate en la música. Ese debe ser tu primer amor. —Bunbury tiene una mano en mi escritorio, sé que me está observando con mucha seriedad, pero yo solo puedo ver sus uñas pintadas de negro.

—Bueno, no creo que deba ser un problema. Úsalo a tu favor. Digo, vomita en esa hoja todo lo que Diego te produce. Algo bueno tendrá que salir.

—Supongo que tenés razón, Saúl. Dejemos que Boris fluya en esos sentimientos entonces.

Los tres se quedan en silencio, me dan mi espacio, pero sus ojos están sobre mí, expectantes, como si yo fuese un mago que va a presentar un truco en cualquier momento y no quisieran perder nada de vista. Miro la hoja entre mis manos, y me concentro en no pensar en las miradas de estos tres artistas de bandas exitosas y de canciones que trascendieron generaciones. Me concentro en no pensar que ellos están ahora aquí en mi habitación, ejerciendo esta presión casi sobrehumana sobre mí.

—Me voy. —Echo la silla hacia atrás y tomo la hoja en blanco.

—Todos tenemos que pasar por estos momentos, de estar encerrados y escribir, y dejar que la música haga lo que tenga que hacer, Boris. No creo que estés yendo a ninguna parte de esta forma.

Ignoro a Cerati y salgo de mi habitación. Salgo de casa y camino sobre las banquetas calientes, entre los gatos callejeros que observan el mundo con espanto, entre las palomas cojas y que pronto se suicidarán, entre los niños que juegan con diferentes pelotas para convertirse en la próxima estrella de la NFL o la NBA o lo que sea. Camino junto a los escaparates y las fachadas de locales tan desgastados como la lavandería de Doña Carmen. Camino sobre un pedazo de cono de galleta, sobre el agua con burbujas de jabón del que lavaba su auto, sobre las esperanzas que alguien depositó en un billete de veinte pesos y una moneda de dos.

Hijos de SaturnoWhere stories live. Discover now