Beta 1.1: Labios ácidos con sabor a tequila

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Hace más de un mes pisé México DF con la sola idea de que iba, finalmente, a conocer la ciudad con la que solo había coqueteado desde las salas de espera de su aeropuerto; lo que nunca cruzó por mi cabeza es que mi última noche en este país terminaría siendo tan ácida como los labios de una puta.

Aylin era su “nombre” y si retrocedo a la noche anterior en que la conocí, noche en la que me desvelé trabajando, realmente mi viaje no pintaba más que una rutina clásica de trabajo fuerte y turismo mediocre por falta de tiempo para disfrutar de la vida. Felizmente mi partner de viaje no tenía las mismas intenciones que yo (dormir) al salir de una exitosa reunión que hizo que valiera la pena que tuviese los ojos hinchados como luchador de la UFC.

Luego de una tarde recorriendo la ciudad asombrados de cuanta belleza mexicana se nos cruzaba y de abastecernos de tequila como si fuésemos a distribuir regresando a Lima, tocaba cargar baterías antes de pasar una noche “como Dios manda”… Mandó muy bien.

Podría seguir aburriéndolos contando detalles de cómo inició esa noche (trago, comida, canciones corta venas cortesía de todos los mexicanos que las piden a más no poder, karaoke, trago, trago, trago, tragooobrghrrdzZzZzzz, ¡SALUD!), pero ya mencioné al inicio la palabra “puta” y es muy probable que han scrolleado hasta esta línea porque la volvieron a ver; de saber que la iba a conocer, hubiera hecho scroll en mi viaje hasta el momento en que entré a ese lugar y dirigí la mirada al lado derecho de la barra y me encontré con una mujer en vestido verde navideño sentada en los muebles del fondo.

No negaré que me acerqué a ella con las mismas intenciones que tiene una bestia acechando a su presa, que la abracé y acaricié, que la deseaba desde que me dijo “Ven siéntate a mi lado”, que moría por hacerle lo que quiera y dejar que ella haga lo mismo conmigo, que cuando por fin la tuve en tanga sobre mis piernas recordé lo delicioso que era el sabor de lo prohibido y el aroma de la primera vez; así como lo leen, era la primera vez que entraba a un strip club.

Es que así fue como me presenté ante esta mujer de 20 años (sí, solo 20 años), como un hombre que por primera vez a sus 20 y tantos pisaba un recinto de la imaginación semidesnuda, un hombre que no le tenía miedo a ser sincero; obviamente ella se rió, me metió un lapo cariñoso en la cara y me llamó mentiroso. Demasiado sexy sentirla así de tosca y en respuesta demasiado sincero fui toda la noche.

Lentamente esta jovencita de ojos café profundos, de actitud sarcástica, estado ebrio/drogado, gestos eróticos y discurso carnal se fue dejando llevar por este hombre que parecía que por primera vez en su vida la trataba como mujer y no como una especie de objeto sexual sin valor.

Le saqué su nombre real, Beatriz Itzel, pero me aclaró que no usaba el primero porque de niña le hacían bullying llamándola Betty la fea (esta mujer no tenía nada de fea). Me contó que la mayor parte del tiempo paraba drogada para soportar el ritmo de trabajo, que tenía recién 7 meses en el mundo de los strip clubs, que no le gustaban los privados ya que normalmente se los imponen y ella no tenía poder de filtro alguno; esa noche ELLA decidió tenerlo conmigo.

Entre tragos me puso a prueba preguntando sobre mi vida "¿A qué te dedicas y qué me harías si me tuvieras en la cama?"; la apreté contra mi cuerpo, me acerqué a su oído y le dije sutilmente "No te soltaría en toda la noche y te haría mía hasta que me grites: ¡Basta! ¿Quisieras que sea fuerte o suave?"; “Fuerte.” respondió.

La conversación y ella se pusieron más interesantes cuando solté todo mi calibre:

- ¿Por qué trabajas en esto?

- Por mi hijo, mi razón de ser, el amor de mi vida.

- ¿Por qué me insistes tanto en pedirnos un ABC?

Bitácora de Macho Betaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن