Luciano se está riendo cuando vuelve al poste, seguido de cerca por Martín y sus preguntas, medio gritadas en el aire.

— ¡MARTÍN! —grita su entrenador, con la voz tan mágicamente aumentada que Martín está seguro de que incluso los muggles del pueblo más cercano pueden escucharlo. — ¡SI YA TERMINASTE, PUEDES VENIR ACÁ Y CORRER UNAS VUELTAS AL CAMPO!

— ¿Pero para qué voy a correr, si volamos? –gruñe, acelerando su escoba tanto como puede, para estar lo más lejos posible de Luciano y sus carcajadas.

Le toma otros diez minutos volver a encontrar la snitch, y después de eso aún tiene que dar cinco vueltas al campo, simplemente porque su entrenador fue criado por muggles y cree que el trabajo físico es la mejor disciplina, o algo por el estilo, la verdad es que Martín no lo está escuchando. No escucha a nadie, y ni siquiera se deja pensar en la humillación pública de ese día, porque al final, cuando por fin puede ir a las duchas, Luciano sigue ahí.

— Tu escoba nueva, deja probarla —demanda, apenas cierra la puerta, y Luciano lo mira como si lo estuviese viendo por primera vez. Martín supone que es válido, está hecho mierda, por falta de una mejor expresión, pero aun así camina hasta estar frente a su amigo, con la mano extendida. — Dale, que me quiero bañar.

— No, si ya me estoy yendo, además vas a llenarla de sudor...,

— Sebastián va a venir a buscarte, ¿verdad? Por eso sigues aquí —interrumpe Martín, sonriéndole mientras flexiona los dedos de la mano aún estirada. Luciano frunce el ceño cuando sus ojos se encuentran, y de muchas formas, Martín sabe que ya ganó. — Tú sabes que no le gustan los relojes.

— Solo unas vueltas. —gruñe Luciano, pasándole el mango con más fuerza de la necesaria, quizá Martín se tambalea un poco hacia atrás. — Mientras yo llamo a tu primo.

Martín solo se ríe fuerte, porque sabe que Sebastián seguro no ha empezado a pensar siquiera en salir del departamento.

EL nuevo modelo de Luciano le queda algo corto, pero es resistente, y mucho más flexible que cualquier modelo de escoba que Martín haya probado en su vida, da giros completos en el aire sin necesidad de bajar la velocidad, y está casi seguro de que incluso la reacción a sus comandos es más rápida en este modelo.

Parece hecha a la medida, aunque no es exactamente su medida.

Casi se le olvida que solo la está probando, al menos hasta que aparece Sebastián, con el pelo aún mojado y la varita en la mano todavía después de haberse aparecido. Martín no lo ve llegar, pero se imagina que se debe haber aparecido en la puerta del complejo donde entrenan, porque las defensas no permiten aparecer ni desaparecer dentro de la cancha, y Luciano ya está gritándole para que le devuelva la escoba cuando su primo se detiene a su lado.

— ¿Dónde la mandaste a hacer? —pregunta Martín, apenas sus pies tocan suelo firme. Sebastián detiene sus disculpas para mirarlo confundido, y Luciano se queja ruidosamente, levantando la cara hacia el cielo.

Se está sobreactuando, Luciano ama sobreactuarse, pero antes de que Martín pueda decírselo, el moreno ya tiene su escoba en una mano y Sebastián tomado del brazo con la otra.

— No es asunto tuyo, Martín. Ahora, si me disculpas, tengo reservaciones en la Sirena de plata esta noche, y no vas a arruinarlas.

— ¡¿En serio?! —pregunta Sebastián, olvidando inmediatamente cualquier mezcla de confusión y culpabilidad que pudiera tener hasta ese momento.

— Era una sorpresa —gruñe Luciano, y Sebastián lo besa en los labios antes de que pueda decir cualquier otra cosa, pasando el brazo libre por el cuello del brasileño.

A la medida (HP AU)Where stories live. Discover now