Capítulo 1

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El pueblo

Las masas son poderosas, cuando están ausentes de miedo y sentimientos absurdos impuestos por aquellas personas a las que la vida les ha dado un pequeño empujón en la pirámide social.

Al parecer, la vida pensaba que me iría mejor sola, y me había dejado ir por mi cuenta desde que tenía memoria.

Todas las mañanas solía levantarme de un colchón sucio creado a base de paja vieja y cartón mohoso. La espalda era uno de mis peores tormentos, aspecto que jamás consideré cuando ayudaba a mi padre de pequeña a llevar madera al mercado.

Trabajaba desde que era pequeña, en un vano intento de sostener a la familia como mi madre no fue capaz de hacerlo.

Sabía que tenía mucho odio en el interior. Era una corriente hirviendo que me recorría el cuerpo y se refugiaba en las partes más recónditas.No sabía que era lo que más me disgustaba, si el hecho de tener sentimientos tan horrendos dentro mío, auto compasión pura, o el despertarme cada mañana sabiendo que las condiciones en las que me encontraba eran completamente injustas, teniendo que aparentar lo contrario frente a mi padre, mis hermanos y las personas fuera del pequeño espacio que era mi sucio lecho.

Últimamente, siempre sentía frío. Y no es que el pueblo de Versuaggio no fuera fresco de por sí, con todas aquellas montañas cubiertas de nieve y bosques de pinos altos y troncos muy juntos; si no que, era un frío mucho más profundo, aquel que nace de la inconformidad y se va transformando lentamente, hasta convertirse en algo espantoso e irreconocible, que cambia permanentemente a la personas.

Todas las mañanas que caminaba a la pequeña panadería ubicada en el centro de la plaza, justo al lado de la única taberna del pueblo, no podía pensar en otra cosa que no fuera en el frío, y en cómo este avanzaba lenta pero perseverantemente dentro mío.

¿Qué sucedería cuando me tomara por completo?

Intentaba no hacerme mucho esa pregunta, pero, era inevitable. Mucho más cuando me encontraba al lado de personas como Josephine, la hija del panadero.

—No puedo creer que existan mañanas tan bonitas en un pueblo tan pequeño como este—susurró como cualquiera otra mañana, mientras colocábamos el pan antes de abrir las puertas. Tenía unos bucles dorados preciosos que se escapaban de la pequeña coleta de trabajo, y, con el brillo del sol de las ventanas, parecían estar hechos de oro fundido y forjado.

Josephine era humana, igual que mis padres, mis hermanos, y yo misma. También era el ser más humilde que había conocido y el más simpático, con una habilidad natural de agradar a los demás.

—Tienes razón Josephine—susurré, a pesar de estar en completo desacuerdo. La mañana era fría, a pesar del sol que entraba por las ventanas, y yo odiaba el frío.

—¡Y es más bonita hoy, por el mensaje del baile!—exclamó colocando las bandejas en el mostrador, entre pequeños brinquitos.

La observé desde la cocina con curiosidad, preparando el pan para la hora del almuerzo, que era el que mejor se vendía.

—¿Baile? —pregunté golpeando la masa con fuerza, desquitando la ira contenida.

—El baile, el que dará el delfín—tenía un brillo en la mirada poco usual, se notaba a simple vista que de verdad anhelaba asistir a ese evento carente de creatividad.

—¿El príncipe loco? Mmmm—fingí analizarlo por un segundo—creo que no.

—¡Nuestro soberano no está para nada loco! Tal vez quisiste decir guapo, talentoso o fornido, nuestro real príncipe de las colinas, hijo de la reina Isabella la grande, futuro rey de Versuaggio, Sam Smith.

Sam Smith

El príncipe más rico que el reino alguna vez pudo conocer. Había nacido entre seda bordada en oro y almohadones de plumas de ganso, a expensas del sufrimiento del pueblo.
Era conocido por ser bien parecido, de cabeza fría y ojos profundos, por los que se habían compuesto múltiples canciones.

—Son los ojos del rey del hielo—cantaban los juglares en la taberna y la plaza.

Tal vez lo juzgaba mal, y no merecía odio alguno de mi parte. Pero nacer en condiciones tan distintas, por las que podía jactarse constantemente no creaban en mi sentimiento alguno que no fuera el repudio.

—¡Pero si todas estamos invitadas Franccesca! Sin importar de dónde provengas, cuánto dinero poseas, incluso si puedes conseguir un vestido o no...

—¿Entonces no llevarás un vestido?—le provoqué espolvoreando mis manos con aroma.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó ofendida por mi pregunta—. A lo qué me refiero es a qué es una oportunidad invaluable para cualquiera de nosotras. El reino está mal, nosotras estamos mal, pero tal vez, solo tal vez...

No le detuve porque sabía que heriría su corazón. Josephine tenía todo el derecho de ilusionarse, pero, al fin y al cabo, no dejaba de ser solo eso. Ilusiones.

El príncipe buscaría una novia bien posicionada, que formara parte de la corte y tuviera una invaluable fortuna para darle un respiro a la arca real.  Y por supuesto, con el hecho de invitar campesinas e ilusionarlas con vanas esperanzas, se ganaría el afecto del pueblo.

—Di que me acompañarás Franccesca, por favor. Solo esta noche, hazlo por mi—imploró con una mirada de súplica devastadora...pero no lo suficiente para mi.

—Mi respuesta sigue siendo no—respondí con frialdad—.Ve si te apetece, pero sabes como soy. Si veo al príncipe, de seguro lo estrangularía con sus medias de seda o mi corsé.

Me concentré en la masa, que ya estaba preparada, unos minutos al horno y el pan estaría listo.

Una mirada traviesa se posó en sus ojos a diferencia de la expresión angustiada que esperaba.

—Es una lástima que no quieras asistir—dijo acomodándose los rizos en la redecilla—. Porque, además de el baile, ofrecen una jugosa paga por trabajar en el castillo. Pero claro, no soportarías ver al príncipe, y mucho menos trabajar en su cocina...

—¿Paga? ¿A que te refieres?—pregunte mirándola con interés.

—Me refiero a que mi padre necesita gente para preparar las tortas de fresa, limón y arándanos, ya sabes, porque la reina necesita al mejor panadero para la gala. Y como todas sus ayudantes estarían ocupadas,  no tiene a quien entregar el oro que la corona le entregará después del trabajo.

—¿Quieres que vaya a la gala a preparar pan a cambio de oro?

Se acercó a mi con lentitud, mirándome altivamente con aquellas pecas características de su persona.

Sonreí. Por fin algo bueno sucedía en mi monótona existencia.

The Only One/ Sam Smith Where stories live. Discover now