11. El collar maldito

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-Sí, y les encantaría que yo estuviera en sus filas -ironizó Harry-. Seríamos supercolegas, siempre y cuando no intentaran matarme.

Annie rió un poco.

Esperaban en la fila de revisión de Filch para poder salir a Hogsmeade. Annie saludó a Issa desde lejos. Estaba con unas amigas y Denniss, y por lo que Annie podía ver, tomaba la mano de Denniss, haciendo a Annie sonreír.

El proceso llevó más tiempo del habitual porque el conserje registraba tres veces a todo el mundo con su sensor de ocultamiento.

-¿Qué más le da que saquemos del colegio cosas tenebrosas? -le preguntó Ron mirando con aprensión el largo y delgado aparato-. ¿No cree que lo que debería importarle es lo que podamos entrar?

Su insolencia le valió unos cuantos pinchazos más con el sensor, y el pobre todavía hacía muecas de dolor cuando bajaron los escalones de piedra y salieron al jardín, azotado por el viento y la aguanieve.

Annie se cubrió más con su gorro y su bufanda, pero sentía que resbalaría en cualquier momento, por lo que se agarró del brazo de Harry.

Cuando por fin llegaron a
Hogsmeade y vieron que la tienda de artículos de broma Zonko estaba cerrada con tablones, lo interpretó como una confirmación de que esa excursión no estaba destinada a ser divertida. Con una mano enfundada en un grueso guante Ron señaló hacia Honeydukes, que afortunadamente estaba abierta, y los otros lo siguieron
tambaleándose hasta la abarrotada tienda.

-¡Menos mal! -dijo Ron, tiritando, al verse acogido por un caldeado ambiente que olía a tofee-. Quedémonos toda la tarde aquí.

-¡Harry, amigo mío! -bramó una voz a sus espaldas.

-¡Oh, no! -masculló Harry.

El pelinegro tomó la mano de Annie mientras los cuatro se daban la vuelta.

Vieron al profesor Slughorn, que llevaba un grotesco sombrero de piel y un abrigo con cuello de piel a juego. Sostenía en la mano una gran bolsa de piña confitada y ocupaba al menos una cuarta parte de la tienda.

-¡Ya te has perdido tres de mis cenas, Harry! -rezongó Slughorn, y le dio unos golpecitos amistosos en el pecho-. ¡Pero no te vas a librar, amigo mío, porque me he propuesto tenerte en mi club! A la señorita Granger le encantan nuestras reuniones, ¿no es así?

-Sí -asintió Hermione, obligada-. Son muy...

-¿Por qué no vienes nunca, Harry? -inquirió Slughorn.

-Es que he tenido entrenamientos de quidditch, profesor -se excusó.

-¡Espero que ganes tu primer partido después de tanto esfuerzo! Pero un poco de esparcimiento no le viene mal a nadie. ¿Qué tal el lunes por la noche? No me dirás
que van a entrenar con este tiempo...

-No puedo, profesor. El lunes por la noche tengo... una cita con el profesor Dumbledore.

-¡Nada, no hay manera! -se lamentó Slughorn con gesto teatral-. ¡Está bien, Harry, pero no creas que podrás eludirme eternamente!

El profesor les dedicó un afectado ademán de despedida y salió de la tienda andando como un pato, sin fijarse en Ron ni Annie.

-Bueno.. -dijo Annie mirando el expositor- ¡plumas de azúcar!

La castaña se acercó al expositor y tomó unas cinco plumas de distintos colores. Harry sonrió al verla tan emocionada, le recordaba a cuando eran más pequeños.

Una vez Annie terminó sus compras, se dirigieron a Las Tres Escobas, para tomar algo y resguardarse del frío. El frío les quemaba la cara por lo que apresuraron el paso. En cuanto pasaron por la puerta del local, un ambiente cálido los inundó.

Annie y el Misterio del PríncipeWhere stories live. Discover now