Postraumático

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"Despierta, por favor despierta, no quiero que mueras, ya te extraño" - Una voz me llama y la gravedad del planeta me atrae de nuevo hacia el suelo, como si ese fuera mi lugar.

Por J.D. Ailín y Alejandro Lodes

El día que te conocí me enamoré de vos y, sin siquiera pensarlo, te convertí en lo más importante de mi ser, y a este amor en una obsesión. Para mantenerte a salvo del mundo te encerré en el mío, pero discutíamos una y otra vez. Me recriminabas que no te dejaba respirar...y tenías razón, porque eso hacía. Comprendí que no eras feliz a mi lado, y que tendría que alejarme para que finalmente puedas disfrutar.

Sentado sobre el cordón de la vereda, con una botella de vino en la mano y aquellos pensamientos en mi mente que quería olvidar, prometí salvarte de tus propios demonios. Pero, con el tiempo y sin darme cuenta, te había lastimado. Di un trago o dos...o quizás fueron cien, pero ya no importaba realmente. La desesperación invadió mi cuerpo y mientras me incorporaba tambaleándome, dejé caer la botella.

Las luces de la carretera danzaban a mí alrededor; las podía ver con claridad: eran pequeñas bolitas redondas e intensas, que se agitaban al ritmo de los bocinazos y se fundían con la obscuridad. Mi vida constantemente fue inestable y volátil, quizás tenía que tocar el fondo para darme cuenta de que siempre te iba a fallar. En mi naturaleza estaba el fracaso. "¿Cuánto más te podía contaminar?".

Cerré los ojos, pues el cansancio me estaba ganando la partida. Cuando los abrí, vi mi cuerpo tumbado sobre la avenida, el suelo ensangrentado y los cristales del auto desperdigados por doquier. Un pulgar estiraba mi párpado, una luz cegadora me apuntaba, y un grito desgarrador que, pidiendo una ambulancia, daba por finalizada la noche. La frase "¡Está inconsciente!" resonaba una y otra vez.

No sé dónde están todos mis seres queridos, ni por qué se siente ese olor metálico en el ambiente. De a ratos me siento feliz, pero aparece este sentimiento de culpa, traición, y odio al universo. Mi cuerpo olvida como respirar, pero mi mente pide que tenga fuerzas para otra oportunidad. Me abstraigo de cómo el tiempo pasa; los minutos se convierten en horas, y los días en años. Mi corazón se vuelve a preguntar en dónde estás.

Desperté en medio de las penumbras y saturé mis pulmones de oxígeno, como si fuera la primera vez que respiraba en años. Mi pecho se ensanchó y rápidamente sentí un dolor punzante en las costillas. Estaba roto y completamente despedazado por dentro. No eran solamente mis huesos, eran las ganas de no volverte a desilusionar. Debía entender el significado de ésta vida para no lastimarte nunca más.

Estoy al borde de mi destino final, esperando en la obscuridad, pero oigo sus voces, sus tan familiares voces. Tu sinfonía endulza mi sueño, creo que vuelvo a sentirme feliz, pero comienzo a ver borroso y mi vista deja de funcionar. Tengo miedo de que todo termine pronto y no pueda decirte lo que siento. Junto fuerzas y me concentro para que este corazón, hambriento de tu amor, siga latiendo.

Usé las pocas fuerzas que me quedaban para pronunciar tu nombre. Te acercaste corriendo y me tomaste de la mano con mucha fuerza, pero siento que mi cuerpo ya no puede más. "Nunca mentí cuando dije que te amaba, y espero con ansias que nos volvamos a encontrar". Los colores de tu cara se difuman; tus besos en mis labios me llenan de alegría y, sintiéndome completamente enamorado, mi vida se termina de apagar.

Camino hacia el horizonte, pero una brisa fresca acaricia mi rostro y me acerca tu aroma. Me detengo por un instante y, con el sonido de una fuerte bocina, recupero mis sentidos. Con el último ápice de esperanza consigo tener una segunda oportunidad. Retrocedo mis pasos desesperadamente y, pidiendo un café fuerte para llevar, intento disimular mi desdicha. Ya quiero estar en casa, disculparme, y pedirte que me perdones por ser tan torpe en el amor.

Respiro profundo, golpeo la puerta y me duele en el alma ver tus ojos tristes. No pudimos hacer nada para contener nuestras emociones y abrazándonos fuertemente comenzamos a llorar. Susurraste a mi oído unas palabras que jamás podré olvidar: "Te perdono por ser un idiota... ¡Vamos a ser papás!". Ese día descubrimos que fuimos, somos, y por siempre seremos amados en nuestro camino hacia la eternidad.

PostraumáticoWhere stories live. Discover now