Regalos de cumple

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Jumanji
"Mola tener una amiga"

La vida nunca le había sonreído a Adelie. Se había criado huérfana de padre, y su madre estaba enferma. Era una enfermedad degenerativa y mortal. Por ello se habían mudado con su tía Vaitiare, hermana de su padre. El cambio de aires le sentó mal, puesto que estaba acostumbrada a su vida acomodada. Desde que pagaban el tratamiento de su madre, se habían quedado casi sin dinero. Vaitiare les había acogido con gusto, pero ni su mayor esfuerzo era suficiente para la joven pelirroja. Pasó las primeras noches llorando contra la almohada de su habitación, poco decorada y con un olor extraño permanente. Vaitiare no había usado aquella habitación en mucho tiempo, y quién sabe si alguna vez lo había hecho. En el nuevo instituto las cosas no eran muy distintas. Era la nueva, la rara, y todo el mundo pasaba de ella. Nadie se había acercado a conocerle. De hecho, veía a algunas chicas mirarle y reírse. Quizás era por el tono albino de su piel, o por su pelo color coral. Fuere como fuese, aquello sólo hacía que agravar la difícil situación que traspasaba. El tercer día de clase, mientras recogía las cosas de su pupitre para trasladarse a otro aula, unas chicas se acercaron y empezaron a lanzar sus libros al suelo.

– ¡Eh! ¿Qué hacéis? –inquirió Adelie, estupefacta.

– Mirad, chicas. Si la rarita sabe hablar...

Adelie quería sacar fuerzas de donde no tenía para responder, pero ante la imposibilidad de este hecho se limitó a aguantarse las lágrimas.

– Leo –dijo una voz tras ellas–. ¿Por qué no te sacas el silbato que te tragaste cuando eras una mocosa y te lo metes por el culo, para que así tus pedos puedan sonar tan agudos y desagradables como tu voz?

Leo puso una mueca de molestia y ofensa y se marchó con su escolta detrás. Adelie se fijó en la chica que le había salvado de aquellas abusonas. Era de tez oscura, y lucía un largo pelo rizado estilo afro. Quedó prendada al instante de sus ojos. Y de toda ella.

– Hola, soy Maleia –se presentó la joven, sacándole de su ensimismamiento.

– Gracias. Yo soy Adelie –ambas empezaron a recoger los libros del suelo.

– Wow, me mola mucho tu nombre.

Adelie sonrió como hacía tiempo que no sonreía.

– Perdona a Leonor –prosiguió la chica–. Es bastante desagradable con... en fin, con todo el mundo.

Ambas rieron.

– ¿De dónde eres?

Adelie volvió a mirar a los ojos de la chica, hipnóticos. Intentó disimular el brillo en los suyos propios.

Después de aquello, Adelie y Maleia se hicieron inseparables. Cada día, contaban las horas para poder salir del instituto y caminar juntas hasta casa. Corrían gélidos días de diciembre aquella tarde de sol y viento. Volvían a casa, dejando las huellas de sus botas sobre la acera cubierta de nieve. Maleia jugaba con el vapor de agua que salía de su boca por las bajas temperaturas, haciendo como si fumase.

– Oh, no sabía que me juntaba con una fumadora –dijo Adelie, de broma.

– ¿Y qué tiene de malo? –respondió ella, poniéndose seria.

Adelie sonrió.

– Para mí, nada. Para tus pulmones igual sí...

Ambas empezaron a reír. Aprovechando este momento, Maleia se agachó y formó una bola de nieve entre sus guantes. Cuando Adelie se giró, la bola de nieve aterrizó justo en su boca. Mientras se limpiaba, Maleia se rearmaba. Adelie hundió sus manos desnudas maldeciendo haberse dejado los guantes, pero acabó apartándolas por el frío. Se quedó de rodillas, implorando clemencia con una sonrisa. Maleia sonrió.

Retos y Chorradas variasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora