Maldición I. Las criaturas de la noche

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Otras especulaciones coinciden en que desaparecieron, sin más. 

Pero la versión que me parece menos creíble es la que habla sobre su muerte, porque ¡eran Dioses y únicamente otros Dioses podían acabar con su vida!  

Ahora tengo necesidad de partir, siguiendo mis descubrimientos, con la intención de desentrañar cada secreto del mundo de Aine. Quizá si meses atrás mi vida no hubiera cambiado tan trágicamente, todo seguiría como hasta entonces. Continuaría impartiendo clases, disfrutando de mi amada, pero no podía más... no estaba loco, veía a las criaturas por las noches y Sarah, compadeciéndose de mí, me acompañó una de ellas. Siempre las observaba rondar la frondosidad que rodeaba la Facultad de Letras de Zoira y esa noche Sarah aguardaba junto a mí mientras corregía exámenes. Su grito me alarmó y corrí junto a ella. Ambos observamos los seres que con la oscuridad apenas eran apreciables. No estaba loco, mi prometida los veía, pero lamentablemente ellos también a nosotros. 

Todo ocurrió muy rápido; los cristales de la ventana estallaron y me lancé al suelo, creyendo haber aferrado a Sarah de la cintura para tirar de ella. Pero quizá no lo logré, pues cuando alcé la vista los monstruos se la llevaban. Grité su nombre, salí al exterior y corrí, sin dar con ella. 

Finalmente, tras buscarla durante horas, denuncié su rapto. Por supuesto, los agentes me tomaron por loco, y semanas más tarde la encontraron muerta, llena de desgarros producidos, según la policía, por coyotes u otros animales salvajes. No les creí, yo conocía la verdad. 

Entonces juré averiguar qué pasaba; no estoy chiflado, sé lo que vi, sé que es aquello que me acecha. Estos seres saben que conozco su existencia e incluso una noche entraron en mi apartamento y lo arrasaron. Iban en mi busca, pero pude protegerme en el interior de un armario y entonces los vi. Eran estirges, aunque con una apariencia más cercana a la muerte que a la vida. Sus alas negras estaban desgarradas, su cuerpo era esquelético, deformado, y aquello que más sobresalía era su gran pico por el que chupan sangre. 

Esos seres eran unos de los súbditos de Remiel, aquellos que debían protegerlo o eso decía la leyenda. Pero... ¿Cómo habían cobrado vida? Quizá mi idea de que el Dios y su hija se habían escondido, no fuera tan descabellada. 

Así pues, camino con la mirada siempre hacia el Oeste, cruzando campos y ciudades y ahora, tras meses de viaje, me encuentro en el Desierto Desolado. Sin duda su nombre le hace justicia, pues en kilómetros no he encontrado rastro de vida y el sol parece más cerca del suelo.  

Por todos siempre ha sido de admirar el atardecer, pues cuando la gran esfera naranja desaparece, cuando el anochecer se nos echa encima, un gran haz de luz azul ocupa el firmamento alargándose unos minutos -un misterioso brillo idéntico a aquel en el que Remiel y su hija se vieron sumergidos-, y ahora, allí donde el sol se esconde, en el lugar más desolado de Aine, espero el destello azul. 

Impaciente contemplo el bajar del sol; cada vez me quema más, incluso algunas de mis prendas abrasan, pero ahora no puedo echarme atrás; resisto a duras penas y entonces sucede. La misma tierra del desierto se abre tras producirse un fuerte temblor y nuestro sol, esa pequeña esfera que nos calienta, se sumerge en la misma tierra dando paso a la más absoluta oscuridad. 

Entonces corro hacia la gran abertura y me detengo antes de precipitarme al agujero; bajo mis pies se expande una gran brecha por la que el sol desciende, pero a su vez el astro azul asciende. 

Es mi única oportunidad. Mis teorías sobre que el sol no giraba alrededor de Aine son realidad, como mis suposiciones sobre que un mundo bajo el nuestro existe y está a punto de cerrarse. 

La luna ya sube; el desierto vuelve a temblar agitando la tierra, volviendo a cubrir la entrada, y no dudo más. Sujeto mi mochila a mi espalda y salto.  

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⏰ Última actualización: Nov 01, 2014 ⏰

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