Capitulum V

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❝𝕾𝖎𝖌𝖚𝖊 𝖙𝖚 𝖕𝖗𝖔𝖕𝖎𝖔 𝖈𝖆𝖒𝖎𝖓𝖔 𝖞 𝖉𝖊́𝖏𝖆𝖒𝖊 𝖘𝖊𝖌𝖚𝖎𝖗 𝖊𝖑 𝖒𝖎́𝖔

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❝𝕾𝖎𝖌𝖚𝖊 𝖙𝖚 𝖕𝖗𝖔𝖕𝖎𝖔 𝖈𝖆𝖒𝖎𝖓𝖔 𝖞 𝖉𝖊́𝖏𝖆𝖒𝖊 𝖘𝖊𝖌𝖚𝖎𝖗 𝖊𝖑 𝖒𝖎́𝖔.❞
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Cuando Eulàlia decidió (a escondidas de sus padres) dejar su pequeño pueblo de las afueras de Barcino, llamado Sarrià, sabía perfectamente qué era lo que le esperaba, no obstante, no iba a permanecer en silencio mientras los romanos seguían perpetrando asesinatos y atentaban contra la libertad de sus ciudadanos.

Decidida fue en busca del gobernador Publio Daciano y exigió audiencia. Asombrados por la determinación de aquella niña morena, el gobernador la recibió en sus ostentosas salas. Eulàlia no dejó intimidarse ni por el esplendor del lugar, ni por el poder del que Daciano alardeaba, y aún menos por los militares que protegían al gobernador y su sede.

Eulàlia no se escondió de ser cristiana, al contrario, defendió su fe la cuál (según ella) estaba basada en el amor y el respeto, y recriminó las injusticias que el gobernador estaba cometiendo en nombre del emperador Diocleciano, en contra de los cristianos. Alegó que ningún Dios, ni el verdadero, ni griego ni romano, aplaudiría sus acciones desmesuradas y sangrientas con las que lo único que conseguía era difundir el mensaje de terror de una Roma que perdía poder con cada día que pasaba.

Tan duras fueron sus palabras que al gobernador le costó encontrar forma de rebatirla. Para él, que una mujer y ¡encima tan pequeña! tuviera la suficiente retórica y firmeza para plantarle cara era algo que no alcanzaba a comprender. Lo único que consiguió contestar a tales blasfemias fue la exigencia de retractación y, sobretodo, que renunciara a la fe cristiana.

Eulàlia se negó rotundamente y volvió a insistir en que era el Imperio romano quien debía rectificar. Ante aquel descaro le pidió el nombre. Cuando ella respondió que Eulàlia, un consejero del gobernador le susurró algo acerca de que una testigo había afirmado que Eulàlia de Sarrià era la instigadora de la revuelta de los cristianos.

Publio Daciano le expuso los cargos de los que se la había acusado y le repitió que renegara de su fe. Eulàlia volvió a negarse y no se defendió de tales acusaciones aunque no era ella la que buscaba Roma. Eulàlia sabía quién era la mujer de la que hablaban igual que sabía quién había dado su nombre, sin embargo sus labios permanecieron sellados.

Cuando Eulàlia respondió a la pregunta del gobernador sobre su edad, que tan solo tenía 13 años, este  proclamó su sentencia:

—Yo, Publio Daciano, gobernador de Barcino por el poder que me concedió Roma, condeno a Eulàlia de Sarrià a padecer 13 martirios, uno por cada año que ella tiene. Por Júpiter y el César, que así sea.

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Eulàlia, mártir de una obsesión. Where stories live. Discover now