U N O

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lyorange

Si algo puedo asegurar, es que aprendí desde muy chiquita a que ser fuerte equivalía llanamente a no permitir que nadie viera mi debilidad.

Desde que la memoria toca mi consciencia, eso es lo que hacía.

Reírme de cualquier comentario que me hace burbujear dolor en el pecho, responder con brío si en algún momento siento que la discusión se me va de las manos; ir al choque, siempre.

En la primaria dijeron que tal vez me habían puesto pólvora en la mamadera.

En la secundaria, que lo que yo había construido a mi alrededor era una imagen falsa.

Habría negado lo segundo si no hubieras aparecido en mi vida, estoy segura.

Lo hiciste en un momento bastante caótico; venía con una racha horrible de reprimir cada cosa que sentía, porque el simple pensamiento de verme expuesta me hacía descomponer. Odiaba el momento en que mis ojos se llenaban de lágrimas y me sentía asqueada de mí misma si me atrevía a soltar cualquiera de ellas; me apena decir que no es una exageración.

El hecho es que te metiste ahí, por lo bajo.

Siempre decís que nunca fuimos amigas y yo ya acepté el hecho de que de tu lado no pasaba, pero me resultabas agradable y cómica y me gustaba hablar con vos; para mí, eso es suficiente.
Me recordabas a una persona con la que había pasado buenos ratos, quitando el hecho de que tus tonterías me hacían reír en lugar de frustrarme; ¿Ves? Yo no lo niego, en efecto, eras una versión mejorada por ese entonces. Me arrepiento de haberte llamado de esa forma tanto como me arrepiento de mi trato, pero poco puedo hacer para cambiarlo.

Y así, te metiste.
Bloqueandome por cualquier cosa, enganchandome con esa magia que tienen tus escritos, haciendome reír e intentando, sutilmente, estar ahí cuando yo hacía público el que no me sentía bien.

Necesité que dieras ese paso para replantearme cada cosa que había pasado el último tiempo y saber que no podía haber rencor que nublara mis ganas de seguir hablándote.

Necesité que me dijeras que me querías para entenderme a mí misma, para darme cuenta de que yo –a costa de cada pensamiento malo que pudo y pueda existir– también lo hacía.

Desde entonces, te necesito tanto que a veces todavía me cuesta aceptarlo sin que se me llene la cabeza de porquerías.

¿Cómo iba a pasar yo, quien tragó pólvora en su mamadera, a adorar cada vez que recibía tus mimos y no avergonzarme al pedirlos?

¿Cómo iba yo, con la imagen que me había construído, a confesar sin miedo que quería llorar de solo pensar que ese capricho se iba a terminar en algún momento?

No sé si realmente se debe a la pólvora figurativa que existe en mi corazón, pero tal vez podemos decir que la intensidad con la que te quiero sirvió de detonante para que todo se acomode en el lugar en el que siempre debió haber estado. Tu amor y la calidez que me abarcó cada vez en la que intentaste hacerme ver las cosas de otro modo, hicieron que la fachada construida se fortaleciera realmente; esta vez no a base de una imagen falsa, sino de mi propia fragilidad.

Te dije varias veces que eso te pertenece.

No habría sido la persona que soy ahora, después de pocos meses, si no fuera porque hiciste que la simpleza de nuestro chat se volviera un lugar en el que puedo ser, sin mucho más que eso.
Te pertenece, entonces, cada palabra escrita o pronunciada con libertad, sin inhibición; estás ahí cada vez que se me caen las lágrimas sin que me queme de la bronca, ahí, cada vez que me entrego a la intensidad de mis propios sentimientos.

Te pertenece mi libertad, tan contradictorio como suena.

Y, perteneciéndome sin ataduras, te pertenezco yo.

so many things | brenda's textsWhere stories live. Discover now