Prólogo

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Hasta este momento, sigo sin comprender cómo llegué a este lugar. Mi último recuerdo es el día en que celebré otro año de vida.

Me encontraba frente al tocador, desenredando mi cabello aún húmedo. El espejo triple facilitaba la tarea de peinarme con precisión. Tras algunos intentos, logré el peinado deseado, adornado con una delicada peineta. Opté por un vestido verdeazulado y tacones que elevaban mi estatura.

La verdad es que la fiesta no era de mi agrado. Aprecio los regalos y las celebraciones, pero carezco de amistades genuinas. Los asistentes eran meros conocidos de negocios y sus hijos, cuya presencia no me entusiasmaba.

Descendí la escalera con la dignidad que caracteriza a nuestra familia, aunque sin esperar halagos o comentarios. A cada presente recibido le correspondí con una sonrisa, independientemente de mi verdadero interés en ellos.

Mi hermano, con una discreción que le es propia, se acercó y me entregó una caja adornada con detalles dorados. Dentro, una muñeca exquisita. Antes de que pudiera expresar mi gratitud, me envolvió en un abrazo reconfortante.

—Es un obsequio de papá, lamenta no estar aquí —murmuró con un tono melancólico. Mi corazón se agitó, y mis ojos se humedecieron ante su gesto.

La tarde transcurrió entre conversaciones de negocios hasta que mi hermano anunció que era momento del pastel. La criada, retrasada en sus labores, me impulsó a ofrecer mi ayuda.

En la cocina, una tarta de fresa con diecisiete velas aguardaba en el centro de la mesa. La criada, armada con un cuchillo desproporcionado, se esforzaba en servir porciones impecables.

—¿Fresa? —pregunté con una mueca, sorprendida por la elección. poner pedazos perfectos en los platitos con mucho cuidado.

—Así es, señorita, es su favorita —respondió ella con certeza.

—Me temo que hay un error; detesto las fresas. Prefiero el chocolate —le corregí con firmeza.

La criada cerró los ojos, como si un dolor súbito la invadiera. El cuchillo, ahora apuntando hacia mí, parecía cobrar vida propia. Rodeó la mesa, acercándose con una expresión alterada.

Intenté retroceder, confundida por la situación. La criada, transformada en una figura amenazante, avanzó con el cuchillo en alto.

—¡Basta! —exclamó mi hermano desde el otro extremo de la habitación.

Ella vaciló, pero no se detuvo. Consciente del tiempo que se agotaba, alzó el arma.

Mi hermano se abalanzó sobre ella, pero no pudo evitar que la hoja rasgara mi vestido y se clavara en mi abdomen. El dolor era insoportable, y las lágrimas brotaron mientras la criada luchaba, reacia a soltar el cuchillo.

Lo que sucedió después desafía toda lógica: desperté en un aula de clases, en un mundo que solo conocía a través de la pantalla, en el universo de Inazuma Eleven.

¡EH! ¡¿Reencarne en un Anime de Futbol?!Where stories live. Discover now