¿Cuándo puede llegar a pagar una persona por un simple beso?

   —Hola, Jeno.

   — ¿Están tus padres?

   —No, todavía no regresan de trabajar.

   Jeno asiente y saca detrás de su espalda, (literalmente no sé en qué momento eso salió de ahí) una botella de vino tinto.

   —Sé que no es el mejor regalo, ni el más caro —hace una mueca y me tiende la botella con lo que sospecho es algo de pena—. Pero a los adultos siempre le gusta acompañar sus comidas con algo fuerte, ¿verdad? Dame la razón y dime por favor que no me quedé en el siglo pasado.

   Lo miro fijamente pero no hago nada. Sus ojos no dejan de ser alegres, aunque su boca está hecha una fina línea recta. Es tan tierno que tengo ganas de llenarle la cara de besos. Pero me abstengo porque mis propios pensamientos me asustan y creo que a él también podrían hacerlo.

   Jeno está buscando la manera correcta de agradecerle a mis padres por el tiempo que se quedó aquí y se preocupa tanto de no hacerlo bien, que ni siquiera está seguro de si puede llegar a gustarles. ¿Cómo no podrían? Si desde que llegó, mis padres no han hecho otra cosa más que hablar maravillas de él. Lo adoran.

   —No me digas que no toman alcohol —Jeno hace un puchero y su frente se arruga. Mi falta de respuesta lo ha dejado preocupado—. Sabía que debía comprarles un pastel —susurra, luciendo mortificado.

   Está a punto de apartar la botella, pero al fin reacciono y lo detengo, poniendo mis manos sobre las suyas. Le regalo una tímida sonrisa y acaricio sus nudillos, tratando de enmendar lo que mi torpeza y descuido han causado.

   —Mi madre va a enloquecer cuando sepa que gastaste dinero en ellos. Pero por dentro lo va a amar. Muchas gracias, Jeno. No tenías que haberte molestado.

   El alivio que recorre su rostro es bastante gracioso. Acomodo la botella sobre la mesa del comedor con mucho cuidado, temiendo romperla. Mis padres van a amarlo un poco más y no estoy seguro de que hasta qué punto eso es algo saludable.

   — ¿Nos vamos? —digo y después sonrío, me parece gracioso que se haya quedado en el marco de la puerta, con las manos dentro de los bolsillos y sus ojos vagando discretamente por la casa. Como si estuviera comprobando que todo sigue en su lugar. Vivió casi dos semanas aquí pero todavía no se siente capaz de pasar con libertad.

   —Vamos —sonríe e intenta parecer natural.

   Pero antes de que se vaya lo tomo del cuello de la camiseta y lo acerco hacia mí, casi haciéndolo perder el equilibrio. Es como un impulso. Un acto reflejo. Jeno sonríe y se relaja cuando rozo nuestras narices. Me encanta hacerlo, lo admito, creo que podría volverme adicto a esta clase de gestos.

   —Gracias, Jeno —susurro, dándole un largo beso en la mejilla. Esta es mi propia manera de agradecerle.

   Rodea mí cadera con sus manos y sé que está a punto de besarme, sus ojos brillosos y su cercanía me lo confirman. Pero hay cambio de planes cuando giro el rostro y sonrió de lado, logrando que sus labios terminen en mi mejilla. Quiero ver hasta qué punto soy capaz de resistirme. Quiero saber si tenemos un remedio temprano o si ya estamos perdidos en esto.

   Tiro de su brazo y lo obligo a caminar después de que cierro la puerta. Jeno se ha quedado desconcertado y un poco frustrado, pero no ha dicho nada. Supongo que está intentando analizar qué es lo que va a pasar de ahora en adelante.

   No lo culpo. Yo también quisiera saber.

   — ¿Vamos a ir caminando? —Jeno pregunta con curiosidad cuando cruzamos la calle. Yendo en dirección opuesta a la parada de autobuses—. Podemos pedir un taxi.

Extraño |NoMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora